miércoles, 31 de mayo de 2023




 

Hablemos sobre el ...

 Aquí está el enlace hacia el Canal para que escuches el nuevo tema Hablemos sobre el duelos y sus etapas después de la muerte, visita

https://www.ministeriotv.com/video/hablemos-sobre-el-duelo-y-sus-etapas-despus-de-la-muerte-26129

No estamos condenados

 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1).

Lectura: Romanos 8:1-9.

No estamos condenados:

Porque hemos sido librados de la muerte: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (v. 2). Ya fuimos condenados en la persona de nuestro sustituto, Cristo, hemos muerto y hemos resucitado, y ahora vivimos en el Espíritu.

Porque Cristo ya ha sufrido nuestra condena: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuando era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (v. 3). ¡Dios no va a castigar la misma ofensa dos veces!

Porque en Cristo somos justos: “…para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros” (v. 4). La ley no me podía hacer justo, al contrario, me condenó, pero Cristo sí, ha cumplido la ley por mí y me ha dado su propia justicia y ¡en Él soy tan justa como Él!

Porque no hay condena para los que andan conforme al Espíritu: “… para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (v. 4).

Porque ya somos del Espíritu, y la evidencia es que pensamos en las cosas del Espíritu: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (v. 5).

La condenación consiste en ser de la carne. Está caracterizado por:


Pensar en las cosas de la carne: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”  (v. 5). Son de la carne, piensan en lo de la carne, hacen lo de la carne.

Ocuparse de las cosas de la carne: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (v. 6).

Estar en enemistad con Dios: “Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios” (v. 7)

No sujetarse a la ley de Dios: “Porque no se sujeta a la ley de Dios, tampoco puede” (v. 7). La ley les condena.

No agradar a Dios: “. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (v. 8).

Conclusión:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (v. 9). O bien uno vive según la carne, o bien vive según el Espíritu. Estas son las dos opciones. El que vive según el Espíritu es salvo y el que vive según la carne es condenado.

martes, 30 de mayo de 2023


 

El eterno amor de Dios

 «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio del aquel que nos amó… Estoy seguro que ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:37-39).

Los principales privilegios del creyente:

Paz con Dios (5:1-11).

Unión con Cristo (5:12-6:23).

Libertad en relación con la ley (7:1-25).

La vida en el Espíritu (8:1-27).

Seguridad en el amor Divino (8:28-39).

De este último nos vamos a ocupar ahora. Como hemos dicho, estos últimos versículos de Romanos 8 son un gran repaso de la acción de Dios a favor del creyente desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Todo movimiento suyo siempre ha sido informado por su amor inexplicable hacia nosotros los que somos sus atesorados hijos (v. 29 a 30). Ahora vamos a entrar con un poco más de detalle en las cinco etapas del mover de Dios en nuestra salvación que son: conocimiento previo, predestinación, llamamiento, justificación y glorificación.

El texto habla de “los que antes conoció” (8:29). Puesto que es un tema un poco complicado, vamos a mirar lo que dice el comentarista John Stott acerca de este punto. La referencia es a los que Dios conoció de antemano. Los hay que creen que Dios ve con antelación aquellos que van a creer, y que este conocimiento previo es la base de su predestinación. Este comentarista no opina así “porque entonces la base de su salvación se encuentra en sí mismas y sus méritos, en lugar de concentrarse en Dios y su misericordia, mientras que todo el énfasis de Pablo recae sobre la libre iniciativa de la gracia de Dios”. Sigue explicando que el verbo “conocer” significa una relación personal de cuidado y afecto, como, por ejemplo, cuando Dios “conoció” a los hijos de Israel en el desierto, se ocupó de ellos (Oseas 13:5). Israel fue el único pueblo de la tierra que Dios “conoció”, es decir, amó y eligió, y con el cual concertó un pacto: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (Amos 3:2). (Ver Rom. 11:2). “El conocimiento previo es el amor que distingue” (Murray). (Ver Deut. 7:7s; Ef. 1:4s). Stott dice: “la única fuente de la elección y la predestinación divinas es el amor divino”. 

      A los que Dios conoció de antemano, o amó de antemano, que es lo mismo, “también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo” (v. 29). Predestinar significa decidir de antemano, como en Hechos 4:28. “En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijo suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef. 1:5). “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). Lo que sí está muy claro es que el amor de Dios está detrás de su conocimiento previo y de la predestinación nuestra, de nosotros los que somos hijos de Dios.     

Enviado por el Hno. Mario Caballero

Los cristianos y la muerte según la Palabra

 Tienes acceso al tema de epígrafe en el Canal, a continuación has clic en el vínculo que aparece abajo

    https://www.ministeriotv.com/video/los-cristianos-y-la-muerte-segn-la-palabra-26124


La familia y la muerte

 Te dejo el enlace al tema para que no pierdas esta edificante enseñanza, haz clic abajo para ir al Canal y escuchar

https://www.ministeriotv.com/video/la-familia-y-la-muerte-26123


Seguridad en medio del sufrimiento

 “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados; porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hecho conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:28, 29).

Lectura: Romanos 8:26-29.

            El que ama a Dios mira a su alrededor y gime con la creación, gime con los males de su cuerpo físico, y gime con el estado de la sociedad en su rebeldía contra Dios. Ora, y el Espíritu Santo convierte sus gemidos en suplicas inteligibles a los oídos de Dios, en peticiones conforme a la voluntad de  Dios. El creyente tiene esperanza en Dios, porque un día tendrá un cuerpo nuevo, la naturaleza será redimida, y vivirá en un mundo de justicia y paz bajo el gobierno de su amado Salvador y Rey. ¿Pero qué del presente? En el presente tiene el enorme consuelo de saber que todo lo que Dios está permitiendo contribuye a su bien, a largo plazo, y que este bien es que él sea cada vez más como Cristo.

            Dios está cambiándonos por medio de todo lo que pasamos. Es muy fuerte lo que sufrimos, y gemimos, pero, a la vez, nos consolamos sabiendo que todo lo que pasamos tiene la finalidad de hacernos más como Cristo. Dios nos escogió con este propósito, el de cambiarnos: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, es decir, semejantes a Cristo.

Cristo es el modelo perfecto de hombre. Yo tengo mis más y mis menos. Dios sabe de qué pie cojeo, y me hace pasar por las experiencias necesarias que me vayan a cambiar. Cuando sufrimos la pregunta no es: “¿Qué tengo que aprender en esta experiencia tan dolorosa?”, como si fuese un aprendizaje intelectual, sino más bien, “Señor, ¿qué cosas quieres cambiar en mí?”. Vivo con personas complicadas. “Señor, ¿qué quieres cambiar en mí?” Puede ser que quiere enseñarme a amarles a pesar suyo. Puede ser que quiere que aprenda a perdonar, o a tener paciencia, o a corregirles con amor, o a interceder. Tengo mucho dolor en el cuerpo. Señor, ¿qué quieres cambiar en mí? Puede ser que quiera hacerme más dulce, que deje de pensar en mí misma y piense en otros que también sufren, que tenga más brillante mi esperanza del futuro con Él, que tenga gozo a pesar del dolor para ser testimonio a los que me rodean. En lugar de pedir que me quite el dolor, voy a pedir que sirva para hacerme más como Cristo.

Cuando sufrimos por cuestiones de salud o a causa de la gente que nos rodea, en lugar de pedir que Dios cambie a esta gente, o a mis circunstancias, pidamos que salgamos como mejores personas debido a lo que hemos pasado. La alternativa es amargarnos. Culpar a Dios porque no nos escucha. Quejarnos y hacer sufrir a cuantos nos rodean. El sufrimiento puede acercarnos a Dios o alejarnos de Él. Clamamos a Dios pidiendo que nos libre del sufrimiento, y, a la vez, el Espíritu Santo dentro de nosotros intercede por nosotros, gimiendo que seamos más como Cristo, que seamos dóciles en manos de Dios, receptivos, que le escuchemos y que respondemos, sometiéndonos a su voluntad, y que seamos transformados por medio del dolor a la imagen del Hijo de Dios. Que así sea.

Enviado por el Hno. Mario Caballero

viernes, 26 de mayo de 2023




 

La esperanza cristiana

 “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19).


Lectura: Romanos 8:19-25.


            No creemos el evangelio solamente porque es cierto, sino también por la esperanza futura que aporta: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Cor. 15:19). Tenemos una esperanza que se extiende mucho más allá de la tumba, al día glorioso cuando resucitaremos a una nueva creación de belleza que excede lo más espectacular que ofrece este mundo ahora. Compartimos esta esperanza maravillosa con las plantas y los animales, ríos y montañas. Todos esperamos ansiosos el día del Señor, cuando Cristo venga para restaurar todas las cosas a una hermosura que supera la original. ¡Aun Jerusalén tendrá un río en medio!, cosa que no conoce ahora: “Del río su corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de la moradas del Altísimo” (Salmo 46:4; Ap. 22:1, 2; Ez. 47:1-7). Los hombres estarán en paz y la naturaleza prosperará: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios le ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra” (Salmo 46:5, 6). Y hará una creación nueva. El Jardín de Edén es un pálido reflejo de la nueva creación de Dios: “El día del Señor vendrá… y los elementos ardiendo serán deshechos… pero nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:10-14). Nuestra esperanza es brillante. Indescriptible. Esperamos un mundo bellísimo, las naciones unidas en amor, la naturaleza preciosa y hermosa, y justicia perfecta bajo el gobierno de un Rey hermoso, amoroso y potente y absolutamente justo. ¡No hay ninguna religión que ofrece una esperanza mejor!



“¡El anhelo ardiente” de la creación es que Cristo venga! Nosotros esperamos, la naturaleza y toda la creación espera; gemimos con ella. Anhelamos este día en que “la creación será librada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloria de los hijos de Dios” (8:21). Vemos corrupción y desintegración por todas partes, gemimos y recordamos la promesa de Dios y tenemos esperanza. Vemos enfermedad y muerte y gemimos. Vemos odio y matanza, y gemimos: “Toda la creación gime a una… y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo; porque en esperanza fuimos salvos” (8:22-24). Hemos recibido el perdón de nuestros pecados, paz con Dios, y una nueva vida, pero esperamos mucho más. Tenemos el Espíritu Santo como comprobante de que un día todo lo que esperamos será hecho realidad. “La esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” (8:24). Obviamente. “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (v. 25). ¡Gemimos con paciencia! Abrimos la televisión. Vemos imágenes horribles. Gemimos y esperamos. Vivimos en la realidad de dolor, sequía, injusticia, guerra, terrorismo y muerte. Oramos (8:26), y clamamos a Dios para que todo esto acabe y Cristo vuelva para establecer su reino de justicia y paz. Preguntamos con los discípulos: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6), y Él responde: “No os toca saber los tiempos, pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:7-8). Y habiéndolo dicho, se fue. Esperamos que vuelva. Pero mientras tanto tenemos que orar y llevar el evangelio a un mundo que gime.  


Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 25 de mayo de 2023




 

Herederos, sí . . .

 “Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16, 17).

Lectura: Romanos 8:14-18.

      Nos identificamos con Cristo en su muerte y resurrección, y también en su vida de resurrección, vida que también participa de su sufrimiento por la iglesia en las persecuciones que ella está pasando. Hasta ahora todo ha sido muy bonito. En Cristo tenemos perdón de pecados, una nueva vida de justicia, y finalmente heredaremos todas las cosas. Seremos herederos juntamente con Cristo de una herencia incalculable. Ya ha dicho Pablo que por la justicia de la fe Abraham y su descendencia serán herederos del mundo (4:13). Todo es nuestro en Cristo, pero esto es únicamente si sufrimos juntamente con Él. Si alguien abandona la fe a la hora de la persecución, no será salvo y no heredará nada, sino que sufrirá la condenación: “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Tim. 2:12). ¿Cómo se sabe que una persona realmente se ha convertido a Cristo? Persevera hasta el final. Por un lado, el Espíritu le guarda hasta el final, y por otro, no niega a Cristo. Hemos de padecer con Él para ser glorificados con Él.

      Vendrán tiempos terribles: “El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por cusa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:21, 22). Esto es lo que profetizó el Señor Jesús. Hemos de conservar nuestra fe en medio de persecuciones y aflicciones.

El apóstol Pablo es muy consciente de esto, pero mira más allá de las aflicciones a la gloria venidera: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (v. 18). No vivamos fijando la vista en todos nuestros problemas, y en las cosas terribles que están pasando a nuestros hermanos a través del mundo entero, sino en el galardón que nos espera: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2, 3).

Pablo tenía muy claro que el sufrimiento presente no es nada en comparación con la gloria que nos espera: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). Él pasó por muchas tribulaciones y se mantuvo gozoso con esta esperanza. Cuánto más se aumentan los problemas y se acercan los peligros, más hermosa luce nuestra herencia eterna. Somos coherederos con Cristo y ni podemos imaginar todo lo que el Señor tiene esperándonos. Padecemos juntamente con él, ¡muy cerca de él!, compartiendo su sufrimiento, para luego compartir su gloria. Los cristianos de antes cantaban: “Si sufrimos aquí, reinaremos allí, en gloria celestial; si llevamos la cruz por amor a Jesús, la corona él nos dará”.

Enviado por el Hno. Mario Caballero

miércoles, 24 de mayo de 2023




 

Dios nos a dado talentos y dones

 Te comparto el enlace hacia el Canal para que escuches el tema de epígrafe, visita

https://www.ministeriotv.com/video/dios-nos-a-dado-talentos-y-dones-26111


La fe que salva

 “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 3:28; 4:3).


            La Biblia es muy práctica cuando habla de la fe que salva. No la define en términos de doctrinas que uno tiene que creer, sino que pone a Abraham como ejemplo de la clase de fe necesaria para conseguir justificación delante de Dios. La fe cree a Dios y le obedece, aunque sea a un coste personal muy alto. Por la fe Abraham salió de la ciudad donde había vivido toda la vida, una ciudad moderna donde la gente vivía en casas sólidas, para vivir en tiendas como nómada en el desierto, donde no había ni caminos, para seguir a Dios por dondequiera que le llevase, porque creía que Dios le iba a dar un país, y que lo iba a llenar de descendentes suyos cuando no tenía hijos y era demasiado mayor como para tenerlos. Y hoy día la persona que tiene fe hace lo mismo. Sale del mundo, donde está bien afincado, por el desierto, digamos, rumbo a una ciudad eterna no hecha de materiales tangibles, para un lugar que nunca ha visto, porque cree que Dios se lo va a dar de herencia. Tiene fe en que Dios le va a dar una descendencia espiritual, una familia de la fe, mucha gente, con los cuales va a habitar en este País para siempre.



Recibe lo que Dios le ha prometido por medio de la fe, sin tener en cuenta lo imposible que es que Dios se lo dé. El cuerpo de Abraham ya no le podía dar hijos, y la de Sara, menos, pero no se fijaba en lo visible, sino en lo que Dios le había prometido. El creyente, lo mismo. Recibe las promesas de Dios, las cree por fe, y da por hecho que va a recibir lo que Dios le ha dicho que le va a dar. No depende de lo que ve, sino de lo que Dios le ha dicho. Pasaban los años y era cada vez más difícil que Dios cumpliese su palabra, pero la fe de Abraham no se debilitaba, ¡sino que crecía!



La fe supera pruebas. Cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo, Abraham tuvo la fe para creer que aunque su hijo estuviese muerto, Dios todavía podía darle descendentes de él. El creyente sigue creyendo las promesas de Dios aun cuando se complican las cosas tremendamente. Obedece, no importa lo que Dios le pide, y lo hace con fe en que Dios todavía cumplirá lo que ha prometido.



Cuando murió Sara, Abraham estaba viviendo en la tierra que Dios le había prometido, pero no era suya, ni un metro cuadrado. Tuvo que comprar una pequeña parcela donde enterrar a su esposa. Y cuando Abraham murió todavía no tenía las escrituras de su terreno. Solo era dueño del pequeño cementerio, pero creyó que un día aquel país sería suyo, esto es, que Dios le resucitaría y que entraría en su herencia. Lo mismo que nosotros. Lo que Dios realmente le prometió no era el país de Israel, sino el mundo entero (v. 13), “nuevos cielos y nueva tierra donde mora la justicia”, y los hijos de Abraham, los que compartimos la fe de Abraham, sabemos que esto es lo que vamos a heredar, un nuevo mundo que Dios creará de la nada, como suele hacerlo, cuando vuelva nuestro Señor Jesucristo. La fe de Abraham tuvo el mismo contenido que la nuestra, y esta es la fe que salva. Conduce a una relación de confianza con/en Dios: Abraham fue llamado el amigo de Dios. Éstos son los que le conocen. Porque cuando le conoces, sabes que todo lo que dice es verdad. Esta es fe. 


Enviado por el Hno. Mario Caballero

martes, 23 de mayo de 2023






 

Por amor de vosotros

 “Fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20).


Pedro está explicando la motivación detrás del sacrificio de Cristo: lo hizo por amor a nosotros. El amor de Cristo para nosotros, y para él en concreto, le conmovió a Pedro. Pudo recordar aquel día cuando Cristo fue sacrificado por amor a él. Le había negado la noche anterior. Su amor por Jesús no fue lo suficientemente fuerte para darle valor para confesar que le conocía y que era uno de sus discípulos. Delante de las acusaciones de las criadas lo había negado tres veces. El amor de Jesús, en cambio, no falló. Jesús no negó quién era cuando Pilato se lo preguntó, aun sabiendo que las consecuencias para él serían la muerte. Jesús había sido valiente, pero no fue su valor lo que le fortaleció para soportar la cruz, sino su amor. Pedro había creído que su valor le daría fuerzas para defender a Jesús, pero no se trata de valor, sino de amor.


Fue por eso que, cuando Jesús se encontró con él después de la resurrección, le preguntó si le amaba. Pedro luchó con la pregunta. Reconocía que le quería, pero tuvo que admitir que su amor por Jesús no estaba a la altura necesaria para poner su vida por él. Cuando Jesús le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17). Pedro era consciente de que el Señor sabía exactamente cuál era la profundidad de su amor y hasta dónde llegaba. Frente a la honestidad de su confesión, Jesús le encomendó una gran obra. El Señor conoce las limitaciones de nuestro amor. Si es pobre, pero sincero, lo acepta, y nos sirve de motivación para nuestro servicio a él.


Muchos años más tarde, Pedro está escribiendo su epístola universal. No puede por menos recordar su pobre amor por Jesús y el amor tan grande de Jesús por él que le llevó a la Cruz. Escribe a sus lectores, con la memoria de la Cruz todavía fresca en su mente, acerca del valor de la sangre de Jesús que fue derramada por ellos y hace constar  la motivación de Jesús al hacerlo, para incrementar su amor para él, amor que les dará el valor necesario para serle fieles al Señor en la persecución que seguramente tendrán que soportar por amor a su nombre.


Enviado por el Hno. Mario Caballero

lunes, 22 de mayo de 2023

La familia y los talentos

 Ya puedes escuchar la escuela bíblica dominical de esta semana disponible para ti en el Canal, sigue el vínculo provisto a continuacion, te esperamos

https://www.ministeriotv.com/video/la-familia-y-los-talentos-26102


La mayordomía en la Biblia

 Te esperamos en el Canal, no queremos que te pierdas este tema con bases en la Palabra y siéntete libre de compartir el enlace, visita

https://www.ministeriotv.com/video/la-mayordoma-en-la-biblia-26101


En estos días

 “Quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no guardaron su dignidad; como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puesto por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Judas 5-7).

            En este pasaje el apóstol nos está recordando cosas que ya sabemos, pero que nos hace bien tener siempre presentes, sobre todo en estos días en que vivimos, en medio de una sociedad que ha ido contra naturaleza e insiste en que este es el camino que debemos aceptar. Lo que dice Judas sirve para avivar nuestro temor a Dios. Quiere que tengamos muy presente que hay tres clases de seres que se condenan y esperan un fin terrible: los de Israel que profesaron fe cuando salieron de Egipto, pero después mostraron que no eran creyentes cuando sucumbieron a la tentaciones en el desierto; los ángeles que se juntaron con Lucifer en rebeldía contra Dios y fueron arrojados del cielo y están esperando en prisiones eternas para el juicio del gran día; y los habitantes de Sodoma y Gomorra. Hay tres grupos representados: los ángeles, los falsos israelitas y los del mundo. Cada uno tuvo su prueba para determinar si se iban a condenar o salvar. Los ángeles tuvieron que decidir ser fieles a Dios o levantarse en oposición a su gobierno. Los israelitas tuvieron que decidir si iban a tener fe en Dios frente a las dificultades de la vida o si iban a actuar igual que los no creyentes, quejándose, y culpando a Dios. Y los habitantes de Sodoma y Gomorra tuvieron que decidir si iban a participar en los vicios de los demás, contra sus consciencias y sentido común, o si iban a destacar por ser diferentes, como Lot. Los que fallaron en la prueba fueron condenados.

            El apóstol Judas después dirige esta exhortación a los creyentes fieles: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios… A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y a otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (v. 20-23). Aquí hay también tres grupos de gente: gente buena que no terminan de entregarse al Señor para ser salvos. A éstos hay que convencerles, contestar a sus dudas y mostrarles el evangelio para que crean. Es un trabajo intelectual de conversar y proveer respuestas para sus preguntas. Luego los hay que van derechos al infierno. A éstos hay que asirlos y arrastrarlos de sus llamas. Luego hay otros, personas débiles, dignas de lástima, que viven en el pecado de la carne, simbolizado por ropas viles. Dado el contexto de la carta y los vicios ya mencionados por el apóstol, podemos imaginar cuáles eran los pecados que los arrastraban al infierno. A éstos hay que tener misericordia con temor, para no ser contaminados con sus propios pecados, “aborreciendo la ropa contaminado por su carne”.

            El creyente tiene que atender a sí mismo mientras intenta salvar a otros. Tiene que estar en la Palabra, edificándose en su “santísima fe”, y orando en el Espíritu Santo: la Palabra y la oración. A esto somos llamados, a cuidarnos espiritualmente para no contaminarnos con el mundo, y a usar las fuerzas que recibimos de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo, por medio de la oración, para salvar a otros.

Enviado por el Hno. Mario Caballero

viernes, 19 de mayo de 2023

La base del juicio

 “Porque todos los que sin la ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados” (Romanos 2:12).

Se cuestiona cómo será el juicio de Dios para los que no han oído el evangelio. Algunos opinan que Dios es injusto si los condena. Aquí, Pablo se dirige a estas preguntas. La base del juicio es la ley de Dios. Los que han transgredido la ley son culpables y padecerán las consecuencias.

Nuestra sociedad funciona de igual manera. Estamos acostumbrados a recibir multas si hemos superado la velocidad, aun cuando no sabíamos cuál era el límite. La diferencia entre conducirnos por la autopista y conducirnos por la vida es que para aprender a conducir el coche estudiamos el código. Vamos a clases de conducir y pasamos horas haciendo pruebas en preparación para el día cuando nos presentarnos para el examen que determinará si conducimos o no. En cambio, Dios nos va a examinar no de la teoría, sino de la práctica de su ley, de cómo hemos vivido: “No son los oidores de la ley los justos antes Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (2:13). ¡Lo sorprendente es que la gente ni siquiera estudia su ley para prepararse! Ni la conocen, ni la estudian, y no la ponen por práctica. Si les preguntamos si conocen la ley que Dios usará para juzgarles, dirán que no les interesa. No quieren saber nada del examen que determinará dónde pasarán la eternidad.

¿Cómo debemos vivir? ¿Qué espera Dios de los seres humanos? Está todo escrito en blanco y negro, no es ningún secreto. Nos incumbe empaparnos de la Palabra de Dios como si estuviésemos estudiando para el examen de conducir. ¡Si no aprobamos no llegaremos al destino que deseamos!

¿Qué pasa con los que nunca han visto una Biblia? “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones,  acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (2:14, 15). Los que conocen la ley de Dios serán juzgados por ella, y los que no la conocen, también, porque está escrito en sus corazones y en sus conciencias. La persona que nunca ha leído la Biblia sabe que Dios existe por la creación, sabe que es eterno, que debe darle gracias y adorarle (1:20). También sabe que ciertas cosas están bien y otras cosas están mal. Es capaz de juzgar a otros por su envidia, homicidio, contienda, engaño, arrogancia, desobediencia a sus padres, infidelidad y crueldad (1:29, 30), pero no a sí mismo.

Cada día se condena la violencia de género, la corrupción y las atrocidades de Daesh, sin embargo, los que condenan a otros son desleales en el matrimonio, no honran a sus padres, son deshonestos en el trabajo, y no tienen misericordia de los millones de este planeta que sufren. Con ello, se condenan a sí mismos. La ley de Dios está escrito en el corazón y la conciencia de cada ser humano y Dios condenará a cada uno justamente por no jugarse a sí mismo como juzga a otros. Si lo hubiese hecho, habría buscado la manera de conseguir el perdón de pecado, habría clamado a Dios y Él les habría mostrado el camino del perdón. Pero, porque no lo han hecho, son culpables.

Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 18 de mayo de 2023







 

Devoción total a Cristo

 “Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto” (1 Cor. 10:5).

No podemos adorar al Señor y a los ídolos o a nuestra carne a la vez.
Israel intentó hacerlo:
Fueron bautizados  en el mar y comieron del maná y bebieron del agua del la Roca (1 Cor. 10:2-4), pero combinaron esto con el culto a los ídolos. No se puede desear a Dios y lo malo. Las dos cosas no son compatibles. “Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a bailar. No forniquemos, como algunos de ellos fornicaron” (v. 7, 8). Comieron, bebieron, balaron, y a la cama. Creían que estaban agradando a Dios, pero cayeron: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (v. 12). Hemos de poner de nuestra parte para no caer en la tentación: “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (v. 14). Al mismo tiempo, Dios siempre proveerá una salida: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podíais soportar:” (V. 13). Nosotros huimos y Dios abre la puerta de salida.

Los corintios:
Tienen que aprender del ejemplo de los israelitas: “Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron” (v. 6). Codiciar es tener malos deseos. Es ir al campo del diablo. “No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios” (v. 21). No se puede mezclar la adoración al Señor con la adoración a los ídolos, porque ofrecer sacrificios a los ídolos, es ofrecer sacrificios a los demonios (v. 20), y evidentemente no se puede adorar a Dios y al diablo a la vez.

Nosotros:
Nadie hoy día ofrece sacrificios a los ídolos. Los veneran, oran a ellos, se arrodillan delante de ellos para pedir su ayuda, pero no los adoran. Sin embargo, aun tener figuras y venerarlos está prohibido por Dios (Éx. 20:2-5). Dios quiere nuestra total devoción. No quiere compartir nuestro afecto con estatuas. Lo mismo es cierto con los que son devotos de su propia carne. No se puede servir a Dios y a nuestra carne: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones” (Gal. 5:24). Hemos muerto al mundo, la carne y al diablo. No podemos servir a Cristo e ir a fiestas donde comen, beben, bailan y tienen sexo. No es compatible con ser creyente, ni con la total devoción a Cristo que Dios exige. No podemos servir a Dios y a nuestra carne.

Conclusión:
Nuestra devoción a Dios ha de ser total, en todo lo que hacemos, no solo en lo que creemos, sino también en todo lo que hacemos cuando no estamos en el culto. Un corazón dividido Dios no quiere. Por lo tanto: “Si pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la  gloria de Dios” (v. 31). En el culto bebemos de la copa para recordar la muerte de Cristo. Pues, que no bebemos de otra manera fuera del culto que ponga en tela de juicio nuestra sincera devoción a Cristo. 

Enviado por el Hno. Mario Caballero

miércoles, 17 de mayo de 2023

Qué significa tener fe

 Dios “justifica al que es de la fe de Jesús… Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley  (Romanos 3:26, 28, RV).

“Dios declara a los pecadores justos a sus ojos cuando ellos creen en Jesús… Así que somos declarados justos a losojos de Diospor medio de la fe y no por obedecer la ley” (Romanos 3:26 y 28, NTV).

Lectura: Romanos 3:26-29

            Así que Abraham es padre de todos los salvos por la fe, con o sin la circuncisión. ¿Qué, pues, significa tener fe/creer en Dios?

            Muchas personas piensan que tener fe es creer que Dios existe. Otros creen que la fe significa creer que “tiene que haber un algo”. Otros piensan que significa llamarte católico o protestante. Otros piensen que significa ser afiliado con una iglesia. Abraham es la definición de lo que significa tener fe. De su ejemplo aprendemos que la fe es creer que Dios puede crear de la nada por su mera palabra, que llama a la existencia; que Dios puede dar vida a los muertos; que Dios es un Dios de milagros; que el milagro supremo suyo es dar vida a un muerto.

Una cosa es crear de la nada, pero más difícil aún es dar vida a un muerto de la misma manera que es más fácil edificar una casa nueva que rehacer una que está en ruinas. Creyendo todo esto acerca de Dios, Abraham creyó que, aunque era demasiado mayor para tener hijos, Dios pudo o bien crearle un hijo de la nada, o dar vida a su cuerpo para darle un hijo por vía natural. Esto es muy interesante. Dios puede dar vida a nuestro cuerpo muerto o crearnos un cuerpo nuevo. Esto es lo que todo cristiano cree que Dios hará cuando Cristo vuelva.

En cuanto a sus hijos inconversos, cree que Dios puede darles vida espiritual, resucitando la fe que tenían de niño, o creando fe por primera vez en sus corazones. Tener fe es creer que Dios hará algo que es humanamente imposible. Fe es creer a Dios, no en Dios; es creer lo que Dios ha dicho. Es creer en un Dios vivo que da vida; es creer que hará lo que ha prometido; es no mirar la dificultad, sino fijarse en Dios.

La fe es algo vivo, dinámico, poderoso. ¡Es algo muy grande! Esto no es lo que la gente entiende por fe, pero es lo que Dios considera fe, y es esta fe la que salva, una fe grande en un Dios que obra milagros: “Abraham siempre creyó la promesa de Dios sin vacilar… Abraham estaba plenamente convencido de que Dios es poderoso para cumplir todo lo que promete” (4:20, 21).

            Cuando preguntamos a personas de la calle si creen en Dios, es necesario definir la palabra “fe” para que nos comprendan. Si son honestas, tendrían que admitir que no tienen esta clase de fe en Dios. No son ateos, ni agnósticos, sino incrédulos. Si preguntamos a un judío si cree en Dios, hace falta que tenga la fe de Abraham para llamarse hijo de Abraham. Abraham creía que Dios le daría un país y gente para habitar en él. Nosotros sabemos que ya lo ha hecho. ¿Cree el judío hoy que Dios puede hacer aún más, que puede darles un país perfecto y justo, donde pueden vivir en paz con todo el mundo que tiene la fe de Abraham? Menos no es digno de Dios. Esto es lo que Abraham creyó, Gen. 12:1-3. Lo mostró saliendo de Ur creyendo que Dios le llevaría a este país. Todo creyente de verdad cree lo mismo: que Dios le va a llevar a un país precioso y llenarlo con otros creyentes como él. Deja el mundo para seguir a Cristo para heredarlo. Esta es la fe que salva o bien a un judío o bien a un gentil.  

Enviado por el Hno. Mario Caballero

martes, 16 de mayo de 2023




 

Orden perfecto

 “En el principio Dios creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Gen. 1:1, 2).


El segundo versículo de Génesis es tremendo. Describe cómo estaba la tierra antes de la intervención creativa de Dios. Es la ante-creación. Dios es orden, plenitud y luz. Dios es vida. La tierra estaba desordenada, vacía, y sumergida en densas tinieblas. Sigue la historia de la creación (Gen. 1-2). El pecado entró en este mundo y con él la muerte (Gen. 3). Job aptamente describe la muerte: “Antes que vaya para no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte; tierra de oscuridad, lóbrega, como sombra de muerte y sin orden, y cuya luz es como densas tinieblas” (Job 10:21, 22). La muerte es: “densas tinieblas, sin orden”.



La historia de la Biblia es la historia de cómo Dios hace una nueva creación. A los que vivíamos en tierra de sombra de muerte, nos ha dado luz y nos convierte en “hijos de luz”: “Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tes. 5:5). “Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Tim. 1:10). Hemos nacido de nuevo. Somos una nueva creación en Cristo (2 Corintios 5:17), pero todavía vivimos en la vieja creación. Estamos esperando, “según sus promesas,nuevos cielos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Y también habrá luz y orden y vida. ¿Dónde están estas promesas? ¡En los profetas! Is. 65, 66 habla de nuevos cielos y tierra nueva. ¡Y Ez. 40-48 habla del perfecto orden en esta nueva tierra!

Si tú tenías que dibujar el “orden”, ¿cómo lo harías? Es un concepto abstracto. ¿Cómo se puede plasmar orden en la casa de Dios, orden en la Ciudad de Dios, y orden en Tierra Santa? Esto es lo brillante de estos capítulos de Ezequiel. Describe un Templo simétrico, equilibrado, armonioso, con todo en su lugar perfecto para representar orden. ¿Tú iglesia es así? Luego describe una Ciudad hermosa, espaciosa, bien distribuida, con cada cosa en su lugar, un espacio adecuado para cada persona y entidad, con los gobernantes ocupando su lugar correcto, sin salir de ello. Reina la justicia bajo el gobierno de Dios. ¿Tú ciudad es así?


Luego describe un país correctamente distribuida entre todos sus habitantes, con una parcela fértil para cada familia, donde no puede haber pobreza porque cada uno tiene lo suficiente para poder abastecerse. Todos viven en paz y armonía. ¿Tú país es así? ¡El profeta está hablando de los cielos nuevos y la tierra nueva que nosotros esperamos, donde mora la justicia!  ¿No te conmueve la manera tan brillante de Dios de plasmar esta realidad espiritual y escatológica utilizando símbolos materiales? ¡Allí es donde vamos a morar! Habrá orden perfecto. Estos capítulos de Ezequiel corren paralelos a los de Apocalipsis.

Los profetas están diciendo lo mismo que los escritores del Nuevo Testamento, pero está la Cruz en medio, con la inclusión de los gentiles convertidos en la familia de Dios. Al final de la Biblia tenemos el orden perfecto que se perdió cuando entró el pecado en el universo. La Biblia va desde el desorden hasta el orden por medio de la salvación que está en Cristo. Dios ordenó su universo mediante la Cruz: “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”. ¡Alabado sea nuestro maravilloso Dios!


Enviado por el Hno. Mario Caballero

lunes, 15 de mayo de 2023




 

Jesús, el profetizado

 “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y guardarán mis estatutos, y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, donde habitaron vuestros padres. En ella habitarán ellos, sus hijos, y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será por príncipe de ellos para siempre” (Ez. 37:24-25).

 

Fue muy difícil para los judíos aceptar a Jesús como el cumplimiento de las profecías. Los cristianos lo damos por sentado, pero los que fueron formados en las Escrituras lo encontraron muy difícil cambiar de mentalidad y aceptar a un Mesías crucificado, Hijo de Dios, en el lugar de un mesías humano, guerrero triunfante, defensor de Israel y rey inmediato sobre el trono de su padre David. Esperaban la continuación de la dinastía de David, de acuerdo con las profecías: “Hice pacto con mi escogido; juré a David me siervo diciendo: para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones” (Salmo 89:3). Estas Escrituras aún esperan su cumplimiento.  

 

Esto explica porque los dos revolucionarios sionistas que murieron con Jesús le insultaban, porque ellos, sí, habían luchado por la independencia de Israel, ¡y estaban pagando por ello con sus vidas!, mientras que Jesús, que pretendía ser rey, no había hecho nada para librar a Israel de Roma: “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, una a la derecha, y otro a la izquierda… Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que están crucificados con él” (Mat. 27:38, 42, 44). Hemos de entender que los romanos no solían crucificar a ladrones. Esta muerte estaba reservado por los que se sublevaban contra Roma. Se supone que el que encabezaba el grupo terrorista fue Barrabás, y que la cruz de en medio estaba reservada para él, el peor de los insurreccioncitas, pero lo ocupó Jesús en su lugar (y en el mío). Solo cuando se entiende la otra serie de Escrituras, puedes comprender que Jesús, sí, es el Rey prometido. Después de observar a Jesús, colgado a su lado durante horas, surgió esta conversación: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23: 39-42). ¡Comprendió que Jesús era el Mesías, el Rey de Israel, que su reino no era político, y que iba a resucitar y volver a la tierra para reinar!

  

            Esto también explica por qué lo que Mateo hace resaltar en su relato de la crucifixión no son los detalles de la muerte de Jesús, sino las Escrituras que él cumple al morir, porque solo esto iba a convencer a los judíos de que Jesús era el Cristo. Aquí tenemos algunos de estas Escrituras: Zac. 11:12, 13; Salmo 22:1, 6-8, 12-18; Salmo 69:19-21; Is. 50:6; Is. 52:13; Is. 53:4-9. Por eso, Pedro citó el Salmo 16, el profeta Joel, y el Salmo 110:1 en el día de Pentecostés para que la gran multitud que había acudido comprendiese que tanto el Espíritu Santo como Jesús de Nazaret vinieron en cumplimiento de las Escrituras (Hechos 2:17-21 y 25-28 y 34, 35). Por eso, dijo Felipe a Nataniel: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas” (Juan 1:45), porque esto es lo que cuenta.


Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 11 de mayo de 2023


 

Nuestra herencia

“Asídividiréis esta tierra entre vosotros según las tribus de Israel. Y echaréis sobre ella suertes por heredad entre vosotros, y entre los extranjeros que moran en medio de vosotros y hayan tenido hijos entre vosotros; ellos serán como naturales entre los hijos de Israel; echarán suertes con vosotros para tener heredad entre las tribus de Israel. Y sucederá que en cualquier tribu donde habita el extranjero, allí mismo le daréis su heredad, dice Adonay Yahvé” (Ez. 47:21-23).

            Estos días hemos estado hablando del futuro de Israel ¡y el nuestro! Compartimos la misma heredad: “Así pues ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois conciudadanos con los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:19). No hay una herencia para los judíos y otra para los cristianos; todos somos hijos de un mismo Padre. En Cristo formamos parte de la gran familia de Dios. Es lo mismo que dice Isaías: “Llegará el tiempo de congregar a todas las naciones y lenguas, y vendrán y contemplarán mi gloria… Todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos, en caballos, en carros y en literas, en mulos y dromedarios hasta mi Santo Monte en Jerusalem… y ente ellos escogeré sacerdotes y levitas, dice Yahvé. Porque así como los nuevos cielos y la nueva tierra que voy a hacer permanecerán delante de Mí, dice Yahvé; así permanecerá vuestro linaje” (Is. 66:18-22). Cuando el profeta dice que algunos de estos extranjeros servirán como sacerdotes, comprendemos que no es literal, porque fue prohibido por la ley. Significa que en Cristo ya “no hay judío ni griego” (Gal. 3:28). Todos hemos sido acercados a Dios por la misma Sangre para ser herederos de Dios. Las promesas dadas a los judíos son nuestras.

Los escritores de nuestros himnos siempre han reconocido y celebrado esta verdad:

De toda tierra y raza, de naciones lejanos, como soldados que vuelven a casa victoriosos de una guerra, escuché la innumerable multitud de santos levantar un himno gozoso y triunfante en alabanza al que murió y vive por los siglos de los siglos.

Vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalem, descender del Cielo, una novia adornada con diadema enjoyada; el río de agua cristalina fluía por la calle de oro; y las naciones trajeron allí sus honores y los pusieron a sus pies.

Y allí no hace falta el sol, o la luna para alumbrar la noche, la gloria de Dios es su lumbrera, el Cordero mismo es la luz; y allí sus siervos le sirven día y noche, la larga batalla de la vida terminada, reinan para siempre con Él, su Salvador y Rey.

O grande y gloriosa visión: ¡el Cordero en su Trono! ¡O visión maravillosa para que   la contemple el hombre! El Salvador con los suyos: para beber del agua de la vida y estar en la orilla donde nunca más entrarán la tristeza, el pecado o la muerte.

¡Oh Cordero de Dios que reina, Tú, brillante Estrella de la Mañana! Cuya gloria alumbra la nueva tierra que ahora vemos de lejos; o digno Juez eterno, cuando Tú nos llamas a venir, ábrenos las puertas de perla y llama a tus siervos a casa.


Por: Godfrey Thring

Enviado por el Hno. Mario Caballero

miércoles, 10 de mayo de 2023




 

Programa Especial

 Por si no tuviste oportunnidad de ver el programa especial aquí te comparto el enlace que te redirige al Canal, bendiciones

https://www.ministeriotv.com/video/presupuesto-familiar-26061

Cómo podemos llegar a ser justos

 “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por la obra de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:19, 20).

Lectura: Romanos 3:10-24

No llegamos a ser justos por cumplir la ley.

No. El apóstol ya ha descartado esta posibilidad. Justificar nunca fue el propósito de la ley, sino más bien mostrar el pecado. La ley sirve para hacer constar lo que está bien y lo que está mal. Nos dice lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer. Hemos de amar a Dios, no tener ídolos, guardar el sábado, honrar a nuestros padres, no matar, robar, mentir, codiciar, ni quitar del otro su esposo o sus bienes. Nadie ama a Dios como es debido, ni al prójimo como a sí mismo, por lo tanto, nadie ha cumplido la ley. Todos están igual y justamente condenados.



Pablo lo demuestra citando textos del Antiguo Testamento (v.10-18) sacados de los salmos y los profetas. Los versículos 10-12 proceden del Salmo 14:1-3: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido: no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.  El versículo 13 viene del Salmo 5:9 y del Salmo 40:3: “Porque en la boca de ellos no hay sinceridad; sus entrañas son maldad, sepulcro abierto es su garganta, con su lengua hablan lisonjas”. “Aguzaron su lengua como la serpiente; veneno de áspid hay debajo de sus labios”. El versículo 14 es del Salmo 10:7: “Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude”. Y los versículos 15-17 citan Isaías 59:7, 8: “Sus pies corren al mal, se apresuran para derramar la sangre inocente; sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ella fuere, no conocerá paz”. Así entiende el Antiguo Testamento el estado del hombre. La ley no salvó a nadie. Condena a todos.



Llegamos a ser justos por la fe.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y los profetas” (v. 21). No es una nueva religión que el apóstol Pablo ha inventado. El cristianismo no arranca de cero, sino continúa el camino del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento atestigua la perdición del hombre; el Nuevo Testamento presenta la solución. Juntos diagnostican el estado del hombre y recetan la curación. La salvación viene únicamente por la fe en Cristo: “La justicia de Dios (es) por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (v. 22-24). Todos son culpables por la ley y todos son salvos por la gracia como don de Dios por medio de la redención de Cristo. Su sangre expía el pecado. Así que Dios es justo y justifica al que cree en Cristo. 


Enviado por el Hno. Mario Caballero

martes, 9 de mayo de 2023




 

La ciudad

 “Él me llevó en visiones a la tierra de Israel, y me puso sobre un monte muy alto sobre el cual había como el armazón de una ciudad, hacia la parte del sur” (Ez. 40:2)

            Dios usó el plano de un templo para hablar a su pueblo de la santidad, y la figura de un río que salió del templo para hablar de los resultados de estar llenos hasta rebosar del Espíritu Santo. Usó un mapa de Israel para comunicar la idea de cómo será la vida en nuestra patria eterna donde mora la justicia. Y ahora vamos a ver cómo usó la semblanza de una ciudad para comunicar otro mensaje.

            La figura de la ciudad que Ezequiel vio en visión no era como un plano callejero de Barcelona, sino algo artificial y esquemático. Como bien dice el comentarista: “Ezequiel es un teólogo simbólico, no un arquitecto urbanista futurista”. Hay tres ideas principales que se desprenden de su visión de la ciudad. En primer lugar, era un lugar para todo el pueblo de Dios: “Y los que sirvan a la ciudad serán de todas las tribus de Israel” (v. 19). Había una parte reservada para huerto para dar de comer a los habitantes de la ciudad, pero los agricultores venían de todos los tribus de Israel. Las doce puertas también nos hablan de inclusión, de todo el pueblo, pues están representados hasta las tribus de José y Leví. El mismo simbolismo sale en la visión de Juan en el libro de Apocalipsis. Hablando de la ciudad dice: “Tiene un muro grande y alto, el cual tiene doce puertas… que son de las doce tribus de los hijo de Israel” (Ap. 21:12). Juan sigue hablando de sus cimientos: “Y el muro de la ciudad tiene doce cimientos, y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap. 21:14). De esta manera el apóstol une el Antiguo Testamento con el Nuevo, pues la ciudad pertenece a todos los creyentes de todas las dispensaciones. Los creyentes en el Señor Jesucristo somos herederos de las mismas promesas dadas a Israel (Ef. 2:12-22).

            Como en el caso del templo de Ezequiel, esta visión no espera un cumplimiento literal, sino espiritual. Cuando los exiliados reconstruyeron la ciudad, Jerusalén no tuvo doce puertas. Hay realidades más importantes que las materiales, y éstas son las que el profeta está comunicando. Si la primera es estar todos juntos, todos a uno, la segunda es la idea de una vida productiva. La ciudad es un lugar de trabajo y actividad continuo. La gente está trabajando dentro de la ciudad y cultivando la tierra alrededor de ella. Claro, cuando Israel volvió de la cautividad la vida cotidiana se resumió como siempre. Este cumplimiento fue el primero, pero no el total, pues la perfección no se alcanzó, como vemos en la sociedad en tiempos de Jesús. Volvió a haber la misma corrupción y la misma pobreza que antes del exilio. Todavía estamos esperando el cumplimiento futuro cuando estaremos viviendo una vida “normal” dentro de las puertas de esta ciudad, tal como promete Isaías: “He aquí, yo creo nuevos cielos y nueva tierra, y de lo primero no habrá memoria… mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en la cosas que Yo habré creado. ¡He aquí, transformo a Jerusalem en alegría y a su pueblo en gozo!… Y ya no se oirán en ella voz de lamentos y llantos… Edificarán casas y morarán en ella; plantarán viñas y comerán sus frutos… No trabajarán en vano, ni parirán hijos para súbita ruina, porque son la simiente bendita de Yahvé… Y acontecerá que antes que clamen, Yo responderé; cuando todavía estén hablando, Yo ha habré oído” (Is. 65:17-25).  La vida será todo lo que siempre hemos deseado y mucho más, ¡veremos hasta dónde llega la creatividad de Dios! y sus buenos propósitos para su amado pueblo del cual tenemos la bienaventuranza de formar parte, por las riquezas de su gracia. 


Enviado por el Hno. Mario Caballero

lunes, 8 de mayo de 2023




 

Invitación

 Invitación a programa especial mañana martes con el favor de Dios, no te lo pierdas, te esperamos en el Canal, los detalles aquí 

https://www.ministeriotv.com/video/hablemos-de-finanzas-las-finanzas-segn-la-biblia-26056

Hablemos de finanzas, las finanzas según la Biblia

 Ya puedes acceder a este instructivo tema disponible para ti en el Canal, solo tienes que hacer clic en el vínculo que aparece a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/hablemos-de-finanzas-las-finanzas-segn-la-biblia-26056

La familia y las finanzas

 Escucha esta útil enseñanza dominical en el Canal, visita el enlace a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/la-familia-y-las-finanzas-26055

El río, la tierra y la ciudad

 “Vivirá,…porque esas aguas han entrado allí para que todas las cosas sean sanadas y vivan por donde quiera que llegue el río” (Ez. 47:9).


            En la visión que tuvo Ezequiel su guía celestial le conduce hasta la entrada del Templo donde ve un chorrito de agua que sale de debajo del umbral de la puerta. Sigue su curso y ve que es cada vez más hondo. Por ambos lados hay árboles frutales que dan su fruto cada mes y sus hojas tienen propiedades sanadoras. Cuando el río llega al Mar Muerto lo convierta en agua dulce y sirve para criadero de peces. Toda la zona por donde pasa el río es transformada en tierra viva y fértil. Es el mismo fenómeno que vimos en el valle de los huesos secos: ¡el Espíritu de Dios da vida!

            Evidentemente el significado de esta visión no es literal. No va a haber una alteración de la tipografía de Israel, ni un río saliendo de un templo en Jerusalén. El profeta está comunicando algo mucho más profundo. Notemos que está visión es narrada justo antes del reparto de la tierra. La misma tierra había llegado a estar contaminado con el pecado del pueblo. Se había convertido en un lugar de maldición y muerte. Necesitaba ser sanada y limpiada antes de que pueden regresar los exiliados. Bajo la bendición de Dios, se convertiría en un lugar de bendición y salud, de abundantes cosechas y productividad. Dios está restaurando todo para que su pueblo vuelva. A causa del pecado del hombre toda la tierra fue sujeta a maldición (Gen. 3:17). La redención promete lo inverso: “La creación misma será liberada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ver Rom. 8:18-23). Cuando Dios restaure todas las cosas la tierra será bendecida y producirá en abundancia.  

            Notemos que este río nace de Dios mismo. Él es la fuente de toda vida, prosperidad y bien estar. Dios convirtió el campo de huesos secos en seres vivos. Dios ha regresado a su Templo, pero no está allí encerrado; su vida fluye del templo como un río transformando y vivificando todo por donde quiera que llegue. Dios ha vuelto para dar vida en abundancia y esta bendición de extiende más allí de los confines del Templo hasta alcanzar al mundo entierro.

Todo esto nos hace pensar de la nueva creación, cielos nuevos y tierra nueva. Los salmistas referían a ello: “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios., el Santuario, la morada de Dios” (Salmo 46:4). “En aquel día sucederá que los montes destilarán vino dulce, los collados manarán leche, las cañadas de Judá desbordarán de agua, y de la Casa de Dios brotará un manantial que regará el valle de Sitim” (Joel 3: 18). “En aquel día acontecerá también que de Jerusalem saldrán aguas vivas…” (Zac. 14:8). “¡Y me mostro un río de agua de vida, resplandeciente como el cristal, que fluye del trono de Dios y del Cordero! En medio de su calle, a uno y otro lado del río, estaba el árbol de vida, que produce doce frutos, dando su fruto según cada mes, y la hojas del árbol son para sanidad de las naciones. Y ya no habrá más maldición” (Ap. 22:1-3). Esta visión forma parte de la nueva creación. No hay templo o altar (Ap. 21:22), así que el río sale del Trono de Dios. Ya no habrá más maldición sino sanidad para las naciones a través del Dios de Israel. Para los exiliados esto significaba una feliz vuelta a una tierra prospera bajo la bendición de Dios. Para los cristianos significa que la plenitud de Espíritu Santo en nosotros llega a bendecir a los demás (Juan 7:38). Y para todos los creyentes significa que habrá una nueva creación de plenitud de vida para los redimidos de todas las naciones de la tierra cuando vuelva el Mesías de Israel. 


Enviado por el Hno. Mario Caballero

Recordatorio

 Proclama 2023 Unidos en clamor 





viernes, 5 de mayo de 2023




 

Lo que Dios valora en una persona

 “Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi Palabra” 

(Is. 66:2, BA).


               De los demás, el Señor esconde su rostro. Examina a todos los que profesan conocerle para ver como son por dentro. Lo que gana la aprobación de Dios no es la actividad en la iglesia, ni los cargos que uno ostenta en la obra, ni su prestigio humano, sino la calidad de su espíritu. La persona puede ser el pastor de la iglesia, el presidente de la denominación, el representante de los evangélicos delante del gobierno, doctorado en teología, profesor de una escuela bíblica, fundador de iglesias, etc., etc., pero esto no es lo que Dios valora. El pastor orgulloso, que enseñorea sobre su rebaño con vara de hierro no puede agradar a Dios. El que dice: “Aquí mando yo”, no tiene el Espíritu de Cristo quien dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29). No ha aprendido de Cristo, aunque haya estudiado la Biblia durante 50 años.


               La humildad es esencial en la estimación de Dios. Sin ella, todo lo que hacemos en nombre de Dios es una ofensa al Señor: “El que sacrifica buey es como si matase a un hombre, el que sacrifica oveja, como si degollase un perro; el que hace ofrenda, como si ofreciese sangre de cerdo; el que quema incienso, como si bendijese a un ídolo” (Is. 66:3). Esto significa que si una persona sirve a Dios sin humildad y contrición de espíritu, Dios lo valora como homicidio;  es como si ofreciera un perro en sacrificio a Dios en lugar de un cordero, o como si le presentase la sangre de un cerdo. Es abominación ante sus ojos, afrenta, insulto, ofensa: ¡espantoso! Para Dios el culto que le está ofreciendo el engreído, aunque sea correcto, es idolatría.


               Dios no recibe el sacrificio o la alabanza del creyente orgulloso; no quiere ser adorado por alguien que no es contrito de espíritu: “Porque no quieres sacrifico, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:16, 17). David es ejemplo del espíritu contrito y humillado que debe caracterizar a cada hijo de Dios. ¡No somos mejores creyentes que David por no haber cometido adulterio! David fue un hombre según el corazón de Dios, y este es el corazón que hemos de tener si vamos a agradar al Señor. No podemos ser otra cosa que contritos y humillados si nos conocemos de verdad tal como Dios nos conoce.  


            Un pastor prepotente que piensa que es un gran siervo del Señor y que como tal debe ser casi adorado por ser tan importante en la obra, está muy lejos de ejemplificar el espíritu de Cristo. “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44). “El que es mayor entre vosotros, sea vuestro siervo” (Mat. 23:11). El prestigio humano no impresiona a Dios. Uno que es contrito de espíritu está quebrantado delante de Dios debido a su condición humana y se agarra a la cruz con toda su fuerza sabiendo que no hay virtud en él que pueda salvarle, que su única esperanza de salvación es la obra de Cristo. Esta es la persona que Dios mira con agrado.


Enviado por Hno. Mario Caballero

jueves, 4 de mayo de 2023




 

La respuesta de Dios

 “Todo el día he extendido mis manos hacia un pueblo rebelde” (Is. 65:2).


               En respuesta a la encarecida pregunta de Isaías, “Oh Jehová, ¿Quedarás insensible ante todo esto?; ¿Te callarás acaso, y nos afligirás sin medida?” (Is. 64:12), Dios contesta: “Todo el día he extendido mis manos hacia un pueblo rebelde”, y no respondieron, así que me volví hacia los gentiles, ¡y ellos, sí, respondieron!“Me dejé buscar por los que no preguntaban por Mí; me dejé hallar por los que no me buscaban” (v. 1). Los judíos son obstinados, injustos y idolátricos; “en mi misma cara me provocan a ira continuamente” (v. 3). “Todo el día” he estado intentando conseguir que vengan a mí, He extendido mis manos hacía ellos como uno que extiende sus manos a un niño pequeño para que venga a su abrazo, pero no vinieron. En lugar de venir, cometieron pecados abominables (vs. 4-7). No obstante, salvaré a un remanente de entre ellos (vs. 8-10). Esta es la respuesta del Señor.


               La expresión “todo el día” nos recuerda que hoy es día de salvación. Después viene la noche cuando es demasiado tarde. “Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, en tanto se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Heb. 3: 13).


               En respuesta a la suplica de Isaías, Dios dice que no: no va a considerar que todo Israel sea su pueblo, sino solamente los que le buscan, “mi pueblo que me buscó” (v. 10). Redefina lo que es su pueblo. Son “mis escogidos”, “mis siervos” (v. 9). Pero para los que se apartan de Él para adorar “Fortuna y Destino” (v. 11), los tiene destinados la espada y el degüello, porque “llamé y no respondisteis; hablé y no escuchasteis… Escogisteis lo que no me complacía” (v. 12). Israel hizo su elección, y las consecuencias son terribles, ahora y eternamente.


               Dios hace el contraste dramático entre la suerte de los que le buscan y los que no lo hacen: “Mis siervos comerán, vosotros pasaréis hambre; he aquí mis servos estarán alegres, pero vosotros avergonzados; he aquí, mis siervos cantarán por el júbilo del corazón, y os lamentaréis con el espíritu destrozado” (v. 14). Hay una diferencia abismal entre el estado final de los salvos y los perdidos. Dios dice que salvará un remanente de entre los judíos y gentiles. El profeta ha orado implorando a Dios a que considere que Él es su Padre y que ellos son su pueblo, y Dios contesta que no, porque su pueblo no acudió a Él cuando les extendió sus manos, sino que eligieron a los ídolos. Isaías ha argumentado que Abraham es su padre (63:16), y Dios ha contestado que su siervos, sus elegidos, son el remanente de Israel que vinieron a Él, juntamente con los gentiles que respondieron al Evangelio cuando extendió sus manos.


               En la Cruz, Jesús extendió sus manos todo el día, tanto a judíos como a gentiles. Estaban clavadas, abiertas en esta postura. Sus brazos estaban abiertos de par en par a todo el mundo, pero los que respondieron fueron principalmente los gentiles, como el centurión romano y los soldados: “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechos, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mat. 27:54). 


Enviado por Hno. Mario Caballero

miércoles, 3 de mayo de 2023




 

El amor verdadero

 Escucha el nuevo tema disponible en el Canal bajo el título El amor verdadero, disfrútalo y comparte el enlace, gracias, te esperamos

https://www.ministeriotv.com/video/el-amor-verdadero-26031


Cinco ministerios del Espíritu Santo

 “No andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:4).


            Desde que tenemos el Espíritu Santo, nuestra vida ha cambiado. Aquí van enumerados algunos de sus ministerios en beneficio nuestro: 


El Espíritu Santo nos imparte vida. Capacita al creyente a tratar las obras de la carne como muertas, sin tener más poder en su vida: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (Rom. 8:9). El creyente vive en el Espíritu, no en la carne. Está en Cristo, pertenece a su cuerpo, está unido con los demás creyentes en la comunión del Espíritu (Fil. 2:1), y en la unidad del Espíritu (Ef. 4:3).


El Espíritu da nos libertad. Nos hace libres: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor. 3:17). Libera de la ley: “Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7:6). Libera del pecado: “Habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”  (Rom. 6:18, 22).


El Espíritu nos hace nacer de nuevo para ser hijos de Dios. Por su poder hemos sido hechos hijos de Dios: “A todos los que le recibieron… les dio potestad para ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8:14). Por el Espíritu llamamos a Dios “Padre”: “Habéis recibido el Espíritu de adopción, en el cual clamamos: ¡Abba Padre!” (Rom. 8:15).


El Espíritu Intercede por nosotros. Dirige nuestra vida de oración: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26).  


El Espíritu nos santifica. Mientras vivimos, la carne siempre estará en guerra contra el Espíritu. Los creyentes que se someten al Espíritu no están controlados por la carne. El Espíritu nos da la victoria sobre las obras de la carne: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8: 13).


El Espíritu en nosotros ahora es el anticipo y la garantía de nuestro futuro con el Señor. El Espíritu nos da el poder de Cristo para vivir la vida cristiana. La vida en el Espíritu ahora es un anticipo de la gloria que pronto será revelada. Su vida de resurrección en nosotros es la garantía de que un día resucitaremos. Él nos da vida eterna ahora: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Rom. 6:23); después tendremos la redención de nuestros cuerpos mortales (Rom. 8:23). La liberación de la esclavitud que hemos empezado a experimentar ahora, la tendremos en plenitud entonces. Ahora “tenemos las primicias del Espíritu” (Rom. 8:23); después tendremos en plenitud todos sus beneficios. Cuánto más vivimos en el Espíritu, más experimentamos la vida que será nuestra cuando el Señor Jesús vuelva a por sus amados.  


Enviado por el Hno. Mario Caballero

martes, 2 de mayo de 2023




 

Te cansastes, te cansas ó le cansas

 “Y no me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel. No me trajiste a mí los animales de tus holocaustos, ni a mí me honraste con tus sacrificios; no te hice servir con ofrenda, ni te hice fatigar (cansar) con incienso. No compraste para mí caña aromática por dinero, no me saciaste con la grosura de tu sacrificios, sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste (cansaste) con tus maldades” (Is. 43:22-24).


Aquí tenemos a Dios hablando como mejor le entendemos, como si fuese humano, mostrando sus sentimientos. Está apenado porque Israel se ha cansado de Él. ¿Cómo lo nota? En el culto que le hacen. El Señor esperaba que su pueblo le adorase con entusiasmo, con dedicación, con devoción. Otro posible matiz de este texto (43:22) es: “En vuestro servicio para mí, no os habéis esforzado hasta el cansancio”. ¿En nuestro servicio a Dios, hacemos un sobreesfuerzo para agradarle? ¿Sabemos lo que es orar tanto al Señor que nos agotamos? ¿Corres tanto para alcanzar al Señor que te falta la respiración? ¿En tu búsqueda de Dios, te acuestas tarde o te levantas pronto para tener más tiempo con Él, hasta el punto de estar cansado, pero feliz? El Señor Jesús sí se cansaba sirviendo a su Padre, orando, levantándose pronto y acostándose tarde, y en ello renovaba sus fuerzas.


El Señor no nos ha cansado con demandas para incienso. Él es considerado. No insiste. Quiere que nuestra adoración sea algo espontáneo, que sea una iniciativa nuestra, que nos salga naturalmente de corazón, no porque él nos lo exige. Si estamos llevando nuestra relación con Dios como si fuera el cumplimento de un deber religioso, él se da plena cuenta, y no le satisface. Cuando dice “no me saciaste” significa que no le hemos satisfecho con nuestro culto, no le ha llenado, no ha producido satisfacción en su corazón recibir nuestra alabanzas. ¿Vamos al culto para llenarnos a nosotros mismos o para satisfacer al Señor? Hay culto que le llena y culto que no. Dios está pendiente de nuestros corazones, a ver qué sentimos para Él, y cómo lo expresamos.


El Señor quería satisfacerse con las muestras de gratitud y el servicio y culto que su pueblo le rendía, por palabra y por hecho. Si no le llegaba, se sentía defraudado. En el caso de Israel, en lugar de cansarse buscando a Dios, y obedeciéndole, comprando las aromas que le gustaban para agradarle, Israel le sació con su pecado. La caña aromática se usaba en el aceite de ungir (Ex. 30:23). La grosura era la porción del Señor (Lev. 3:16, 17). El propósito del culto a Dios es producir satisfacción en su corazón, no es emocionarme a mí, o agradarme a mí. Dios había dicho a Israel cómo quería ser adorado, y quería que fuese un placer y un gozo para ellos hacerlo, no una pesada carga que les cansaba, o una obligación aburrida motivada por un sentido del deber. A Dios le hace ilusión un corazón que le ama y que se esfuerce para agradarle. ¿Al Señor le cansamos con nuestro pecado? ¿Siempre el mismo pecado, siempre las mismas actitudes, siempre los mismos deseos carnales, siempre las mismas caídas? Para salir de este aburrimiento el Señor dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (v. 25). Ya salimos de este patrón: “de mí te cansaste”, “no te hice fatigar”, “me fatigaste con tus maldades”. Entramos en uno nuevo, el patrón de la gracia. Cuando sobre el Señor ponemos la carga de nuestros pecados, ¡conseguimos el perdón! Esta es la paradoja del evangelio. Le cargamos al Señor con nuestros pecados y somos perdonados y justificados, ¡y Él no se acuerda más de nuestros pecados! (v. 25). ¡Este es el Evangelio!


Enviado por Hno. Mario Caballero