LA VASIJA ROTA
“Así dijo Jehová: Vé y compra una vasija de barro del alfarero y lleva contigo de los ancianos del pueblo, y de los ancianos de los sacerdotes; y saldrás al valle de hijo de Hinom, que está a la puerta oriental, y proclamarás allí las palabras que yo te hablaré” (Jer. 19:1, 2).
Esta es la segunda vez que Jeremías tiene que ir a la casa del alfarero. La primera vez el Señor le dijo que fuese allí porque le iba a enseñar algo. El profetas acudió y vio como el alfarero trabajaba con una vasija que “se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jer. 18:4). Esto fue una parábola viviente que ilustraba gráficamente la obra de Dios, tanto en una vida como en una nación. Él puede rehacer vidas estropeadas. Puedes pensar que ya no hay solución para ti, que tu vida está fuera de todo remedio, pero Dios es tan hábil como este alfarero y puede convertir una vida arruinada en algo exquisita y hermosa. “Hay esperanza para Israel”, es lo que Dios estaba diciendo. Solo tiene que abandonar su pecado y acudir a Dios y Él les convertirá en una nación para su gloria. Pero Israel no quiso. Esto ya lo hemos visto. Además decidieron matar a Jeremías, su portavoz. Se confirmaron en sus malos caminos. Tomaron su decisión final
Así que Dios le envió a Jeremías una segunda vez a la casa del alfarero, esta vez para comprar una vasija ya hecha, e ir al valle del hijo de Hinom, el lugar donde los israelitas sacrificaban a sus hijos a Baal. Allí Jeremías tenía que dar el mensaje a su pueblo que mencionamos ayer, que debido a las atrocidades que estaban cometiendo Dios los iba a destruir: “Pondré a esta ciudad por espanto y burla; todo aquel que pasaré por ella se asombrara, y se burlara sobre toda su destrucción” (Jer. 19:8). Después de pronunciar terribles palabras de juicio Jeremías tuvo que quebrar la vasija delante de los ojos de los que le acompañaban, “y les dirás: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más” (Jer. 19:11). Ya no había esperanza para Jerusalén. Entonces surge la pregunta clave: ¿Por qué pudo ser restaurado la vasija que se estropeó en manos del alfarero, pero no la otra? ¿Por qué Dios puede restaurar unas vidas, pero otras no? ¿No hay esperanza siempre?.
La respuesta está en las vasijas. Una estaba blanda y la otra estaba dura. Hay personas blandas, abiertas, moldeables y otras que han endurecido sus corazones y rehúsan oír. Dios mismo lo explica: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí, yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el mal que hable contra ella; porque han endurecido su cerviz para no oír mis palabras” (v. 15). ¡Qué tragedia! Han tomado su decisión: No van a dejar el pecado. No van a escuchar al profeta de Dios. Le van a matar. Así que ellos van a ser quebrantados como la vasija seca y duro que ya no puede ser restaurada.
¿Cuándo llega una persona a este estado de endurecimiento? Cuando Dios lo diga. Estas palabras de juicio irremediable fueron pronunciadas por el Señor mismo. Es el único que sabe cómo está el estado de un corazón. Ahora solo queda juicio para el pueblo que ha rechazado definitivamente a Dios.
Enviado por el Hno. Mario