“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados; porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hecho conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:28, 29).
Lectura: Romanos 8:26-29.
El que ama a Dios mira a su alrededor y gime con la creación, gime con los males de su cuerpo físico, y gime con el estado de la sociedad en su rebeldía contra Dios. Ora, y el Espíritu Santo convierte sus gemidos en suplicas inteligibles a los oídos de Dios, en peticiones conforme a la voluntad de Dios. El creyente tiene esperanza en Dios, porque un día tendrá un cuerpo nuevo, la naturaleza será redimida, y vivirá en un mundo de justicia y paz bajo el gobierno de su amado Salvador y Rey. ¿Pero qué del presente? En el presente tiene el enorme consuelo de saber que todo lo que Dios está permitiendo contribuye a su bien, a largo plazo, y que este bien es que él sea cada vez más como Cristo.
Dios está cambiándonos por medio de todo lo que pasamos. Es muy fuerte lo que sufrimos, y gemimos, pero, a la vez, nos consolamos sabiendo que todo lo que pasamos tiene la finalidad de hacernos más como Cristo. Dios nos escogió con este propósito, el de cambiarnos: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, es decir, semejantes a Cristo.
Cristo es el modelo perfecto de hombre. Yo tengo mis más y mis menos. Dios sabe de qué pie cojeo, y me hace pasar por las experiencias necesarias que me vayan a cambiar. Cuando sufrimos la pregunta no es: “¿Qué tengo que aprender en esta experiencia tan dolorosa?”, como si fuese un aprendizaje intelectual, sino más bien, “Señor, ¿qué cosas quieres cambiar en mí?”. Vivo con personas complicadas. “Señor, ¿qué quieres cambiar en mí?” Puede ser que quiere enseñarme a amarles a pesar suyo. Puede ser que quiere que aprenda a perdonar, o a tener paciencia, o a corregirles con amor, o a interceder. Tengo mucho dolor en el cuerpo. Señor, ¿qué quieres cambiar en mí? Puede ser que quiera hacerme más dulce, que deje de pensar en mí misma y piense en otros que también sufren, que tenga más brillante mi esperanza del futuro con Él, que tenga gozo a pesar del dolor para ser testimonio a los que me rodean. En lugar de pedir que me quite el dolor, voy a pedir que sirva para hacerme más como Cristo.
Cuando sufrimos por cuestiones de salud o a causa de la gente que nos rodea, en lugar de pedir que Dios cambie a esta gente, o a mis circunstancias, pidamos que salgamos como mejores personas debido a lo que hemos pasado. La alternativa es amargarnos. Culpar a Dios porque no nos escucha. Quejarnos y hacer sufrir a cuantos nos rodean. El sufrimiento puede acercarnos a Dios o alejarnos de Él. Clamamos a Dios pidiendo que nos libre del sufrimiento, y, a la vez, el Espíritu Santo dentro de nosotros intercede por nosotros, gimiendo que seamos más como Cristo, que seamos dóciles en manos de Dios, receptivos, que le escuchemos y que respondemos, sometiéndonos a su voluntad, y que seamos transformados por medio del dolor a la imagen del Hijo de Dios. Que así sea.
Enviado por el Hno. Mario Caballero