viernes, 29 de diciembre de 2023

Aviso

 Año 2024 incursionando en un nuevo formato, énterate visitando el canal al seguir el enlace

https://www.ministeriotv.com/video/anuncio--26631

Contigo

 Contigo alcanzamos los siguientes logros durante el año 2023, mira aquí

https://www.ministeriotv.com/video/logros-2023-26632

Aviso

 








 

Cuida tu alma

 “Y por ellos yo me santifico a mí mismo” (Juan 17:19).


            En cuanto al cultivo de la santidad, el Señor Jesús es nuestro ejemplo. Él no se santificaba por amor a sí mismo, para sentir el gozo y la paz de Dios para su propio disfrute, sino por amor a sus hermanos, para ser de bendición para otros. Si yo me decaigo espiritualmente, no solamente no edifico a mis hermanos, les hago daño por mi mal ejemplo. La espiritualidad se ha de cuidar, hasta en mis actitudes, mis humores, mi estado emocional.  

            Había tantas cosas en la vida de Jesús que le podrían haber puesto en un estado de nervios, pero no lo permitió nunca. Podría haberse molestando con los escribas y fariseos de manera que habría ido a por ellos en la carne para ponerlos en su lugar, podría haberlos criticado y dejado en ridículo para su satisfacción personal, pero no lo hizo. Nunca permitió que nada, ni la dureza del corazón de la gente, ni el estado de la religión en Israel, ni la injusticia política y social, ni el sufrimiento de la gente, interrumpiese su comunión con el Padre. Nosotros, sí, a veces dejamos que cosas externas interfieran con nuestra relación con Dios. Descuidamos nuestra salvación y santificación (Heb. 2:3), no hasta el punto de apartarnos del Señor, pero sí hasta el punto de ir por nuestra bola y perder la comunión íntima con Dios. Cuando nos damos cuenta de que hay una grieta y “un escape espiritual”, lo tenemos que reparar enseguida. Debemos mantenernos en forma espiritual por amor a nuestros hermanos.

            Hay algunas indicaciones para alertarnos de que tenemos una grieta. Cuando notamos que estamos funcionando mecánicamente, por inercia, sin el gozo del Señor, es hora de dejar lo que estamos haciendo y buscar a Dios. Si veo que funciono con mi poder en lugar del poder de Dios, he de volver a la Fuente. Si estamos demasiado ocupados, tenemos que eliminar algo. ¿Voy por la vida alabando a Dios, o criticando a otros? ¿Noto en mí dureza de corazón, o amor y compasión para los demás? Si estoy molesta con la gente, y no brota un cántico de alabanza a Dios en mi corazón, necesito apartar tiempo para buscar a Dios. Escribiendo a un compañero en el ministerio, R. M. McCheyne decía: “Sobre todas las cosas cultiva tu propio espíritu. Tu propia vida debería ser el principal motivo de todos tus cuidados y desvelos. Más que los grandes talentos, Dios bendice ha aquellos que reflejan la semejanza de Jesús en sus vidas. Un ministro santo es una arma terrible en las manos de Dios”.

            Jesús dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Esto es cierto y lo sabemos. Pero significa que sin la plenitud del Espíritu Santo en nuestras vidas, toda nuestra actividad espiritual, nuestras prisas y nuestros numerosos compromisos, no van a producir ningún fruto duradero. Es absolutamente esencial que detectemos las grietas en nuestro “depósito del Espíritu Santo” y que las reparemos cuanto antes para que nos podamos ir llenando de la vida de Dios sin que haya ningún escape, y esto por amor a nuestros hermanos, para que ellos puedan beneficiarse de todo lo que vamos recibiendo de parte del Señor.

Oremos los unos por los otros en este sentido. Amén

Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 28 de diciembre de 2023





 

Jesús vive

 “Yo soy el que vivo. Estuve muerto; más he aquí vivo por los siglos de los siglos” (Ap. 1:17, 18).

¿Qué significa la resurrección para nosotros tanto personalmente como teológicamente? Nos va bien dedicar un poco de tiempo para pensar en esto. 

Si le amamos, como María Magdalena, nos da un gozo profundo saber que ya no está muerto: “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!” (Juan 20:16).

Me está preparando un hogar en la casa del Padre: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2). ¡Volverá! “Y si me fuere y os preparare lugar, vendrá otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:3).

Estando vivo, está intercediendo por nosotros ahora mismo: “Puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25).

Además, ¡está con nosotros hasta el fin del mundo! “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).

Ocupa el lugar de poder supremo en el universo. “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). Conquistó al diablo: “habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (1 Ped. 3:22).

Tiene autoridad sobre mí. Es mi Dios y mi Señor: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos… Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28).

Nos ama y desea volver a buscarnos: “He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 21:12).

Estoy justificado. Dios aceptó su sacrificio por mi pecado: “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4:25). 

Yo resucitaré con un cuerpo como el suyo: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también la resurrección de los muertos” (1 Cor. 15:20, 21).

La creación será redimida: “La creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción,  a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:21).

Jesús conquistó la muerte y un día acabará con ella por completo: “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Cor. 15:54). “El postrer enemigo que será destruido es la muerte” (Cor. 15:26).

En Cristo ya he resucitado espiritualmente: “Y juntamente con él nos resucitó y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:5).

La resurrección de Cristo le revindica; demuestra que Él es el eterno Hijo de Dios, que hay salvación en su Nombre, que su palabra es verdad y que todo lo que dijo se cumplirá, que la Biblia es verdad y que el cristianismo es la verdadera religión y el único camino a Dios.


Enviado por el Hno. Mario Caballero

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Cristo sacerdote perpetuo

 Hebreos 9:24-28

24 Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; 25 y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. 26 De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. 27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, 28 así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.





 

La intercesión de Jesús

 “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, y que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos (8:34).

Lectura: Romanos 8:33-34.

            Aquí tenemos la seguridad de nuestra salvación. Cristo murió por nosotros, resucitó, ascendió a la diestra de Dios, e intercede por nosotros. ¿Y esta intercesión, ¿qué tiene que ver con mi salvación? ¿En qué consiste? Vamos a ver lo que dice el autor de Hebreos al respeto: “Sacrificio y holocaustos por el pecado no quisiste (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. En esta voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo. Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10: 8-12). Dice lo mismo que Pablo en Romanos, que Cristo murió, nos justificó y ascendió a la diestra de Dios.

¿Y qué dice de su intercesión a nuestro favor? “Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Heb. 9:11, 12). Y: “Cristo no entró en el santuario hecho de mano, (el tabernáculo terrenal), sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Heb. 9:24). Esta es su intercesión. Los sacerdotes del Antiguo Testamento se presentaban delante del Trono de Dios en el Tabernáculo, el propiciatorio, con un recipiente en sus manos lleno de la sangre de los machos cabríos sacrificados en el altar. Rociaban al propiciatorio del cabrío con esta sangre, y Dios perdonaba el pecado del pueblo. La evidencia que Dios había aceptado el sacrificio es que salían vivos ¡Lo mismo que Jesús! Los sacerdotes, en representación del pueblo, conseguían la remisión del pecado del pueblo. Lo mismo que Jesús. La diferencia es que Él se presenta, no con un recipiente lleno de su propia sangre, sino se presenta a sí mismo, vivo, como el Cordero sacrificado. Extiende sus manos al Padre en súplica por el perdón de nuestros pecados. Dios Padre le mira, ve las marcas de su sacrificio en sus manos, y nos concede eterna redención.

Jesús no está intercediendo por nosotros para que nos vaya bien el día, esto es lo que hace el Espíritu Santo (8:26), sino para que Dios nos perdone eternamente. Para que seamos salvos. Para que estemos en gloria con él para toda la eternidad, para nuestra eterna redención. Consiste en presentarse delante de Dios para nuestro perdón. En esto se basa nuestra seguridad de salvación, en que el Padre acepta el sacrificio de Cristo para nuestra salvación. Cristo murió, resucitó subió a la diestra de Dios, y allí intercede, presentándose a sí mismo delante del Padre para conseguir nuestra eterna redención, y el Padre asiente, dice, que sí, que somos suyos, redimidos, parte de su familia: “Y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (8:16).  

Enviado por el Hno. Mario Caballero


martes, 26 de diciembre de 2023

Abraham

 No pierdas esta breve reseña del personaje bíblico Abraham, sigue el enlace hacia el Canal que aparece a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/abraham-26617


Estudio

 Escucha el estudio más reciente Primera ofrenda agradable a Dios visitando el Canal, sigue el vínculo proporcionado a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/primera-ofrenda-agradable-a-dios-26620

Serie Parte II

 Cristo y sus ministerios te comparto el enlace hacia el canal para que escuches la continuación y la parte final la próxima semana. Te esperamos

https://www.ministeriotv.com/channel/view/tv-152






 

Lo agridulce de la navidad

 “Pero no habrá siempre oscuridad por la que está ahora en angustia… porque un Niño nos es nacido” (Isaías 9:1, 6).

            “Lo agridulce de la Navidad”. Así fue el título que mi marido dio a un mensaje navideño el domingo pasado. La primera Navidad tuvo sus momentos dulces y otros muy amargos; fue un fiel reflejo de la vida misma que incluye una buena dosis de las dos cosas. Hubo la milagrosa dulzura del nacimiento del Niño, largamente esperado y, a la vez, la tremenda amargura de la muerte de los niños de Belén. El mensaje de mi marido coincidió con la triste noticia de la muerte de un niño de dos años por un accidente casero, hijo de unos amigos de la familia. Y esto nos llevó de vuelta a Belén: “Herodes, al verse burlado por los magos, se enfureció sobremanera, y enviando soldados, mató a todo los niños menores de dos años en Belén, y en sus alrededores, conforme al tiempo que particularmente había indagado de los magos” (Mat. 2:16).

            La Biblia no nos cuenta lo que sentía María en esos momentos cuando supo que todos los niños de Belén estaban muertos menos el suyo. Él vivía porque Dios le había dado aviso a José que Herodes estaba buscándole para matarlo. José había cogido al niño y a su madre y la familia había huido a Egipto. Allí estaba a salvo, de momento, pero más adelante sufriría una muerte peor que la de los bebés de Belén, muerte por crucifixión, para salvarnos de nuestros pecados. Un día cuando lleguemos al Cielo encontraremos a todos estos bebés de Belén que fueron salvados por la muerte del solo Niño que había sobrevivido a la masacre de Herodes.

            Pero, mientras tanto, había mucho llanto en Belén:“Cumpliose entonces lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Una voz fue oída en Ramá, llanto y gran lamentación: Raquel llorando por sus hijos, y no quería ser consolada, porque perecieron” (Mat. 2:17, 18). Belén era un pueblo pequeño. Todo el mundo se habría conocido. María habría tenido relación con todas las madres que tenían niños pequeños como el suyo. Algunas de las madres habrían sido íntimas amigas suyas. Conocería los nombres de sus hijos. Algunos ella misma habría tenido en brazos. Ahora estaban todos muertos y las madres desoladas. La muerte de un niño tiene que ser una de las cosas más tristes en este mundo.

            Una cosa que sabemos de los cielos nuevos y la tierra nueva es que:“Y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. No habrá más allí niño que muera de pocos días” (Is. 65:19, 20), porque no habrá más muerte. La Navidad señala el comienzo de una nueva fase de nuestra salvación, porque nació el niño que “traerá salvación en sus alas”. “Por la noche dura el llanto, pero al amanecer  viene la alegría” (Salmo 30:5). Su nacimiento marcó el amanecer del día de salvación.  

Enviado por el Hno. Mario Caballero 


viernes, 22 de diciembre de 2023





 

Necesitas un Salvador

 “Y había pastores en aquella región posando a campo abierto, guardando por turnos la vigilia de la noche sobre sus rebaños. Y un ángel del Señor se presentó ante ellos, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: ¡No temáis! Pues he aquí os doy buenas nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: ¡Hoy os nació en la cuidad de David un Salvador, que es el Mesías, el Señor!” (Lu. 2:8-11).

            Lo que se celebra a Navidad es la llegada del Salvador. ¿Esta es una buena noticia para ti? ¿Tú necesitas un salvador? Puede ser que nunca te hayas planteado la pregunta. Si eres como la mayor parte de la gente, celebras la Navidad porque sí, porque siempre lo has hecho, y crees que es una buena costumbre. No te viene mal tener unos días de fiesta con la familia, y a todo el mundo le gusta recibir regalos. Las luces son bonitas y los árboles de Navidad decoran mucho. Esto se comprende, pero, volviendo a mi pregunta de si necesitas un salvador, una cosa es evidente: Dios pensaba que sí. Por eso envió Uno, no solamente para el pueblo de Israel, sino para todos los pueblos del mundo. ¿En qué se basa Dios para sacar esta conclusión?

            Dios conoce al hombre. Sabe cómo es, y su diagnóstico de la humanidad y de cada individuo es el siguiente: “No hay justo, ni aun uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo buen, ni siguiera uno; sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas engañaron, veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca está llena de maldición, y de amargura; veloces son sus pies para derramar sangre; destrucción y miseria hay en sus caminos, no conocieron camino de paz, y no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18).  Nos acusa a todos los seres humanos de ser injustos, sin entendimiento, impíos, desviados, incapaces de hacer el bien, mal hablados, personas que hacemos daño con la boca, y de no llevarnos bien los unos con los otros. Hacemos guerra, matamos, y no sabemos vivir en paz, ni como naciones, ni como individuos. Dice que no tenemos temor de Dios, es decir que creemos que no va a haber consecuencias a nuestros malos actos, que al final no habrá un ajuste de cuentas, porque creemos que Dios no existe. Este es el diagnóstico de Dios de la raza humana, incluyéndote a ti. ¿Estás de acuerdo con lo que dice Dios de ti?  

            Igual tú dices que para ti la Navidad consiste en luces y árboles, y que no quieres hablar del envío de un Salvador, y menos de tu necesidad de uno. Pero esto es lo que el Bebé en Belén pretendía ser. Una cosa tiene que llamarte la atención. Si Dios tiene una opinión tan negativa del ser humano, ¿por qué no optó por olvidarse de nosotros en lugar de enviarnos un Salvador? ¿Qué motivó su decisión? Su justicia. Es un Ser absolutamente justo. Siendo justo, no podría desentenderse del ser humano; o bien tendría que destruirnos o bien salvarnos. La destrucción es lo que su diagnóstico exige, pero Dios prefiere salvar que destruir: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Estas son las dos opciones: salvación o perdición. Ya sabemos lo que Dios ha escogido: quiere salvarte. Pero no sin tu consentimiento. Ahora te toca a ti hacer tu elección.    


Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 21 de diciembre de 2023








 

El eterno Cristo

 “El Santo Ser que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios” (Lu. 1:35, KJV).

“Por lo cual también lo nacido será llamado Santo, Hijo de Dios” (Lu. 1:35, BTX).


            ¿Qué hacía el Hijo de Dios antes de su encarnación, en los días de la eternidad cuando vivía en el Cielo con el Padre antes de venir a este mundo? Si hemos pensando en el tema, a lo mejor pensábamos que vivía una vida de palacio, disfrutando de los goces de estar con el Padre en la compañía de los ángeles. Lo poco que la Biblia nos revela de su vida antes de nacer en Belén nos muestra que no vino a este mundo por primera vez, ni para mostrar su primera identificación con los seres humanos. El Hijo de Dios siempre había estado involucrado en la vida de su pueblo en este mundo. Lo nuevo de la Navidad es que vino esta vez en forma humana.


            El Hijo de Dios nos ha amado siempre. Su presencia espiritual siempre ha acompañado a su pueblo. La Biblia nos cuenta unas veces que vino en forma del “Ángel del Señor”. Estas ocasiones son un tesoro para nosotros para ayudarnos a comprender que el Santo Ser cuya venida al mundo celebramos en el día de hoy estaba esperando este día desde hacía siempre, siempre había luchado a favor de su pueblo, y siempre había obrado para nuestra liberación.


            Le vemos como el Príncipe del ejército de Jehová antes de la conquista de Tierra Santa. Él se encargó de la lucha espiritual para que Canaán fuese la heredad del pueblo de Dios. Cuando se reveló así a Josué: “Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró” (Josué 5:14).


Le vemos como el que enviaba jueces para salvar a Israel de sus enemigos: “El Ángel de Jehová subió en la llama del altar ante los ojos de Manoa y de su mujer, los cuales se postraron en tierra… Y dijo Manoa a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto” (Jueces 13: 20, 22).


Le vemos en compañía de angeles, fortaleciendo a los siervos de Dios para que puedan desempeñar su ministerio de intercesión a favor de la restauración de Israel: “Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció, y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas” (Daniel 10:18,19).

Y le vemos intercediendo al Padre a favor de su pueblo, ¡ahora desde la tierra!, en anticipación de su ministerio sacerdotal que seguiría desempeñando cuando venía en forma de hombre (Juan 17). En esta escena viene acompañado de ángeles que recorren la tierra para ver si Jerusalén se edificaba, y cuando sus emisarios le informan que no, clama al Padre: “Oh Jehová de los ejércitos, ¿Hasta cuando no tendrás piedad de Jerusalén… con la cual has estado airado por espacio de setenta años?” (Zac. 1:12).  


Siempre ha estado en la lucha con nosotros, siempre velando por su pueblo, siempre en medio, entre el hombre y Dios. Cuando vino para morir era la manifestación suprema de su identificación con nosotros, llevando nuestro pecado, y su intercesión más alta, desde la Cruz: “Y fue contado entre los pecadores, habiendo cargado el pecado de multitudes y hecho intercesión por los transgresores” (Is. 53:12, KJV). El que nació en Belén era el mismo que siempre. Vino para hacer lo que siempre había hecho: librar a su pueblo y conducirlo a la victoria.    


Enviado por el Hno. Mario Caballero


miércoles, 20 de diciembre de 2023





 

La soberanía de Dios y la oración

 “Bendito sea el nombre de ‘Eloha (Dios) por los siglos de los siglos, suya es la sabiduría y el poder. Él muda los tiempos y las edades. Él quita los reyes y establece los reyes. Él da la sabiduría a los sabios y ciencia a los inteligentes. Revela los secretos más profundos, conoce lo que ocultan las tinieblas, y la luz habita con Él” (Daniel 2:20-22).


            En su oración Daniel reconoce la sabiduría y el poder de Dios, su soberanía en la historia humana y sobre los gobiernos de este mundo. En su soberanía Dios había llevado a los jóvenes más prometedores de Israel a Babilonia ¡para preservar la flor y la nata de la nación! Estos son los caminos de Dios. Allí iban a recibir una educación en la universidad de Babilonia para complementar la que ya habían recibido en las escuelas rabínicas de Israel; iban a estar “preparados para toda buena obra”, como diría el apóstol Pablo. Dios usaría su formación para el bien del país que los había llevado cautivo, y también para el bien de Israel. Él había hecho caer a Israel, Él había dado el imperio a Babilonia. Él era la Fuente de toda ciencia, inteligencia y sabiduría. No solo era potente, también era sabio. Y era bueno. No hay sombra de oscuridad con Él, Él habita en luz, pero no desconoce las cosas ocultas, tanto las buenas como las malas. Dios es Soberano, Omnipotente, Sabio y Bueno.

            Daniel sin duda fue influenciado por una carta que Jeremías envió o los exiliados poco tiempo después de que se les deportara en cautividad: “Así dice Yahweh Sebaot, Dios de Israel, a todo los cautivos que Yo hice deportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos. Tomad mujeres,  engendrad hijos e hijas, tomad mujeres para vuestros hijos, y dad vuestras hijas a maridos, para que críen hijos e hijas; multiplicaos allí, y no os dejéis disminuir. Procurad la paz de la cuidad a la cual os hice transportar y rogad por ella a Yahweh, porque en la paz de ella tendréis vosotros paz” (Jer. 29:5-7). Entre otras cosas les dicen que han de orar por la paz y el bienestar de Babilonia.

Dios en su soberanía es el que “quita los reyes y establece los reyes”. Cambia gobiernos. En nuestros tiempos hemos visto la apertura del telón de hierro en Alemania, la caída de la unión Soviética, y el cambio en España de dictadura a democracia. Ahora Turquía está en crisis y hemos de orar. Alguno diría, “Si Dios es soberano, ¿por qué hemos de orar?”. ¡Precisamente por este motivo! Porque Él determina lo que pasa en los gobiernos de este mundo. ¿Pero no lo tiene predeterminado ya? Sí, pero teniendo en cuenta nuestras oraciones. Esto es lo que la Biblia siempre ha enseñado, la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Los autores del Nuevo Testamento escriben: “Exhorto pues, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias, por todos los hombres, por los reyes y por todo los que están en eminencia, a fin de que podamos vivir quieta y sosegadamente, con toda piedad y dignidad” (1 Tim. 2:1, 2). La oración y la soberanía de Dios se complementan. Oramos, y Él quita y pone reyes. Él quita y pone reyes, y oramos por ellos. Así es. Que Dios nos dé sabiduría al orar por nuestros gobernantes hoy, y por los de otros países, para que nuestros hermanos puedan vivir en paz, con toda piedad y dignidad.  

Enviado por el Hno. Mario Caballero

martes, 19 de diciembre de 2023





 

El Espíritu de su Hijo

 “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuando sois hijos, Dios envío a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gal. 4:4-6).


            Durante estos días de fiesta lo que celebramos los cristianos es que Dios envió a su Hijo a este mundo. Nació en Belén. Y la respuesta de cada creyente ha sido: ¡Que él nazca en mí, que mi corazón sea un Belén para el Hijo de Dios, para que Él desarrolle su vida en mí! El que nace en nosotros es el Hijo de Dios. Cuando recibimos a Cristo, llegamos a ser hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hecho hijos de Dios” (Juan 1:12). A esto Pablo añade: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo”. Tenemos el Hijo, y el Espíritu de su Hijo. El Espíritu de su Hijo nos introduce en la relación de hijos, es decir, a cultivar la relación filial con nuestro Padre celestial.


¿Cómo es esta relación de Hijo? El texto lo explica: “el cual clama: ¡Abba, Padre!”.  Nos relacionamos con Dios como sus hijos pequeños, en dependencia, en una relación amorosa y cercana. Un niño pequeño, recién nacido, depende de su padre para todo, pero apenas se da cuenta de ello. Un bebé un poco más mayor reconoce a su padre. Se alegra cuando lo ve. Quiere que le coja en brazos. Quiere que esté por él, que juegue con él, que le explique cosas. A la medida que va creciendo, la relación va desarrollándose para que el hijo conozca cada vez mejor al padre. Al principio, de muy pequeñito, no sabe nada de su padre, pero a la medida que va creciendo, la relación toma más conocimiento. El padre se da a conocer y el hijo va comprendiendo cómo es su padre. En una relación normal, el hijo le obedece y de admira, y quiere madurar para ser como su padre.


 El Espíritu de su Hijo, de Cristo, en nosotros es así. Es un espíritu de dependencia, de obediencia, de confianza, y de conocimiento que va aumentando con el tiempo. A la medida que vamos creciendo, el conocimiento de Dios va aumentando, pero la dependencia y la obediencia permanecen iguales. Siempre estaremos bajo su autoridad paterna. Y siempre espera de nosotros una obediencia total. No maduramos para independizarnos. El Señor fue obediente hasta la cruz, es decir, hasta el último momento de su vida. Nunca llegó a mayoría de edad para tomar sus propias decisiones. Fue una búsqueda de su voluntad hasta que agachó su cabeza en la muerte y encomendó su Espíritu al Padre.


Este es el Espíritu Santo que tenemos, un Espíritu de hijos, el mismo Espíritu que estuvo en su Hijo, Espíritu que clama al Padre, llamándole Abba, la palabra que tú usabas de pequeño para llamar a tu padre con la actitud que hace resaltar todas los sentimientos hermosos de paternidad en nuestro Padre celestial. Y Él responde como responden todos los padres cuando sus hijos extienden sus brazos hacia ellos en confianza, nos coge y nos ama, con todo el amor que está en su corazón paterno.  


Enviado por el Hno. Mario Caballero

lunes, 18 de diciembre de 2023







 

Estudio

 Sigue el enlace provisto más adelante para ir al Canal y acceder al más reciente tema de estudio dominical El primer pecado y sus consecuencias

https://www.ministeriotv.com/video/el-primer-pecado-y-sus-consecuencias-26584

Génesis

 No te pierdas el tema Génesis un bosquejo que te dará conocimiento, te ayudará a entender los temas de los capítulos, lo podrás usar para estudio personal o grupal, preparar estudios bíblicos o prédicas, sigue el "link" a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/gnesis-26581

Serie

 Se de los primeros de escuchar la primera parte de tres sobre la Serie Cristo y sus ministerios, pasa la voz, te esperamos en el Canal

https://www.ministeriotv.com/channel/view/tv-152

Confío en Dios

“Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere” (Mat. 27:43).


            La prueba más difícil para nuestra fe es cuando nos pasa algo malo después de haber confiado en Dios que esto nunca nos pasaría. Esta circunstancia se da, por ejemplo, cuando Dios te ha guiado en cierta dirección, y todo sale mal. O cuando habías confiado en que Dios iba a sanar a una persona, y se muere. O habías creído que Dios te había dado un trabajo, y lo pierdes. O que Dios guardaría a tu hijo en sus caminos, y se aparta. No ocurre aquello que esperabas con mucha fe. Nunca se presentó el hombre de tu vida después de muchos años esperándolo. Parece que Dios te ha fallado, que te ha abandonado justo cuando más le necesitabas. “¿Por qué no contestaste a mi clamor? Me fallaste”. Este dolor es indescriptible. Es el dolor de la traición de Dios.

            Jesús ya había sido traicionado por uno que pretendía ser su amigo y negado por otro que lo era, pero esto no era nada en comparación con el dolor del abandono de su Padre en su hora de más necesidad. El diablo lo sabía y por eso pone en boca de sus enemigos las palabras: “Confió en Dios, líbrele ahora si le quiere” (Salmo 22:8). Lo que Satanás está diciendo es: “Si Dios no te libra, es porque no has sabido comprender su voluntad. Tú creías  que era la cruz, pero te equivocaste, y el abandono que estás experimentando ahora demuestra que te equivocaste. ¡Tonto! Muérete ahora sabiendo que este no era el camino para salvar a tu pueblo, sabiendo que mueres en vano, para nada, que no vas a salvar a nadie, ni a ti mismo. Anda. Baja de la cruz. Aun estás a tiempo. Por lo menos puedes salvarte a ti mismo. Si no, te mueres abandonado por Dios, comprobando que te ha rechazado. No le has complacido. Has fracasado en lo que más deseabas: agradar a Dios, y en lo que más deseabas hacer: salvar a tu pueblo”.

Con esto vino la horrenda oscuridad simbolizando la ausencia de Dios (v. 45), y Jesús expresa en palabras del salmista lo que está sintiendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1). Dios me ha dejado. Dios mío, ¿dónde estás?

Nunca ha experimentado la fe una prueba tan fuerte como esta. Tú has sido decepcionado: tus ilusiones han sido pisoteados, no han salido las cosas como tú confiabas en que iban a salir. Has sido profundamente desilusionado, pero no has pasado nada tan poderosamente satánico como lo que pasó Jesús.

Dios permitió esta prueba por un motivo: “Líbrele ahora si le quiere… A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (v. 42, 43). No pudo haber salvación para Jesús, ni por sí mismo, ni por el Padre. Dios salvó a su pueblo muchas veces, pero a su Hijo no le pudo salvar, porque quería salvarnos a ti y a mí. En cuanto a ti, ¿qué? Lo que sacas del ejemplo de Jesús es que cuando, según tu comprensión, Dios te ha fallado, lo hizo a propósito porque tuvo un plan y un propósito profundo al hacerlo que no conoces ahora, pero que se verá más adelante. Dios le pudo haber bajado de la cruz a su Hijo por medio de ángeles, pero esto nos habría dejado condenados a ti y a mí.

Padre, perdóname por esta duda tan insidiosa, escondida en el fondo de mi alma, acerca de tu aprobación de mí. Creía que era por mi culpa que salió tan diferente de lo que esperaba. Fortalece mi fe para que comprenda que tú tenías un propósito enormemente bueno al permitir pasar lo que pasó, y que un día lo veré. Amén.     

Enviado por el Hno. Mario Caballero 

viernes, 15 de diciembre de 2023





 

 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis  (1 Juan 2:1).


            El apóstol dice que nos ha escrito ciertas cosas para que no pequemos. ¿Qué cosas son estas? Lo anterior. Tenemos que recordar que Juan no puso los capítulos y versículos. Este fue el trabajo de un editor posterior para facilitar nuestra búsqueda de la parte del texto que nos interesa. ¡En la mente del apóstol no ha cambiado de tema con el cambio de capítulo! Está hablando de reconocer nuestro pecado, confesarlo, y conseguir perdón por la sangre de Cristo que “nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7), pero mucho mejor que tener que confesar y recibir perdón es no haber pecado, ¡evidentemente! El apóstol no escribió para que pensásemos: “Cuando peco, sé qué hacer”. Esto sí, desde luego, pero esta no es la idea que está intentando comunicar, sino un punto secundario. El punto principal es procurar no pecar.

¿Cuál es tu actitud en cuanto al pecado? ¿Que es inevitable? ¿O es que no quieres pecar, odias el pecado, y vas a usar todo el poder que Dios te ha dado (2 Pedro 1:3) para no pecar? Este es el mensaje de esta epístola: ¡No peques! ¿Has muerto al pecado? “Consideraos muertos al pecado” (Rom. 6:11). ¿Has llegado al punto de tomar una decisión en cuanto al pecado?: “He muerto al pecado. No tengo que pecar. Estoy libre del poder del pecado. Haré todo lo que pueda para no pecar, que Dios me ayude”.

La novia que ya está vestida para su boda, de punto en blanco, tiene un cuidado especial para no manchar su hermoso vestido antes de llegar a la iglesia. Evita cualquiera cosa que podría ensuciarlo. No se acerca a nada sucio. No va por caminos de barro, no coge ni toca nada que podría mancharlo. Así es el creyente. Dios nos ha revestido con la justicia de Cristo, con ropas de gala (Zac. 3:4). Hemos emblanquecido nuestras ropas en la sangre del Cordero (Ap. 7:14). Su limpieza costó demasiado cara para dejar que se ensucian. Cuidemos este vestido como la Novia que somos.

El día de hoy se presenta limpio y sin mancha alguna. ¿O es que ya he hecho, o pensado algo malo? Acudo a Dios con mi intercesor a mi lado y pido perdón y limpieza, y empiezo de nuevo. “Padre, hoy no quiero pecar. Que hoy sea un hermoso día de caminar contigo en luz. Amén”.  

“Oh Señor, recíbeme cual soy, ya no más, ya no quiero pecar.

Del pecado me quiero apartar. Justifica mi ser, dame tu dulce paz,

Y tu gran bendición.

Oh Señor, toma mi corazón y hazlo tuyo por la eternidad.

Lléname de tu santa bondad, y en mi alma pon una nueva canción

De paz y dulce amor”.                                                                    

Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 14 de diciembre de 2023





 

Que significa ser salvo del pecado

 “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).


            Con estas palabras Mateo resume el significado de la Navidad: Jesús nació para salvar a su pueblo de sus pecados. Vamos a desglosar el versículo.

            Para ser salvos de nuestros pecados necesitamos dos cosas: ser perdonados de los pecados que hemos cometido, y ser transformados para no seguir en ellos. La salvación que Jesús provee ofrece las dos cosas: salvación de la culpa del pecado y salvación del poder del pecado. Vamos por partes. 

(1) Justificación. “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados” (Col. 2:13). En su sangre tenemos perdón del pecado. Pero ser perdonados para seguir pecando no es ninguna salvación. Necesitamos ser salvos de nuestra propensión de pecar, de la esclavitud del pecado, de nuestra impotencia de dejar de pecar. ¿Cómo podemos cambiar? ¿Cómo podemos tener poder para resistir la tentación de pecar, nuestra tendencia natural? 

(2) Transformación moral. “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:26, 27). Esto es lo que Jesús vino a hacer, a saber, darnos una nueva naturaleza que automáticamente obedece a Dios. ¡Esto es fabuloso! ¡Esta es la salvación que necesitamos! “Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen (de Cristo), como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).  

            La Cruz nos salva de la culpa del pecado y el Espíritu Santo nos salva del dominio del pecado. “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Romanos 6:14). Hemos nacido de nuevo: tenemos una nueva vida para vivir en santidad en el poder del Espíritu de Santidad. Es una salvación que no nos anula, pues estamos libres para pecar si queremos, pero también estamos libres para no pecar si no queremos. Esta salvación respeta nuestra entidad humana, mientras que, a la vez, nos libera de su corrupción.

Continuemos con nuestro versículo: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”. ¿A quién salva? A su pueblo. ¿A Israel? Su pueblo Israel en su mayoría rechazó esta salvación: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11, 12). Estos últimos son su pueblo. Es un pueblo compuesto de los judíos que le reciben y de los gentiles que responden al mensaje de salvación. En la historia del centurión, Mateo explica que este hombre, un gentil, sí tenía fe en Jesús. “Al oírlo (al centurión) Jesús se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 8:10-12).   

            La salvación que Jesús vino a dar se hace extensiva a ti, gentil, y te da no solamente un corazón limpio, sino también una nueva naturaleza con poder sobre el pecado. ¡Brillante plan de Dios! Te ha dignificado y ha restaurado tu humanidad.

Enviado por el Hno. Mario Caballero

miércoles, 13 de diciembre de 2023






 

El privilegio de la oración

 “Y fue Daniel a su casa, y comunicó todo el asunto a sus compañeros Ananías, Misael y Azarías instándoles a implorar la gran misericordia del Dios de los cielos respecto al misterio” (2 v. 17, 18).

            Daniel y sus amigos, y nosotros los cristianos tenemos un privilegio enorme al poder ponernos en contacto con  el Dios de los cielos, el Dios que gobierna el universo, por medio de la oración. Los cuatro amigos se humillaron delante de Dios e imploraron su misericordia. Su actitud delante de Él fue de suprema reverencia. Eran conscientes de aquel a quien se estaban dirigiendo en oración.

            Un grupo de cuatro amigos orando, todos unidos en su súplica: esta es cosa hermosa. No eran cuatro personas cualesquiera, sino cuatro que se habían separado del mundo para vivir en santidad delante de Dios en medio de un imperio pagano. Estaban pidiendo lo imposible, y lo sabían. Querían que Dios les revelase el sueño que había tenido el rey y su interpretación.

            Los magos, astrólogos, hechiceros y caldeos tenían el dios Marduc, pero ni siquiera se les ocurrió pedirle que les revelase el sueño, porque no creían que se podía comunicar con él. Él era más bien una fuerza que gobernaba Babilonia, determinaba el resultado de las guerras, pero no se podía comunicar con él. No era un dios personal. No le importaba la gente. No vemos a musulmanes conversando con su dios. No tienen un dios cercano. Ni siquiera los católicos tradicionales creen que uno puede tener acceso libre a Dios. Pasan por los santos y las vírgenes para llegar a Él. ¡Dios nos invita a acercarnos a Él!: “Teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala consciencia” (Heb. 10:21, 22). Lo que nosotros tenemos en Cristo es una maravilla.

Los judíos en aquel entonces se acercaban a Dios por medio del sistema de sacrificios del Templo, y los profetas comunicaban la Palabra de Dios, pero Daniel y sus tres amigos se acercaron directamente a Dios, y Él les respondió: “Entonces, en una visión nocturna, el misterio le fue revelado a Daniel, por lo cual Daniel bendijo al Dios de los cielos. Daniel pues habló y dijo: Bendito sea el nombre de ‘Eloha (Dios) por los siglos de los siglos, suya es la sabiduría y el poder. Él muda los tiempos y las edades. Él quita los reyes y establece los reyes. Él da la sabiduría a los sabios y ciencia a los inteligentes. Revela los secretos más profundos, conoce lo que ocultan las tinieblas, y la luz habita con Él. ¡A Ti, oh Dios de mis padres, te alabo y te doy gracias,  pues me diste sabiduría y fortaleza! Y me revelaste lo que te pedimos; ¡nos diste a conocer el asunto del rey!” (vs. 19-23).

¡Esta oración de Daniel es un curso en teología! Así es el Dios nuestro. No hay Dios concebido por la mente humana que se acerca a Él remotamente en gloria, sabiduría, conocimiento, ciencia, poder, autoridad y misericordia Daniel le conocía, le amaba, le adoraba y le servía. 

Enviado por el Hno. Mario Caballero  

martes, 12 de diciembre de 2023





 

La fidelidad de Dios a su nombre

 “Y sabréis que Yo soy Yahvé, cuando os trate como exige mi Nombre, no según vuestros malos caminos ni vuestras obras perversas, oh casa de Israel, dice Adonay Yahvé” (Ez. 20:44).


            “Cuando os trate como exige mi Nombre”.¿Cómo exige el Nombre de Dios que nos trate? Su Nombre es su Carácter. Dios es fiel, justo, y santo. Si no cumple su promesa de darle a Israel la tierra, no es fiel. Si permite que vivan en ella cometiendo actos abominables, no es santo. Si no los destruye por su pecado no es justo. ¿Cómo puede Dios cumplir con todo lo que su Nombre requiere? Su testimonio entre las naciones está en juego. Ellas están mirando a Israel para saber cómo es su Dios. El propósito de Dios siempre era que Israel fuera luz a las naciones. Si no lo consigue por las buenas, como diríamos nosotros, lo consigue por las malas. Si Israel no se comporta para reflejar la santidad y justicia de Dios, Dios los tiene que castigar para que las naciones vean su justicia.

            A la luz de todas las naciones Dios no salva a su pueblo de la invasión babilónica. Entonces las naciones pueden pensar que Dios es débil, impotente, que los dioses de babilonia son más fuertes. Si los libera de esta invasión, pensarán que a Dios no le importa el pecado, que Dios es injusto, que deja a una persona pecar todo lo que le da la gana, y no pasa nada. Si Dios los destruye y los mata a todos por la espada del rey Nabucodonosor, pensarán que Dios es justicia sin amor y misericordia. Y pensarán que les prometió la tierra de Israel, que era capaz de sacarles de Egipto, preservarles en el desierto, ayudarles a conquistar a los cananeos, pero que no era capaz de conseguir su amor y lealtad y convertirles en un pueblo santo. Así que Dios tiene un problema. ¿Cómo va a ser fiel a su amor, justicia, fidelidad y santidad, sin sacrificar una parte de su naturaleza?

            Este es el dilema que Dios ha tenido desde el comienzo de la historia humana, con el pecado de Adán y Eva. Si los mata, ha hecho la Creación para nada. Si los perdona, el pecado le da igual. En cualquier caso el diablo ha ganado. Los ha inducido a rebelarse en contra de Dios y ponerse de su parte. Si los mata por su rebeldía, el diablo se ríe en la cara de Dios. Le ha arrebatado sus criaturas. Al diablo no le importa si mueren, lo que le importa es desafiar a Dios, frustrar sus planes, y llevarse a lo Suyo. Si después mueren, da igual.

¿Qué hizo Dios? Sacrificó un animal y cubrió la desnudez de Adán y Eva con la piel del animal. Y es lo mismo que ha hecho con su propio Cordero. Lo mató y nos ha revestido con la ropa de su justicia. ¿Y qué hace con su pueblo rebelde? Los saca fuera de la tierra prometido de la misma manera que sacó a Adán y Eva fuera del Paraíso. No volverían hasta Cristo. Tienen que ir al desierto, y allí el Señor los purifica. Aprenden a edificar altares, y lo enseñan a sus hijos, Caín y Abel. Uno lo aprendió, bien, el otro no. Más tarde, Dios dio a su pueblo el sistema de sacrificios del tabernáculo y luego del Templo, pero ellos eligieron la idolatría de las naciones. Tiene que sacar la idolatría de sus corazones. Esto es lo que Dios hizo por medio de la destrucción de Jerusalén, la cautividad y el retorno a la tierra. Así Dios mostró su santidad, justicia y fidelidad y amor y lealtad a las naciones, y consiguió un pueblo arrepentido que le serviría en justicia y verdad. Y así glorificó su Nombre ante las naciones y fue fiel a Sí Mismo. ¡Gloria a su santo Nombre para siempre, amén!  

Enviado por el Hno. Mario Caballero

lunes, 11 de diciembre de 2023





 

Nuevo estudio

 Ya puedes acceder al estudio más reciente muy edificante bajo el tema Bendiciones del primer matrimonio, sigue el "link"

https://www.ministeriotv.com/video/bendiciones-del-primer-matrimonio-26562



Moisés

 Te tomará poco tiempo escuchar este breve informativo sobre el personaje bíblico de Moisés, visita el canal siguiendo el vínculo a continuación

https://www.ministeriotv.com/video/moiss-26563


Evidencias de verdadera salvación

 “Si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:14-17).

            La conversión significa cambio. Antes vivíamos de una manera, ahora de otra. Han cambiado nuestros valores, actitudes, modales, metas, nuestro uso del tiempo, nuestro concepto de lo que está bien y lo que está mal, nuestra forma de enfocar la vida, la manera en que nos relacionamos con otros, además de nuestra relación con Dios. Somos nuevas personas. Hemos empezado la vida de nuevo. Hemos vuelto a nacer. Los demás ven las evidencias en nuestro comportamiento, pero los cambios interiores son los que han dado lugar a los exteriores, y aquellos solo Dios los ve.

            Los cambios interiores tienen que ver con nuestro carácter. Seguimos con la misma personalidad, pero el carácter cambia. Si antes éramos líderes, seguimos siendo líderes, pero lideramos de otra manera, con más humildad, con más servicio hacia los demás. Si antes éramos extrovertidos, seguimos siéndolo, pero no para ocupar el centro de atención, sino para llegar a los demás para ayudarles. Si antes éramos divertidos, mantenemos nuestro sentido de humor y amor a la aventura y optimismo, pero ¡menuda diferencia! Ahora nuestro optimismo se basa en la experiencia cristiana, y nuestra fe en Dios, y nuestro sentido de humor adquiere otro tono.

            Si no hemos cambiado nada, si seguimos con los mismos problemas de carácter, tenemos que plantearnos si realmente hemos muerto con Cristo, según estos textos que hemos leído. Jesús vino para salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:21), y éstos están muy arraigados en nuestro carácter. Si somos nuevas criaturas, tiene que haber cambios. Si sigo siendo la misma persona: iracunda, impaciente, negativa, quejica o pesimista, ¿dónde está la nueva criatura? Si sigo siendo violenta, mentirosa, rebelde, vil, inmoral, cobarde, distante, o controladora, manipuladora y conflictiva, la que siempre tiene razón, hay que preocuparse mucho y mucho.

Si los demás no comentan que han visto cambios enormes en mí, algo anda mal y debo buscar la ayuda de un pastor o amigo que vale para aconsejarme dónde estoy espiritualmente. ¿He venido a la Cruz? ¿He renunciado mi vieja forma de ser? ¿Lo he reconocido? ¿Lo he visto? ¿Me he quebrantado por mi pecado delante de Dios? La persona que ha sido convencida de pecado ha visto su corazón y se ha horrorizada. Ha pensado que es imposible que se salve. Cree que si Dios no le manda al infierno, que sería injusto. Ha venido a la cruz destrozado por lo que ha visto de sí misma y ha clamado a Dios pidiendo misericordia. Si Cristo no me salvado de mí misma, ¿de qué que me ha salvado? El Hijo de Dios vino para salvarme de mis pecados para que ande en novedad de vida. El resultado es que los demás vean cambios que evidencian que soy otra.   

Pablo cambió. Antes mataba a cristianos; ahora pone su vida por ellos. Pedro cambió. Antes tenía que ser el que figuraba, el bocazas de grupo; ahora tiene corazón de pastor y mira por los demás, no por él mismo. Y si tú también has cambiado radicalmente, ¡gloria a Dios! ¡Esto es porque Cristo está en ti! 

Enviado por el Hno. Mario Caballero

viernes, 8 de diciembre de 2023





 

Traédmelo

 “Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo” (Marcos 9:19).

¡Esta es la solución definitiva a todos nuestros problemas! ¡Qué los llevemos a Jesús! Y también a la gente que ya no podemos hacer nada más para ayudarles. Veamos esta historia.

Un padre desesperado trajo a su hijo endemoniado a los discípulos de Jesús para que le librasen, pero ellos no podían. El niño tenía un espíritu sordomudo que, además de dejarle sin poder oír o hablar, le sacudía con violencia y le echaba en el fuego y en el agua para matarlo. ¡No muy listo de parte del espíritu, porque así se queda sin cuerpo! Lo que queda muy claro es que los demonios no aman a sus víctimas; todo lo contrario, las intentan destruir. Esto es en contraste directo con el Espíritu Santo que viene a vivir en nosotros para darnos paz y dirección, y preservarnos.   

A veces somos como los discípulos y tenemos que reconocer que no podemos ayudar a una persona a la que amamos, por mucho que lo intentemos. Nos damos por vencidos. Los hay que no han podido ser ayudados ni por pastores, ni por sicólogos, ni por asistentes sociales, ni por obreros cristianos, ni por familiares, ni por amigos, ni varias iglesias, ni nadie. Es porque la persona no recibe ayuda. No ve que la necesita. No ve su realidad. Piensa que está bien. Piensa que todos los demás están equivocados, y que ella misma no tiene ningún problema. Todos hemos intentado ayudarla y todos hemos fracasado. ¿Qué vamos a hacer? Traerla a Jesús.

Lo que pasa es que pensamos que si nosotros no podemos ayudar a esta persona, Jesús tampoco. Tenemos una actitud parecida a la del padre del muchacho: “Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos” (v. 22). No estaba convencido que Jesús podía hacer algo para ayudar en este caso. Lo interesante es que no dice: “Ayúdale”, sino “ayúdanos”. Porque el problema es de todos nosotros. Sufrimos con el que está mal. Cuánto nos gustaría ayudarle, pero no podemos.

El Señor empieza con el padre. Le tiene que echar una leve reprimenda por su falta de fe: “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (v. 23). El padre tenía fe, pero también tenía incredulidad. La incredulidad es falta de fe. Es ausencia de fe. Cuánto más fe, menos incredulidad. El padre tenía fe, pero no suficiente: “E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (v. 24). Esto fue el primer milagro que el Señor Jesús hizo, incrementó la fe de este hombre; el segundo era sacar el espíritu malo. El espíritu no se fue sin antes atacar una vez más al muchacho y dejarle como muerto. Jesús después terminó de sanarlo.

Los discípulos preguntaron por qué no podían echarle fuera y el Señor contesto que: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (v. 29). Esto nos deja con dos opciones: o bien traemos el caso demasiado difícil para nosotros a Jesús para que Él lo libere, o bien oramos y ayunamos y lo hacemos nosotros. En el caso de la persona que nosotros hemos intentado ayudar, normalmente no es cuestión de un espíritu malo, sino de algo que la persona que no podemos remediar. Confesemos nuestra incredulidad, pues, pidamos más fe y traigámosle a Jesús para que Él haga aquello que nosotros no podemos hacer.   

Enviado por el Hno. Mario Caballero

jueves, 7 de diciembre de 2023






 

Palabras consoladoras

 “Vi de noche, y he aquí un varón que cabalgaba sobre un caballo alazán, el cual estaba entre los mirtos que había en la hondura; y detrás de él había caballos alazanes, overos y blancos” (Zac. 1:8).

Lo que Dios reveló a su profeta “ayer” es tan bueno que tenemos que pararnos allí y recrearnos en ello. Zacarías estaba orando por la reconstrucción del pueblo de Dios y Dios le reveló que el “angel del Señor” estaba intercediendo por lo mismo. ¿Crees que Dios contestará las oraciones de su Hijo? Nosotros pensamos que amamos a la iglesia y a las almas, pero esto no es nada en comparación con el amor apasionado de Jesús que las amó hasta la muerte. A nosotros este amor no nos ha costado la vida, pero a Él, sí. Su intercesión lleva con ella la agonía del Calvario. 

            Zacarías oró para que Jerusalén fuese reedificada, y Jesús oró por lo mismo, y Él recibió de su Padre la seguridad de que todo lo que había pedido le sería concedido, esto, ¡y mucho más!  

 “Jehová respondió buenas palabras, palabras consoladoras, al ángel que hablaba conmigo” (1:13). El consuelo que tanto Jesús, como Zacarías, como la población de Jerusalén necesitaban no fue oír otra vez que Dios les amaba, sino que Dios les iba a dar lo que pedían. Si tú estás orando por tu hijo, lo que deseas oír es que Dios le salvará. Si el Señor te dice que te ama, le dices: “Entonces, sálvale, restáurale y edifícale”. La seguridad que Dios lo hará son las palabras de consuelo que llegan a tu alma. Lo que necesitas es ver al Señor suplicando al Padre por él, diciendo: “Señor Dios Omnipotente, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo no tendrás misericordia de este hijo con el cual has estado airado por espacio de muchos años?” Y necesitas oír al Señor Dios contestando: “Volveré a él con misericordia y será reedificado”. “Así dice Jehová de los ejércitos: aún rebosarán mis ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará Jehová a Sion, y escogerá todavía a Jerusalén” (1:17).   

            Esta promesa fue cumplida en parte en tiempos de Zacarías. Jesúa y Zorobabel edificaron el templo. La ciudad de Jerusalén fue reconstruida poco a poco a base de mucho trabajo duro de parte de los que habían vuelto de la cautividad. Pero esto no es nada en comparación con la prosperidad que disfrutará cuando vuelva el Señor Jesús para reinar. Esta será la respuesta completa de la oración de Jesús. Él estaba anhelando aquel día, allí, montado en su caballo rojo, intercediendo por las ciudades de Judá, por Belén, donde un día tomaría forma humana, por Jerusalén, fuera de cuyas murallas sería crucificado. Pero antes tenían que ser reconstruidas, y tendría que pasar mucho tiempo, y todo el rato Él estaría clamando al Padre: “¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuando tengo que esperar para buscar a mi Novia, a Jerusalén, la amada, para reinar en ella en medio de mi pueblo?” Y la respuesta es: “Hasta que no sea salva la última persona que tiene que forma parte de su población eterna”.

            Los mirtos en el valle (la quebrada) simbolizan esperanza en medio de profundo sufrimiento.   

Enviado por el Hno. Mario Caballero 

miércoles, 6 de diciembre de 2023






 

La oración funciona

 “Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré” (Números 14:11, 12).

            Dios estaba disgustado con su pueblo por su incredulidad y estaba a punto de destruirlos cuando Moisés presentó la siguiente oración:

“Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán los Egipcios, porque de en medio de ellos los sacaste a este pueblo con tu poder; y lo oirán los habitantes de esta tierra, los cuales han oídos que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo”, y dirán “que has hecho morir a este pueblo; por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto” (v. 13-16). Su argumento es que, si Dios no perdona a este pueblo su pecado, y si los mata a todos en el desierto, los egipcios dirán que Dios acabó con ellos porque no era capaz de meterles en la Tierra Prometida. Entonces el Nombre de Dios será desprestigiado. Dios perderá la gloria que consiguió sacándoles de Egipto. Habría hecho un trabajo a medias. La gente tendría una opinión muy pobre de Dios, tanto los egipcios, como los otros pueblos alrededor.

            Continúa orando: “Ahora, pues, te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable… Perdona ahora la iniquidad de este tu pueblo según la grandeza de tu misericordia” (v. 17-19). Apela a la misma Palabra de Dios, a su revelación de sí mismo, a su identidad, o sea, a su fidelidad a sí mismo. No termina de encajar la cuestión de la justicia de Dios, pues aún no se había revelado la obra de la Cruz. Vuelve al tema de la misericordia para terminar su oración.

En nuestras intercesiones por nuestros hijos y amigos hemos de pedir que Dios les perdone. Pedimos que les salve, pero pocas veces pedimos que les perdone. Una cosa es pedir que Dios tenga misericordia de ellos, otra cosa es pedir que les perdone por amor a ti, porque son tus hijos y los amas, pero otra cosa muy diferente es pedir que les perdone y que termine la obra que empezó en ellos por amor a su Nombre y su reputación. Si los sacó de Egipto, pero no los puede meter en la Tierra Prometida, ¿dónde está su poder? Si los ha hecho nacer, pero no los puede hacer nacer de nuevo, ¿dónde está su gloria? Si ellos son demasiado para Él, Dios queda muy mal. Si no es capaz de convertir a un pecador empedernido en un santo justo y hermoso, ¿dónde está su soberanía?

            Notamos que lo que le motiva a Moisés no es amor por su pueblo, sino amor por el Señor. Para él la gloria de Dios es lo más importante que todas las consideraciones. Dios ofreció a Moisés que, en lugar de seguir liderando a este pueblo, le daría un pueblo mejor que le daría más prestigio, pero Moisés no iba a ser disuadido; no quiso nada para sí mismo. Lo único que le importaba era que el Nombre de Dios fuese glorificado, reverenciado, y respetado. Lo que a nosotros nos tiene que importar no es nuestra reputación, ni nuestros deseos, ni nuestra vindicación, ni nuestros sentimientos, sino el Nombre y la gloria de Dios.     

Moisés oró para que se glorificase el nombre de Dios y Dios le escuchó y cambió de parecer: “Entonces Jehová dijo: Yo los he perdonado conforme a tu dicho” (v. 20). Podemos ofrecer muchas explicaciones teológicas, pero vamos a quedarnos con lo obvio: Dios escucha nuestras oraciones, y nuestras oraciones cambian las cosas. Esto nos anima a orar. Nuestras oraciones cuentan.

Enviado por el Hno. Mario Caballero