“Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16, 17).
Lectura: Romanos 8:14-18.
Nos identificamos con Cristo en su muerte y resurrección, y también en su vida de resurrección, vida que también participa de su sufrimiento por la iglesia en las persecuciones que ella está pasando. Hasta ahora todo ha sido muy bonito. En Cristo tenemos perdón de pecados, una nueva vida de justicia, y finalmente heredaremos todas las cosas. Seremos herederos juntamente con Cristo de una herencia incalculable. Ya ha dicho Pablo que por la justicia de la fe Abraham y su descendencia serán herederos del mundo (4:13). Todo es nuestro en Cristo, pero esto es únicamente si sufrimos juntamente con Él. Si alguien abandona la fe a la hora de la persecución, no será salvo y no heredará nada, sino que sufrirá la condenación: “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Tim. 2:12). ¿Cómo se sabe que una persona realmente se ha convertido a Cristo? Persevera hasta el final. Por un lado, el Espíritu le guarda hasta el final, y por otro, no niega a Cristo. Hemos de padecer con Él para ser glorificados con Él.
Vendrán tiempos terribles: “El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por cusa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:21, 22). Esto es lo que profetizó el Señor Jesús. Hemos de conservar nuestra fe en medio de persecuciones y aflicciones.
El apóstol Pablo es muy consciente de esto, pero mira más allá de las aflicciones a la gloria venidera: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (v. 18). No vivamos fijando la vista en todos nuestros problemas, y en las cosas terribles que están pasando a nuestros hermanos a través del mundo entero, sino en el galardón que nos espera: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2, 3).
Pablo tenía muy claro que el sufrimiento presente no es nada en comparación con la gloria que nos espera: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). Él pasó por muchas tribulaciones y se mantuvo gozoso con esta esperanza. Cuánto más se aumentan los problemas y se acercan los peligros, más hermosa luce nuestra herencia eterna. Somos coherederos con Cristo y ni podemos imaginar todo lo que el Señor tiene esperándonos. Padecemos juntamente con él, ¡muy cerca de él!, compartiendo su sufrimiento, para luego compartir su gloria. Los cristianos de antes cantaban: “Si sufrimos aquí, reinaremos allí, en gloria celestial; si llevamos la cruz por amor a Jesús, la corona él nos dará”.
Enviado por el Hno. Mario Caballero