lunes, 22 de mayo de 2023

En estos días

 “Quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no guardaron su dignidad; como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puesto por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Judas 5-7).

            En este pasaje el apóstol nos está recordando cosas que ya sabemos, pero que nos hace bien tener siempre presentes, sobre todo en estos días en que vivimos, en medio de una sociedad que ha ido contra naturaleza e insiste en que este es el camino que debemos aceptar. Lo que dice Judas sirve para avivar nuestro temor a Dios. Quiere que tengamos muy presente que hay tres clases de seres que se condenan y esperan un fin terrible: los de Israel que profesaron fe cuando salieron de Egipto, pero después mostraron que no eran creyentes cuando sucumbieron a la tentaciones en el desierto; los ángeles que se juntaron con Lucifer en rebeldía contra Dios y fueron arrojados del cielo y están esperando en prisiones eternas para el juicio del gran día; y los habitantes de Sodoma y Gomorra. Hay tres grupos representados: los ángeles, los falsos israelitas y los del mundo. Cada uno tuvo su prueba para determinar si se iban a condenar o salvar. Los ángeles tuvieron que decidir ser fieles a Dios o levantarse en oposición a su gobierno. Los israelitas tuvieron que decidir si iban a tener fe en Dios frente a las dificultades de la vida o si iban a actuar igual que los no creyentes, quejándose, y culpando a Dios. Y los habitantes de Sodoma y Gomorra tuvieron que decidir si iban a participar en los vicios de los demás, contra sus consciencias y sentido común, o si iban a destacar por ser diferentes, como Lot. Los que fallaron en la prueba fueron condenados.

            El apóstol Judas después dirige esta exhortación a los creyentes fieles: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios… A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y a otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (v. 20-23). Aquí hay también tres grupos de gente: gente buena que no terminan de entregarse al Señor para ser salvos. A éstos hay que convencerles, contestar a sus dudas y mostrarles el evangelio para que crean. Es un trabajo intelectual de conversar y proveer respuestas para sus preguntas. Luego los hay que van derechos al infierno. A éstos hay que asirlos y arrastrarlos de sus llamas. Luego hay otros, personas débiles, dignas de lástima, que viven en el pecado de la carne, simbolizado por ropas viles. Dado el contexto de la carta y los vicios ya mencionados por el apóstol, podemos imaginar cuáles eran los pecados que los arrastraban al infierno. A éstos hay que tener misericordia con temor, para no ser contaminados con sus propios pecados, “aborreciendo la ropa contaminado por su carne”.

            El creyente tiene que atender a sí mismo mientras intenta salvar a otros. Tiene que estar en la Palabra, edificándose en su “santísima fe”, y orando en el Espíritu Santo: la Palabra y la oración. A esto somos llamados, a cuidarnos espiritualmente para no contaminarnos con el mundo, y a usar las fuerzas que recibimos de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo, por medio de la oración, para salvar a otros.

Enviado por el Hno. Mario Caballero