martes, 30 de septiembre de 2014

El regalo de Dios a la humanidad


Ya se cumplió la profecía
el esperado Mesías
 regalo de amor de Dios
a la humanidad
el único Salvador
Jesus vive por siempre
Sigamos dando Gloria a Dios
Sigamos difundiendo 
paz en la tierra a los hombres de buena voluntad
Cristo reconciliando al hombre con Dios



lunes, 29 de septiembre de 2014

En el dia de pentecostés


EN EL DÍA DE PENTECOSTÉS

 
 ¿Qué evangelio predicó Pedro a las masas en el día de Pentecostés? La
 Biblia nos dice que cuando la gente escuchó al apóstol testificar: “…se
 
compungieron de corazón, y dijeron…varones hermanos, ¿Qué haremos? Pedro
 les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
 Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu
 Santo.” (Hechos 2:37-38).
 
 Pedro no les dijo tan solo “cree y se salvo”, ni tampoco les pidió que
 hicieran simplemente una decisión, que presentaran su postura por Jesús.
 ¡No, él les dijo que se arrepientan primero, y luego sean bautizados en
 obediencia a Cristo!
 
 ¿Qué evangelio predicó Pablo a los atenienses paganos en el Areópago? Él
 les dijo muy directamente: “…Dios…ahora manda a todos los hombres en todo
 lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).
 
 Estos griegos intelectuales no tenían problema para creer en Dios. De hecho,
 se podría decir que su pasatiempo era “creer” en muchos dioses, primero en
 este, luego en el otro, cada vez que alguien les predicaba persuasivamente de un
 dios, ellos creían. Entonces, ellos sí creían, pero lo hacían mientras vivan
 en pecado. ¡Una simple creencia no es suficiente!

 Pablo les dijo a estos hombres: “¡No! ¡No! Jesús no puede ser simplemente
 añadido a tu lista de dioses. El ha venido a salvarte de tus pecados. ¡Y Él
 manda a todos sus seguidores que se arrepientan y sean limpios!”
 
 Más tarde, Pablo le predicó este mismo evangelio de arrepentimiento al rey
 Agripa: “No fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié
 primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de
 Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo
 obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:19-20).
 
 Pablo está diciendo: “Dondequiera que he estado, he predicado
 arrepentimiento. ¡Y un arrepentimiento genuino se demuestra con hechos!”
 
 Estos pasajes nos dejan en claro que la iglesia apostólica predicaba sin temor
 el mismo evangelio que Juan y Jesús predicaron: “¡Arrepentíos para perdón
 de los pecados!”

Por  David Wilkerson

Un regalo del Padre Celestial

Un regalo del Padre celestial
Leer | Juan 3.16

Piense en todos los regalos que ha recibido en su vida. Algunos pueden haberle parecido maravillosos, sin embargo, Jesucristo es el único regalo que cualquiera de nosotros recibiremos que vino directamente del cielo. Sin un creador, sin principio ni fin, Él es diferente a cualquier otro regalo dado a la humanidad. Y aunque el Señor Jesús vino al mundo como un pequeño bebé, Él es precisamente lo que toda la humanidad necesita.
Cuando usted puso su fe en el Señor Jesús como su Señor y Salvador, no pudo haber recibido un regalo que fuera más práctico o necesario. El pecado había arruinado tanto a la humanidad, que todos estábamos bajo la ira de Dios, necesitando con desesperación el perdón y la liberación de nuestra culpabilidad, vergüenza y conductas carnales. Teníamos necesidades emocionales, materiales, y espirituales.


Por tanto, Dios Padre nos envió a su Hijo unigénito. Él sabía que ningún otro regalo podría jamás satisfacer nuestras necesidades o colmar nuestros anhelos, como Jesucristo.
Él vino en carne humana. En esto consiste la encarnación. Dios vino a este mundo con un cuerpo como el nuestro, para que pudiéramos verlo, tocarlo y comprenderlo. Pero la tragedia es que la mayoría de las personas nunca “desenvuelven” este regalo. Lo mantienen como un niño en el pesebre o lo consideran un simple maestro o un predicador. Si usted no desenvuelve el regalo, nunca sabrá lo que hay dentro. Para abrir el regalo, abra la Biblia. Cuanto más conozca usted al Señor Jesús, más entenderá lo perfecto que es este regalo para usted.

Min. En Contacto

Recordatorio

Comenzando octubre el día primero biblia, oración y ayuno, por cada miércoles, es decir, 1, 8, 15, 22 y 29.


viernes, 26 de septiembre de 2014

La persecución de pacificadores

LA PERSECUCIÓN DE PACIFICADORES


“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mat. 5:9-12).

            Jesús vino para empezar una maravillosa religión de amor, de perdonar, de servir con humildad, de amar hasta a los enemigos y hacerles bien; una de honrar, obedecer,  y someterse a las autoridades locales, nacionales, y al rey. Iba enseñando la ley del amor, sanando a los enfermos, dando de comer a los hambrientos, consolando a los abatidos, y predicando buenas nuevas a los pobres. ¿Por qué, entonces, fue perseguido y por qué sigue siendo perseguido el cristianismo?

            Porque es exclusiva. No se somete a ningún sistema político como supremo, cuando éste se coloca por encima de Dios y prohíbe obedecer su Ley, o cuando exige lo que Dios prohíbe. Los primeros
cristianos morían porque confesaron a Cristo como Señor y no al César. Y porque el cristianismo no reconoce como válida ninguna otra religión: hay un solo Camino a Dios. Su ética está en conflicto con la de la sociedad y la denuncia como pecaminosa; expone sus valores como corruptos. El cristianismo, como el judaísmo antes, siempre ha estado en conflicto con la religión y la política, cuando aquella haya sido idolátrica o atea, y cuando ésta haya ocupado el lugar de Dios. Daniel fue al foso de los leones por no adorar al rey como Dios, y sus tres amigos al horno de fuego por no adorar al ídolo que él levantó. Juan el Bautista fue muerto por denunciar el pecado del rey. El Señor Jesús fue crucificado por las autoridades políticas, por confesar ser Rey, y por las autoridades religiosas por confesar ser el Hijo de Dios. Sus pretensiones chocaron frontalmente con la religión y la política porque le colocaban por encima de ambas. Todos sus discípulos fueron encarcelados o matados y la iglesia ha sido perseguida desde su incepción. Y el creyente, lo mismo: su primera lealtad, por encima de toda otra es a Dios como supremo.

            El Siglo XX vio más mártires cristianos que en todos los siglos anteriores juntos y el Siglo XXI se presenta peor. En España, la iglesia puede vivir en paz siempre que no denuncie la ética como mala y perversa. De momento no tiene problemas con la política, porque todo el mundo la denuncia como corrupta, pero la ética es otra cosa. Si disciplinas físicamente a tu hijo de acuerdo con las Escrituras, puedes tener problemas. Si enseñas que la familia está compuesta de un hombre, una mujer y sus hijos, tendrás problemas. Y puede ser que el día no está muy lejos en que si denuncias la homosexualidad como perversión tendrás problemas muy serios. Y ¿qué pasa con el Islam? ¿Podrán convivir el cristianismo y el Islam cuando éste llegue a ser cada vez más poderoso? ¿Puede ser reconocido su dios como el Dios verdadero? ¿Y qué pasará dentro la iglesia misma cuando ésta tiene cultos ecuménicos en conjunto con el Islam o cuando celebra bodas entre dos personas del mismo sexo? El cristiano fiel debe empezar a prepararse para la persecución en Europa, porque posiblemente no esté muy lejos. Nuestros hermanos de Oriente Medio, Asia y África están pagando el último precio en fidelidad al Señor. ¿Estamos preparados a seguir su ejemplo?  


Por David Burt

jueves, 25 de septiembre de 2014

Los dos espíritus

LOS DOS ESPÍRITUS

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18).
Aquí tenemos el contraste entre dos espíritus: “el espíritu del vino” (como dicen en Catalunya) que es el espíritu de este mundo, y el Espíritu Santo, quien es el Espíritu de Dios. El uno lleva al desenfreno y el otro conduce a la sobriedad. Del segundo la Biblia nos dice: “Dios no nos ha dado un Espíritu de temor, sino de poder, amor y autodominio” (2 Tim. 1:7). El autodominio caracteriza a la persona llena del Espíritu, mientras que la disolución caracteriza a la persona llena del alcohol. En cuanto a la sobriedad, la Biblia dice: “Sed sobrios y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 Ped. 1:13). El anciano tiene que ser “hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo…” (Tito 1:8). El creyente lleno del Espíritu es una persona dinámica, amante, compasiva, misericordiosa y en control se sí misma, en contraste con la persona ebria que no sabe lo que hace y a menudo hace lo ridículo, lo imprudente, lo insensato, o, bajo los efectos de la bebida, llega a ser violento. Es el contraste entre estar en el sano juicio o estar fuera de sí.
Como el Espíritu Santo es el símbolo de la nueva vida en Cristo, la bebida alcohólica representa la vida mundana. Si lo pensamos bien, hasta hay países que se asocian con cierta clase de bebida: Rusia, la vodka; Escocia, el güisqui; Alemania, la cerveza; Francia, el champán; México, el tequila; España, el vino. Hay países enteros arruinados por el alcoholismo, como Rusia.
La gente del mundo sirve alcohol para alegrar sus celebraciones y fiestas. ¿Qué es una fiesta sin alcohol? Para los mundanos es inconcebible. Puede faltar comida, ¡pero qué no falte la bebida! El alcohol es símbolo de la fiesta, la diversión y la felicidad. Saber beber es todo un arte de sofisticación. Hay que saber en qué año se produjo el mejor vino de cada región. Si no bebes, no encajas. Vas a casa de ciertos amigos y lo primero que te ofrecen es algo para beber. Vas a un restaurante y tienes una carta aparte solo para las bebidas. Si uno está triste, bebe. Su uno está contento, bebe. El beber es un acto social que mueve al mundo.
El hombre sin Dios está vacío y se llena con la comida y la bebida. Cristo nos invitó a beber de él. Su comida fue hacer la voluntad de Dios. Esto es lo que llena al creyente. El hijo de este mundo busca su satisfacción en algo más facial, tangible e inmediato: bebe unos cuantos vasos y se transforma, se relaja y disfruta. El creyente se llena de algo muy diferente, de lo espiritual e invisible, de lo eterno. ¡Cuántas familias están destruidas por el alcohol! Y por otra vía: ¡cuántas vidas se han transformado por el Espíritu Santo! Aquí está la libertad, en el Espíritu de Dios. El libertinaje está en la botella. Hay que escoger cuál de los dos nos va a llenar.

Por David Burt

martes, 23 de septiembre de 2014

Todo obstáculo es quitado



En medio de la prueba y batalla está Jesús
depresión, confusión, soledad
toda muralla alta levantada por el enemigo
en el nombre del Señor son derribadas
por la unción del Santo de Israel
por el Gran Yo Soy que va delante
por la obra del Espíritu Santo en medio nuestro
A su nombre Gloria
Aquí manda Jehová





Mateo 17.20

lunes, 22 de septiembre de 2014

Rodear la ciudad

Rodear la ciudad

Cuando una situación parezca irremediable, debemos recordar que Dios simplemente se está preparando.

 Espero que no se me considere rara por decir esto, pero me encanta ver explosiones. Probablemente es porque de niña prefería jugar con niños varones que disfrazarme de princesa. Era inquieta, por decir lo menos, y manejaba con destreza cohetes y luces de Bengala de manera creativa y peligrosa (para disgusto de mis padres). Incluso ahora, aunque he madurado, todavía me deja boquiabierta ver demoliciones controladas. Los expertos utilizan unos explosivos bien colocados, y ¡bum! —lo que había sido una vez un edificio macizo colapsa en segundos, pero deja intactas las estructuras vecinas.
No debería ser ninguna sorpresa, entonces, que una de mis historias favoritas de la Biblia sea la batalla de Jericó —en la que, como dice el antiguo himno, “los muros se cayeron, aleluya”. Pero el estruendo no es la parte más impresionante de la historia. Ese momento tiene lugar antes del asombroso y polvoriento clímax de la caída. Se produce en el
comienzo mismo de la historia, cuando el Señor le dice a Josué: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días… y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad (Jos 6.2-4).
Muchas traducciones utilizan la palabra “marchar”, pero “rodear” significa algo más que simplemente “moverse o caminar alrededor”.Rodear algo significa tomar la totalidad del mismo, comprender o captarlo mentalmente. Y eso fue lo que Dios le pidió que hicieran —que rodearan esos muros con sus ojos muy abiertos, y estudiaran detenidamente lo que enfrentarían. ¿Por qué razón? Porque según dicen todos los relatos, los muros eran un espectáculo para la vista, una verdadera maravilla de ingeniería de la Edad del Bronce.
Según el Dr. Bryant G. Wood, un arqueólogo bíblico, Jericó estaba construida en la parte superior de una colina y “rodeada por un gran terraplén, con un muro de contención de rocas en su base. Este muro tenía casi 6 metros de altura, y encima de éste estaba un muro de ladrillos de adobe de casi 2 metros de espesor y 6 metros de altura. En la cima del terraplén estaba otro muro de ladrillos parecido, cuya base estaba aproximadamente a 14 metros por encima del nivel del suelo fuera del muro de contención”. En esencia, el ejército de Israel estaba mirando un muro que tenía más o menos la altura de un moderno edificio de seis pisos, en el que cada piso estaba adosado herméticamente al otro, y rematado con un enorme número de hombres dispuestos a mantener al ejército de Israel fuera de la ciudad.
Dios les pide a Josué y a sus soldados que miren —que miren realmente— esa ciudad desde todos los ángulos posibles. Estos eran hombres que sabían exactamente lo que se necesitaba para luchar contra un adversario armado y bien defendido que estaba en una posición ventajosa. Sin embargo, cada día durante seis días seguidos, observaron unas torres que eran demasiado altas de escalar, fortificaciones que no podrían ser perforadas por la flecha o la espada, y muros hundidos con tanta profundidad en la tierra que nunca sería posible construir un túnel debajo de ellos. Un poco antes de las múltiples vueltas que dieron el séptimo día, deben haber reconocido que incluso con un ejército de trabajadores y miles de horas de trabajo, jamás podrían haber derribado el muro con sus propias fuerzas. Prácticamente, Jericó era indestructible.

Pero eso no le importaba a Dios.
Y tampoco le importaba a Josué o al pueblo de Israel. Después de todo, sabían por experiencia propia que “Jehová es grande… mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal 135.5, 6). Habían probado el maná, bebido el agua que fluía de una roca, y visto dividirse las aguas del río Jordán frente a ellos (Éx 16; Éx 17; Jos 3). Puede decirse sin duda alguna, que estaban bien familiarizados con su pequeñez y con la impresionante grandeza de Dios. Durante esos cuarenta largos años en el desierto, habían aprendido lo que significaba tener fuerzas en la debilidad, y que era mucho mejor dejar que el Señor dirigiera sus pasos, que escoger ellos su propio camino.
No hay ninguna indicación en el texto de que ellos discutieran si obedecer o no a Dios. En vez de eso, dice simplemente: “Así que (Josué) hizo que el arca de Jehová diera una vuelta alrededor de la ciudad, y volvieron luego al campamento, y allí pasaron la noche… de esta manera hicieron durante seis días.” (Jos 6.11, 14). Me encanta la simplicidad de esa palabra de tres letras: así. Nos dice todo lo que necesitamos saber en cuanto a la actitud del pueblo. Quizás cuestionaron la orden de Dios en algún momento y lucharon con ella en sus corazones. Sin embargo, Él les había pedido que hicieran algo, y aunque eso podía haberles parecido un absurdo, se hizo al pie de la letra.
No hubo ninguna queja en Jericó, como sí la hubo una generación antes, cuando los doce espías exploraron la Tierra Prometida (Nm 13−14). La rebeldía de Israel se había consumido por el fuego, y en ese momento, mientras estaban parados al pie de una barrera infranqueable, lo único que les quedaba era la fe. ¿Y qué sucedió después de estos siete días de obediencia? Fueron testigos de la demolición controlada más grande de todos los tiempos, un desmoronamiento producido por trompetas y gritos de victoria.
No debería sorprendernos que el Señor trabaje de esa manera. A menudo, Él tiene que mostrarnos lo imposible que es algo, no para avergonzarnos ni para que nos demos por vencidos, sino para que su poder sea incluso más evidente. Después de todo, somos seres falibles propensos a tener momentos de miopía asombrosos. Nos preocupamos cuando sería mucho mejor orar y rendirnos a Dios. Por eso, no es de extrañar que necesitemos que se nos recuerde pronto y con frecuencia que “el que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (Jn 3.31). Puede ser que al destruir completamente un muro, rellenar el vacío que alguna vez existió en un matrimonio prácticamente destruido, o sanar una enfermedad que los médicos creían que no tenía tratamiento, Dios encuentre la manera de recordarnos exactamente quién es Él.
El apóstol Pablo era un hombre culto que conocía el poder de una palabra bien elegida, pero aun así no encontraba las adecuadas para describir la omnipotencia de Dios. En Efesios 3.20, 21, él escribe: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (cursivas añadidas). El apóstol Pablo utiliza no uno sino dos adverbios para expresar la supremacía de Dios, y para dejar en claro que Él es más grande que lo que pueden comprender nuestras mentes finitas. Esa es la razón por la que el Señor se deleita en hacer realidad milagros que parecen imposibles. Cada vez que los hace, los muros que nosotros hemos fabricado para confinar al Señor son destruidos eternamente, y Él recibe la gloria que merece.


Por Jamie A. Hughes

viernes, 19 de septiembre de 2014

Un camino de sangre

UN CAMINO DE SANGRE

“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre” (Heb. 9:22). “…la sangre del pacto en la cual fuimos santificados…” (Heb. 10:29).

El camino a Dios es un camino de sangre. Nada más entrar en el recinto del Tabernáculo topamos con el altar de sacrificio, pues, “sin el derramamiento de sangre no se hace  remisión” de pecado. (Heb. 9:22). En el Día de Expiación, que simboliza el perdón del pecado, la víctima fue sacrificada y su sangre recogida para rociar el mismo propiciatorio en el Lugar Santísimo: “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre. Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hijo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio”  (Lev. 16:14, 15). Ahora, el altar está junto a la puerta de entrada y el propiciatorio está al final del camino. La sangre recorre todo el camino, desde la entrada hasta el final. Es ella la que consigue nuestra entrada a la presencia de Dios y nuestra aceptación delate de Él.

El autor de la epístola a los Hebreos explica su significado espiritual: “En la segunda parte (el Lugar
Santísima), sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo… pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no esa creación (o sea, el Templo de Dios en el Cielo)… por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Heb. 9:7-12). Jesús, como nuestro Sumo Sacerdote, entró en el Lugar Santísimo en el Cielo con su propia sangre y con ella roció el Trono de Dios en las alturas.

Según la epístola a los Efesios, tú y yo estamos sentados con Cristo en este mismo Trono: “juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:6). ¡El Trono de Dios en el Cielo está rociado de sangre! Por la sangre de Cristo tenemos entrada en la presencia de Dios y  estamos sentados en el Trono. Incluso en el Cielo estamos aceptados por la sangre de nuestro amado Salvador. Allí hay memoria perpetua del sacrificio de Cristo. El lugar que ocupamos ahora en Cristo es rociado de su sangre. Como intercesores tenemos  audiencia delante de Dios porque su sangre ha rociado el lugar donde estamos sentados, purificando hasta nuestras oraciones. La sangre sigue vigente en el Cielo, sigue justificándonos. Jesús nos ha conseguido eterna redención. Todo el camino, desde la Cruz en la tierra, hasta el Trono en el Cielo, es marcado con sangre. ¡Nunca lo olvidemos!

Por David Burt

jueves, 18 de septiembre de 2014

Un antes y un después

UN ANTES Y UN DESPUÉS



“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; airaos, pero no pequéis. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:22-29).

Esta persona que antes mentía, ahora habla la verdad; antes se enfadaba y perdía el control, ahora puede enfadarse sin reaccionar como antes; antes robaba, ahora trabaja para dar a los pobres; antes era mal hablado, ahora te edificas oyéndole hablar. Esta es la maravilla de la conversión.    
Los cambios después de nuestra conversión no son automáticos. Algunos hábitos nos cuestan romper con ellos. Tenemos que echar mano del poder de Dios para dejar de practicarlos. El Espíritu Santo en nosotros es un Espíritu “de poder, de amor, y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Conozco una señora que tenía un problema con la lengua. Cuando se enfadaba salían de su boca palabras horribles. Ella se avergonzaba y pedía perdón a sus oyentes. Este hábito le tenía muy dominada, pero con el tiempo consiguió dominarlo. La persona tiene que poner de su parte, tiene que usar su voluntad para decidir no pecar. Tiene que “renovarse en el espíritu de su mente”, que significa cambiar de mentalidad. Pensar de otra manera. Tiene que quitar el viejo vestido de injusticia y“vestirse del nuevo hombre creado según Dios en la justicia y santidad”, o sea, tiene que romper viejos hábitos y formar nuevos. Esto es cuestión de disciplina. Dios no nos obliga a comportarnos correctamente, pero nos ayuda cuando decidimos que queremos hacerlo.

Después de la conversión somos libres, libres para pecar o no pecar. Antes éramos esclavos de pecado y no teníamos opción. Ahora sí. Dios no anula nuestra voluntad, la fortalece para que podamos hacerla suya. Pero la decisión es nuestra. Pablo deja claro que si decidimos que queremos volver a la vieja vida y practicar el adulterio, la injusticia, el robo, la idolatría, la homosexualidad, la adicción a la bebida, la avaricia, que no seremos salvos (1 Cor. 6:9-11). Alguno preguntará dónde está la gracia. Pablo le contesta: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, ensenándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). Dios nos salvó por gracia, no por obras, ¡para que hagamos buenas obras! “Nos salvó no por obras… para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5-7). “Se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificara para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). La gracia no es para pecar y todavía ser salvos, sino que es para poder dejar de pecar, para vivir una vida de santidad y buenas obras.  


Enviado por  Hno. Mario Caballero



martes, 16 de septiembre de 2014

Dios lo que quiere hace


No pierdas la fe
no pierdas tiempo
un milagro verás
confía en Dios
El lo va hacer

Mateo 19:26 Y mirándolos Jesús, les dijo: 
Para los hombres esto es imposible; 
mas para Dios todo es posible. 





lunes, 15 de septiembre de 2014

El evangelio del arrepentimiento


EL EVANGELIO DEL ARREPENTIMIENTO


 Mientras leo las palabras de Pablo, me encuentro examinando mi propio
 ministerio y tengo que preguntar: "¿He acortado el evangelio que Jesús
 predicaba, el evangelio del arrepentimiento? ¿Esencialmente, he cortado con
 tijeras mi Biblia y he quitado el alto precio de seguir a Cristo? ¿He rebajado
 Sus normas al decirle a la gente: "Sólo cree y sé salvo?"

 ¿Hemos acortado la convicción genuina por el pecado? ¿Nos hemos adelantado y
 ofrecido la salvación a aquellos que realmente no se han arrepentido, a quienes
 no se han dolido por sus ofensas, a quienes no se han dolido por sus
 transgresiones, a quienes han buscado la fe tan sólo para esconder sus
 lujurias tras ella?

 Constantemente escuchamos exageraciones acerca del número de personas que
 viene a Jesús a través de diversos ministerios. Cristianos reportan que un
 sinnúmero de personas fueron salvas mientras predicaban en prisiones, escuelas
 y otras instalaciones. Dicen: "Todos en el lugar entregaron su corazón a
 Jesús. Cuando terminé de predicar, todos pasaron al frente para recibir
 salvación".

 A menudo, lo que sucede es que todos sencillamente repiten una oración. Ellos
 simplemente oran lo que se les ha dicho que oren y muchos no entienden lo que
 están diciendo. ¡Después, la mayoría vuelve a sus caminos perversos!

 Tales personas nunca experimentan una obra profunda del Espíritu Santo. Como
 resultado, nunca se arrepienten, nunca sienten dolor por sus pecados y nunca
 creen realmente. Trágicamente, les hemos ofrecido algo que Jesús mismo nunca
 ofreció: Salvación sin arrepentimiento.

 Yo creo que la iglesia, incluso ha quitado el sentimiento de la convicción de
 pecado. Piénsalo, casi nunca ves lágrimas en las mejillas de los están
 siendo salvos. Por supuesto, sé que las lágrimas no salvan a nadie, pero Dios
 nos hizo humanos a todos, con sentimientos muy reales. Y cualquier pecador atado
 por el infierno que ha sido tocado por el Espíritu Santo, naturalmente sentirá
 un dolor profundo por la forma en que ha contristado al Señor.

 El apóstol Pedro sintió este tipo de dolor piadoso, cuando el negó al
 Señor. De pronto, fue inundado con el recuerdo de lo que Jesús le dijo:
 "Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes
que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto,
 lloraba" (Mr. 14:72).

Por David Wilkerson


Cuando las cosas parezcan imposibles

Cuando las cosas parezcan imposibles
Leer | Juan 6.1-14

Hasta los discípulos de Cristo tuvieron luchas con la duda y el temor en momentos de dificultad o incertidumbre. Aunque caminaban estrechamente con el Salvador, todavía eran propensos a dirigir su enfoque en la dirección incorrecta.
Justo antes de realizar el milagro de la alimentación de los 5.000, Jesús probó a Felipe preguntándole dónde podrían comprar pan para la multitud. La respuesta del discípulo reveló que estaba pensando en resolver el dilema con ideas y medios humanos. Al mismo tiempo, Andrés estaba ocupado sondeando la multitud para determinar cómo iba a abordar la situación. Después de encontrar a un niño que tenía cinco panes y dos peces, Andrés demostró su limitada manera de pensar, preguntando: “¿Qué es esto para tanta gente?” (Jn 6.9 NVI)
Una vez más, el Señor realizó un asombroso milagro para demostrar quién era Él y lo que será siempre. El mismo Cristo que alimentó a 5.000 personas con cinco panes y dos peces, actuará a favor de nosotros cuando las circunstancias parezcan imposibles de resolver.
En tiempos de dificultad, cuando parezca que se ha perdido toda esperanza, no se pregunte: “¿Qué voy a hacer?” Por el contrario, diga simplemente: “Señor, ¿qué vas a hacer?” Recuerde que Jesucristo nos dice que echemos toda nuestra ansiedad sobre Él, porque el Señor tiene cuidado de nosotros (cf. 1 P 5.7).
Evite la tentación de manipular sus circunstancias. Las virtudes de la fe y la paciencia le ayudarán a conocer la gracia de Dios y a experimentar su amor y mano milagrosa.

Por Min En Contacto

viernes, 12 de septiembre de 2014

Pasar la página

PASAR PÁGINA

“En cuanto depende de vosotros, vivir en paz con todos los hombres” (Rom. 12:18).


El mundo tiene su manera de superar conflictos y el creyente tiene otra.  Vamos a suponer que hace tiempo, puede ser hace un año o dos, pasaste un mal rato con un familiar, o con alguien de tu trabajo o de tu iglesia, una persona a la que tienes que seguir viendo, y esta persona te ofendió mucho. Pongamos que te ha insultado, defraudado, engañado, o que ha hecho algo que te ha causado mucho dolor y muchas lágrimas, o que te ha indignado tanto que no quisiste saber nada de él de por vida.  Pero ha pasado tiempo. Los ánimos han calmado, y ahora quiere resumir la relación. ¿Qué vas a hacer?

La persona que no es creyente puede reaccionar de una de varias maneras. Puede guardar rencor y mantenerse en sus trece: puede rehusar tener nada que ver con esta persona. Otra persona del mundo puede optar por reanudar la relación, “pasando página”, es decir, simplemente olvidando el pasado. Puede decidir que ya ha pasado bastante tiempo, que la persona habrá cambiado, que no vale la pena seguir anclado en el pasado y que ha llegado el momento de “seguir adelante”. Esto significa dejar el pasado y resumir la relación con madurez y cautela, dejando el pasado como si no hubiese ocurrido.

Este optimismo está basado en la confianza de que todos maduramos, que aprendemos de nuestros errores, y que ahora la relación puede funcionar si todos ponemos de nuestra parte. Es creer que el tiempo erradica el pasado, o que las cosas buenas que hacemos en el futuro cubren las cosas malas del pasado, o que uno puede cambiar sin afrontar lo que ha hecho, reconocerlo,  y pedir perdón, avergonzado por lo que ha hecho. Parte de la base que todos cometimos fallos y que hemos de olvidarlos y proseguir ahora en una dirección mejor.

¿Qué pasa con el pecado del pasado? ¿Desaparece con el tiempo? El creyente sabe que no. Pero tampoco quiere guardar rencor. Lo que puede hacer en este caso es examinar su propio corazón delante del Señor, pedir perdón por sus actitudes malas, su orgullo, o su falta de amor, pues Dios pide que amemos a nuestros enemigos, y hablar honestamente con la persona que tanto daño le ha causado. Si aquella no reconoce nada, lo único que puedes hacer es perdonarle, sabiendo que su pecado permanece vigente delante de Dios, y dejarle en manos de Dios, quien hará justicia. En cuanto a la relación contigo, será afable, pero sin intimidad; es lo único que se puede conseguir con estas circunstancias. El creyente habrá cumplido con su parte, pero el otro no. El creyente tendrá paz. Vivirá en la realidad de cómo está la relación, y el Señor seguirá trabajando en la vida del otro para llevarle a un verdadero arrepentimiento.  El creyente ni guarda rencor, ni “pasa página” sin más.

Enviado por Hno. Mario Caraballo

jueves, 11 de septiembre de 2014

La armadura del cristiano



LA ARMADURA DEL CRISTIANO


El cristiano que quiera realizar su posición celestial en Cristo, gozar de las bendiciones que posee en los lugares celestiales en Él y tomar posesión de ese glorioso país, no podrá evitar el combate contra los principados y las huestes espirituales de maldad que allí se encuentran. Éstos procuran impedir llevar a cabo todos estos privilegios. Para alcanzar ese fin, intentan apartar los afectos del creyente de la persona de Cristo, la “verdad”, o provocar una interrupción de su comunión con Dios mediante alguna infidelidad en su marcha o alguna duda. En el número anterior, ya hemos considerado el lugar y el momento del combate, la táctica del enemigo y las condiciones que el cristiano debe reunir para poder tomar posesión de su bendición de manera práctica.

Estudiemos ahora con detalle la armadura del cristiano. Ésta le es provista para el combate (Efesios 6:10-20). Con sus armas humanas, su propia sabiduría y poder, el cristiano nada puede contra un enemigo espiritual, mil veces más fuerte que él. No lo podría enfrentar ni aun con una coraza y el casco de un rey (1 Samuel 17:38). ¡Que esta convicción penetre siempre más profundamente en nuestro espíritu!

El apóstol Pablo nos dice: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Únicamente en el nombre y con el poder de Aquel que venció al enemigo seremos capaces de entablar el combate. Además, se necesita apremiadamente estar revestidos de toda la armadura de Dios (Efesios 6:11, 13). Ninguna pieza debe faltar.

¡Cuán graves serían las consecuencias para un soldado que se hallara implicado de repente en un combate a muerte, sin saber utilizar las armas o estando equipado sólo de una parte de su armadura! De igual modo, todo cristiano debe asegurarse de que conoce todas las armas con las cuales Dios lo ha dotado, y ejercitarse con perseverancia y manejarlas.

En este pasaje de Efesios, primero encontramos tres partes de la armadura que tratan del estado espiritual del alma del cristiano y de su marcha: ceñidos con la verdad, la coraza de justicia y el calzado con el apresto del Evangelio de la paz.

Ceñidos con la verdad
La “verdad” desempeña un papel muy importante en la vida del creyente. En primer lugar, debe ceñir sus lomos con la verdad. Entonces, solamente podrá utilizarla como arma ofensiva, como espada, en el servicio según Dios.

Los lomos son la parte de la fuerza del hombre; visto su emplazamiento, constituyen también una figura de sus inclinaciones y de sus secretos sentimientos. El “Espíritu de verdad” se esfuerza constantemente, por la “palabra de verdad”, en presentar en el corazón del creyente a la persona de Cristo como “la verdad”. Si esta pieza de la armadura está correctamente revestida, resulta un doble efecto para el creyente.

1.    Todo aquello que no esté de acuerdo con la verdad, sea en su corazón o en su marcha, será manifestado y condenado. Todo aquello que emana de la vieja naturaleza, de la carne o del mundo es puesto de lado (Hebreos 4:12-13).



2.    Además, su ser interior y sus pensamientos son formados a la imagen de Cristo glorificado, quien se santificó por nosotros elevándose al cielo (Juan 17:14-19).

En Oriente, las vestiduras largas, arremangadas para el trabajo y el servicio, se mantenían en su sitio mediante un cinturón. Del mismo modo, el cristiano ceñido con la verdad no dejará errar sus pensamientos, sus sentimientos y sus inclinaciones; tampoco seguirá los impulsos de su propia voluntad. Vela y se aparta de esas cosas. La verdad misma dirige su corazón. Lo que es bueno tiene poder y autoridad en él. Ama a Cristo y se regocija en las cosas celestiales en Él. No se halla bajo el peso de una obligación exterior o de una ley; el corazón mismo quiere aquello que el Señor desea.
Satanás no encuentra ningún punto de ataque en tal cristiano. A todas sus tentaciones, sus incitaciones y sus falsas interpretaciones, el corazón del creyente responde: «Está escrito».

Sin embargo, no olvidemos que diariamente debemos ceñirnos con la verdad y aplicarla a nuestro corazón, y que ello sea un estado permanente. Sólo podemos realizarlo en la comunión con Dios y con el poder del Espíritu Santo.

La coraza de justicia
Estar “ceñidos… con la verdad” nos guarda en cuanto al hombre interior, en una armonía práctica con Dios; pero una marcha en justicia y en piedad debe caracterizarnos delante de los hombres (2 Corintios 8:21; Hechos 24:16).

Aquí no se trata de la perfecta e inmutable justicia que el creyente posee en Cristo y que le permite mantenerse ante el Dios santo. Sólo una marcha en la santidad práctica y una buena conciencia pueden servirnos de coraza contra Satanás.

¿Cuáles son las condiciones para tener una buena conciencia? Según la luz que le haya sido dada, el cristiano ha juzgado y condenado todo su pasado ante Dios. No tolera en él ninguna clase de mal. Va “ceñido… con la verdad” y se esfuerza, por la gracia de Dios, en mantener su vida diaria —lo visible y lo invisible, sus hechos y su servicio— en armonía con la verdad aplicada a su corazón. La existencia de la carne en nosotros no suscita en uno mismo una mala conciencia, ni interrumpe la comunión con Dios, mientras no la dejemos obrar. Pero tan pronto como soy culpable de una injusticia y mi comportamiento está en contradicción con la voluntad de Dios tal como la conozco, entonces todo vacila: el enemigo puede reprocharme con razón mi falta, aun si queda escondida a los ojos de los hombres. Caí en la trampa durante el combate, y mi comunión con Dios queda interrumpida, el Espíritu Santo es entristecido en mí, y por eso he venido a ser un hombre sin poder ante el enemigo.
Permanecer en tal estado acarrea graves consecuencias. Una mala conciencia me hace cobarde y me lleva a faltar de rectitud. Vivo en el temor que el mal aparezca con toda claridad y que esto redunde en mi confusión pública. En tal estado, me entrego a cometer otras faltas. Me vuelvo incapaz de combatir, como en otro tiempo le ocurriera a Israel ante Hai (Josué 7). Si continúo sirviendo y combatiendo —quizás para tener pura fachada— esto sólo hará poner de manifiesto mi indiferencia en cuanto al pecado.

El creyente que acepta vivir sin la coraza de justicia no podrá poseer la más mínima parcela en los lugares celestiales. Todo su crecimiento se ve interrumpido y su vida deshonra al Señor.
No obstante, gracias a Dios queda la posibilidad de revestir de nuevo esa pieza indispensable de la armadura: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).



Calzados con el apresto del evangelio de paz
Las Buenas Nuevas de la salvación emanan del “Dios de paz”. Por ellas es anunciada la paz a los hombres en virtud del sacrificio de Cristo. Este mensaje pone la paz a disposición de todo aquel que la desea.

Después de estar ceñidos con la verdad y de haber vestido la coraza de justicia, el creyente se calzará con el apresto del Evangelio de la paz. En virtud de la obra de Cristo, no sólo tiene la “paz con Dios”, sino que efectivamente vive en una comunión sin obstáculos con el “Dios de paz”. Resulta que la paz llena también su corazón y así está «pronto» a manifestarse a todo aquel que encuentra en su camino: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz!” (Romanos 10:15). Es posible que, por esta razón, el creyente coseche odio en lugar de amor, encono en lugar del agradecimiento. Sin embargo, en cuanto dependa de él, está en paz con todos los hombres (Romanos 12:18).

¿Por qué el mundo está lleno de descontento y disputas? Porque el hombre lucha por adquirir bienes terrenales y obtener beneficios materiales; porque su egoísta corazón, ávido de honores, queriendo siempre tener razón, no busca el interés de su prójimo, sino que se ensalza por encima de él. En tal contexto, el cristiano puede derramar un hálito de paz venido del cielo, donde él vive por la fe, porque se goza de sus bienes celestiales y no busca el honor que viene de los hombres sino el que viene de Dios. Ocurre demasiado a menudo que, por falta de vigilancia, hemos olvidado ponernos este calzado y manifestamos insatisfacción, mal humor y envidia. El enemigo se sirve de esto para suscitar discordias y disputas en nuestro propio hogar, entre los creyentes y aun en nuestras relaciones con las personas del mundo. ¡Qué triunfo para Satanás! Consiguió una victoria, privándonos así, por cierto tiempo, del gozo de las bendiciones celestiales.

¡Qué importante es esta pieza de la armadura! En este mundo, podremos ser útiles mensajeros del Evangelio de paz sólo en la medida que nuestra conducta para con los hombres rinda testimonio de esto.

Las siguientes piezas de la armadura constituyen el escudo de la fe y el yelmo de la salvación. Se refieren más a la conservación de la confianza en Dios.

El escudo de la fe
Cuando los pensamientos, las inclinaciones y los sentimientos interiores son sujetados como acabamos de verlo, y la marcha se caracteriza exteriormente por la justicia y la paz, el alma puede blandir el escudo de la fe. No se trata tanto de la fe que acepta el testimonio de Dios en cuanto a Cristo para la salvación del alma, sino más bien de una confianza inquebrantable en el Dios de amor que es sin reserva “por nosotros” (Romanos 8:31), y que se reveló como Padre en Cristo Jesús.

Cualquiera que tiene en alto ese escudo con semejante confianza, no se hará preguntas, sino que “contra esperanza” (humana) creerá “en esperanza”(en Dios) (Romanos 4:18). En esta ocasión experimentará que Dios lo ampara y lo protege, y que el alma que en Él confía jamás se verá decepcionada (Salmo 91:1-5). La sencilla fe justifica a Dios y se apoya en él; en realidad, Él es un escudo contra el cual todos los dardos de fuego del maligno se apagan.

¡Cuán necesario es este escudo para el cristiano! Por un lado, este último puede mantenerse en espíritu en los lugares celestiales; pero, por otro, en este mundo debe atravesar diferentes circunstancias, pruebas, sufrimientos y aflicciones bajo la dirección de Dios que los permite. A menudo, Satanás utiliza el carácter insondable de los caminos de Dios para llenar nuestro corazón de desconfianza para con Él, y para suscitar en nosotros la duda en cuanto a su amor, su fidelidad y sus cuidados. También intenta quebrantar nuestra confianza en la veracidad y la confiabilidad de su Palabra, y otras cosas semejantes. Todo aquello que nos aleja de Dios y de nuestras bendiciones celestiales en Cristo le gusta.
La fe pone a Dios entre ella y las circunstancias, así como todo aquello que pudiera inquietarla. Abram pudo decir: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra”. Y Dios le respondió: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 14:22; 15:1). Si resistimos al diablo, hallará a Cristo en nosotros y huirá.

¿Cómo es posible que los dardos del maligno penetren en el corazón del creyente y lancen en él, como fuego ardiente, la duda y la angustia? Porque olvidó no sólo tomar el escudo, sino también el cinturón, la coraza y el calzado. Quizás uno comience a desviar los ojos de la contemplación de Cristo glorificado, llevado por muchas distracciones de este mundo. Entonces, el corazón no está más en la luz, sino que sigue el impulso de los pensamientos y las inclinaciones naturales, o aun “los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). A partir de ese momento, no es protegido contra los dardos de fuego del maligno. Pues, cuando la íntima comunión con Dios es interrumpida, ¿cómo podemos elevar los ojos llenos de confianza hacia Él? La confianza se apoya en Dios. No halla su fuente en la marcha, sino que una marcha fiel es el terreno en el cual progresa.

Cobremos aliento al pensar en nuestro Señor quien, como sumo sacerdote y abogado en el cielo, intercede constantemente por nosotros. Intercede para que permanezcamos en estado de combate, y en caso de caída podamos de nuevo revestir toda la armadura y volver a tomar nuestro lugar en el combate.

El yelmo de la salvación
Para no dar pie al enemigo y estar protegidos de todas partes contra sus ataques, necesitamos tomar el “yelmo de la salvación”. Cada día deberíamos marchar con la conciencia y el gozo de la perfecta salvación en Cristo, que Satanás no puede destruir ni quitar. Sólo así protegeremos nuestra cabeza de manera práctica, como lo hace el yelmo en el día del combate.

El escudo es una figura de lo que Dios es por nosotros, y el yelmo de lo que hizo por nosotros.
La salvación, tal como nos la presenta la epístola a los Efesios, no incluye solamente nuestra perfecta redención, el perdón de nuestros pecados, la liberación de nuestro estado de corrupción, de la esclavitud del pecado, y del poder del enemigo; sino que la salvación consta también del hecho de que estamos en Cristo, y en él hemos sido llevados a los lugares celestiales. Nuestra salvación es tan perfecta, inalterable e imposible de perder que no debemos ocuparnos más de nosotros mismos. Todo está asegurado, el yelmo puede estar expuesto a todos los golpes. La salvación nos da valor y energía; así somos libres para ser activos para el Señor por el poder del Espíritu Santo, sin que estemos en nada atemorizados o impedidos por cualquier razón que nos concierne.

La espada del Espíritu
Mientras que las otras piezas de la armadura se refieren a nuestro propio estado y sirven para protegernos, la espada del Espíritu, la Palabra de Dios nos es dada como un arma ofensiva. Se utiliza para con el prójimo, en la obra del Señor.

Si estamos de corazón en la verdad, si andamos en justicia yendo en paz por nuestro camino a través de este mundo de hostilidades, si nuestro corazón confía en Dios y que tenemos la firme seguridad de nuestra salvación en Cristo, entonces podemos empeñar y ganar el combate. Estamos protegidos en cuanto al hombre interior y al abrigo de todos los ataques del exterior. Un buen estado interior debe preceder toda actividad exterior y acompañarla.

Es un punto de suma importancia, al cual a menudo no solemos prestar mucha atención. Ocurre que salimos al combate sin habernos juzgado a nosotros mismos y sin tener la firme seguridad de que Dios está con nosotros. Ahora bien, existen situaciones en las cuales no puede acompañarnos, tal como lo vemos en la historia de Acán en Josué 7. En tal caso, el combate terminará en una vergonzosa derrota. Si deseamos ser activos para el Señor —ya en nuestra familia, en la vida cotidiana o en un servicio público— primero tenemos que haber estado en Su presencia. Nuestra arma ofensiva es pues la espada del Espíritu, la Palabra de Dios, y no hay otra cosa que el enemigo tema más. Manejada con el poder y la dirección del Espíritu Santo, suministra una fuerza y una agudeza a las cuales nada puede resistir. Entonces, es “como fuego dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra” (Jeremías 23:29). Es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).

¡Tengamos siempre entre manos la Palabra, esa arma que nos es proporcionada por el arsenal divino! No debemos añadir ni quitar, pues de lo contrario dejaría inmediatamente de ser la espada del Espíritu, y la Palabra de Dios. Es tan perfecta como nuestra salvación y como nuestra justicia; su valor es independiente de nuestra colaboración. Basta absolutamente para todo y podemos contar enteramente con ella si la utilizamos sólo bajo la dependencia de Dios.

A través de todas las Escrituras, especialmente en los Salmos, encontramos ejemplos de la manera en que los creyentes manejaron la Palabra. Nuestro Señor mismo es el perfecto modelo para utilizar esa arma espiritual. Se sirvió de ella en las tentaciones, así como en sus conversaciones con los judíos que siempre intentaban contradecirle. Sin embargo, si no andamos por el poder que da el Espíritu de Dios no contristado, nunca podremos agarrar la espada de la buena manera, y menos aún utilizarla correctamente. Una palabra a propósito en el momento oportuno no puede ser llevada a cabo sino por medio del poder y la luz del Espíritu Santo. Entonces, un solo pasaje de la Biblia puede vencer a nuestro más poderoso enemigo, como ocurrió en otro tiempo con la piedra lanzada por la honda de David (1 Samuel 17:49).

En la obra del Señor, cuánto se hace sentir la necesidad de obreros que sean “fortalecidos en el Señor” porque tienen la costumbre de vestir toda la armadura, y por consecuencia saben utilizar como es debido la espada del Espíritu.

La oración
La última arma citada por el apóstol Pablo es la oración. Esta última muestra la actitud fundamental que el cristiano debe tener para ser capaz de utilizar todas las piezas de la armadura y de practicar lo que representa.

En la entera conciencia que el poder, la sabiduría y la dirección no se hallan sino sólo en Dios, el cristiano en todo tiempo puede volver al trono de la gracia y elevar sus súplicas (Hebreos 4:16). Así será guardado y mantenido en presencia de Dios, los ojos puestos en él y el corazón libre de toda inquietud. El único medio para él es permanecer por encima de las circunstancias y realizar su posición en los lugares celestiales. Cuanto más lo acaparan sus ocupaciones terrenales, tanto más debe cultivar esta relación de oración continua con el Señor.

La oración es el barómetro infalible de la dependencia del creyente. Esa dependencia, la manifestó el Señor mismo en perfección durante su vida en la tierra. Le gustaba retirarse para permanecer en oración con Dios durante muchas horas (Hebreos 5:7-8; Marcos 1:35; Lucas 6:12). Dijo: “Mas yo oraba” (Salmo 109:4). Pablo y los otros apóstoles fueron hombres de oración. Lo mismo ocurría con Epafras (Colosenses 4:12), así como con tantos otros siervos del Señor. Es el secreto del éxito en el servicio y de la perseverancia en los dolores y los sufrimientos.

Una buena utilización de la armadura hace que el cristiano sea capacitado para el servicio para con los demás; entonces su oración no se limita a sus necesidades personales, sino que se extiende a todos los creyentes y siervos del Señor, por las perseverantes intercesiones; “velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí” (Efesios 6:18-19). Así pues, la oración en común no sólo concierne a la obra del Señor aquí abajo, sino que también nos lleva al combate en los lugares celestiales.

Es necesario que las cosas sean así; porque los creyentes son uno, la obra es una obra común, y Satanás es un enemigo común. Conforme a esto, la Iglesia es presentada en la epístola a los Efesios como un cuerpo: “un cuerpo, y un Espíritu” (4:4). Si verdaderamente combatimos el combate como nos es expuesto en el capítulo 6, ciertamente no nos olvidaremos de orar con perseverancia por todos los creyentes y por toda su obra. Por este medio, en cuanto a nosotros dependa, guardaremos la unidad del Espíritu, manteniéndonos alejados de todo aquello que la perturbe, frustrando todo intento del enemigo.
¡Que el Señor nos dé a todos la gracia de permanecer conscientes de nuestra posición celestial y que, revestidos de toda la armadura de Dios, libremos el combate que tiene lugar en los lugares celestiales! “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe” (Hebreos 10:37-38). ¡Cuando estemos cerca del Señor, ya no estará el enemigo en el cielo y no necesitaremos más armadura ni armas!


Por W. Gschwind













martes, 9 de septiembre de 2014

Sinceridad







Su Santa Palabra
actúa en nuestras vidas
limpia, enseña, transforma
para vivirla
siendo sinceros con Dios
nosotros mismos
y los demás
Sin santidad nadie verá a Dios
sinceridad un elemento primordial
Dios te bendiga





lunes, 8 de septiembre de 2014

Esperanza para un mundo en proceso de cambio

Esperanza para un mundo en proceso de cambio
Leer | Romanos 5.1-5

Los rápidos cambios en nuestro mundo pueden robarnos la paz. Podemos ser afligidos por el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor, los conflictos políticos, las epidemias, y las crisis económicas.
A medida que los problemas se acumulan, podemos desanimarnos y darnos por vencidos. Pero, basar toda nuestra esperanza en la capacidad del hombre para resolver los problemas o modificar una situación, no es la respuesta. Podemos tener solamente paz temporal cuando modificamos nuestras circunstancias o ajustamos nuestra conducta externa.
La raíz del problema en nuestra cultura es espiritual —es decir, el hombre tiene una naturaleza pecaminosa que está en enemistad contra Dios. El pecado nos lleva a pensar solamente en nuestro propio interés y en buscar lo que queremos. Ni nuestra inteligencia ni nuestro talento pueden darnos paz con Dios. Pero los que ponen su fe en Jesucristo como Salvador, reciben una nueva naturaleza y son reconciliados con el Señor. Como sus hijos adoptados, no solo estamos en paz con Él, sino que también hemos recibido el poder para vivir en armonía unos con otros. No importa cuánto cambie la vida, podemos tener esperanza, porque estamos anclados a un fundamento firme que nunca será conmovido (Is 28.16).
La esperanza del creyente descansa en el Dios Trino —Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro Padre celestial nos conoce a cada uno por nombre (Is 43.1). Nuestro Salvador cumple cada promesa divina (2 Co 1.20). Y el Espíritu Santo nos garantiza que estamos seguros en Cristo, tanto en esta vida como en la venidera.

Por Min. En Contacto

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Que quieres comer?

¿QUÉ QUIERES COMER?

“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Prov. 13:24).

Amamos tanto a nuestros hijos que no hay nada que no haríamos por ellos. Estos sentimientos son naturales. Comprendemos a la madre que consiente a su hijo, pero no le hace ningún favor. Conocemos a una madre que tiene una hija preciosa de unos dos años y pico. Llega la hora de comer y la madre le pregunta qué quiere comer. Cuando la hija dice que no quiere comer, la madre le pregunta si quiere comer más tarde. No tiene mucha hambre, porque ha estado comiendo galletas. Cuando por fin decide comer, selecciona de su plato lo que le gusta y deja el resto, y la madre le retira el plato sin más.

Los padres la llevaron a montar caballo con una silla especial para niños y en un lugar donde no se puede hace daño. ¡A la niña le encantó! Luego cuando llegó la feria a su pueblo quiso montar caballo y se lo dejaron. No había peligro, pero está teniendo experiencias que normalmente son para niños mayores. Le gustó tanto su experiencia en la feria que obligó a sus padres llevarle al día siguiente también. Otro día la madre le llevó a la salón de belleza para pintarle las uñas. Esta pequeña de dos años luce unas uñas de mayor y los enseña a sus admirantes, orgullosa de ellas.

Pero todo no puede ir como queremos en la vida, y la niña tendrá que aprender esta lección como los demás, y cuánto antes, mejor. Le tocó ir en avión hace poco y el avión no llegó cuando ella quiso. Tuvo que esperar mucho tiempo en la puerta de embarque, y se cansó de esperar. Montó un número allí delante de todo el público que avergonzó a su madre que no pudo controlarla. Se tiró al suelo gritando, llorando, protestado, pataleando y sofocándose. La madre la miró impotente. Normalmente razonaba con ella, pero la niña no estaba para escuchar razones. Tuvieron que intervenir otros pasajeros para calmarla. Y no es la única vez que ha tenido un berrinche en público.    

Está subiendo toda una generación de niños que nunca han sido disciplinados. Los padres no pueden controlarlos. Cuando el niño no consigue lo que quiere, pierde los estribos. Grita y patalea hasta obtenerlo. Luego van al colegio y la maestra no tiene recursos para mantener la disciplina. Los padres no quieren que sus hijos sean contrariados. Este hijo luego se convierte al Señor y piensa que Dios le va a consentir, pero: “el Señor al que ama disciplina” (Heb. 12:6).
En la congregación va a tener disciplina. Le pondrán límites. Puede ser que no puede tener el ministerio que quiere. ¿Qué va a hacer? ¿Tirarse al suelo y gritar? ¿O buscar una manera más sofisticada de salirse con lo que quiere?
En el hogar, en el colegio, en el trabajo y en la iglesia una sana disciplina es imprescindible.
 Cuánto antes lo consigue, mejor: “El que ama a su hijo, desde temprano lo corrige”.


Por David Burt

jueves, 4 de septiembre de 2014

El Corazón de Dios

El corazón de Dios
Leer | Juan 3:16-21

Juzgar a las personas únicamente por sus acciones puede llevar a conclusiones equivocadas.
¿Alguna vez deseó usted mirar dentro del corazón de una persona para entenderla y saber cuáles son sus intenciones?

Por supuesto, nunca necesitamos cuestionar las intenciones de Dios; por su justicia divina Él hace lo correcto en cada circunstancia. Sin embargo, el Señor quiere que tengamos una relación personal cada vez más cercana con Él, y para eso es necesario que conozcamos su corazón por medio de su Palabra.

Pero, lamentablemente, no todo el mundo lee la Biblia, y por eso hay tanta ignorancia en cuanto a quién es Dios.

Si usted quiere entender el corazón de Dios, mire la cruz, donde se demuestran tanto su justicia como su misericordia. El Padre celestial es perfectamente santo; por consiguiente, su sentencia justa y adecuada por el pecado es la separación eterna de Él (Mt 25.41). Entonces, ¿cómo puede un Dios santo y justo relacionarse con seres humanos pecadores y rebeldes? Preparó un sustituto perfecto, sin pecado, para que llevara no solamente la culpa de la humanidad, sino también el castigo que cada uno de nosotros merece. La muerte de Cristo hizo posible que fuéramos declarados inocentes —nuestra deuda por el pecado ha sido pagada en su totalidad, y ese pago se aplica a nuestro favor cuando recibimos al Señor Jesús como Salvador.


                                                                                                              La justicia de Dios exigía que su Hijo sufriera el peor castigo posible: la separación del Padre. El sacrificio
de Jesús llevó a la bendición más grande —a que la misericordia de Dios pudiera derramarse sobre nosotros.

Min. En Contacto

martes, 2 de septiembre de 2014

Eterno Amor



Dios tu gracia
en la persona de tu Hijo Jesucristo
transformó mi ser
dejé mi orgullo y deseos cambié
y te doy mi adoración
mi anhelo es cada día buscarte
postrándome en humillación
exaltándote por siempre a tí



lunes, 1 de septiembre de 2014

Arado Profundo

 “ARADO PROFUNDO”

“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad,
ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4)
No estoy de acuerdo con todas las doctrinas de los escritores puritanos, pero
me encanta su énfasis en la santidad. Estos piadosos predicadores llamaban sus
sermones "arado profundo". Ellos creían que no podían sembrar verdaderas
semillas de fe hasta que la tierra de los corazones de sus oyentes haya sido
profundamente arada. 
 
Los puritanos se aseguraban de que sus prédicas llegaran a lo profundo,
rompiendo la tierra rocosa de las almas de sus oyentes. Sus sermones producían
genuino arrepentimiento en sus congregaciones. Y, a través de los años se
produjeron cristianos fuertes, maduros y fieles.
 
Hoy, sin embargo, la mayoría de las prédicas es sembrar sin arar. Escucho muy
pocos sermones, hoy en día, que penetren más allá de la superficie. El
“arado profundo” no sólo trata con la enfermedad del pecado; cava hasta
llegar a la causa misma de la enfermedad. Muchas de las predicaciones que
escuchamos hoy, se enfocan en el remedio mientras que ignoran la enfermedad.
¡Ofrecen una receta sin proveer la cirugía! 
 
Tristemente, hacemos que la gente piense que ha sido sanada del pecado cuando
nunca supo que estaba enferma. Les ponemos vestimentas de justicia, cuando
nunca supieron que estaban enfermos. Les instamos a confiar en Cristo, cuando
ni siquiera se han dado cuenta de su necesidad de confiar. Tales personas
terminan pensando: "No me hará daño el añadir a Jesús a mi vida". 
 C.H. Spurgeon, el poderoso predicador inglés, dijo lo siguiente acerca de la
necesidad de arrepentirse: 
 
“Creo que la penitencia dolorosa aún existe, aunque últimamente, no he
oído mucho acerca de ella. La gente parece saltar muy rápidamente hacia la fe
en estos días… Espero que mi viejo amigo, El Arrepentimiento no haya muerto.
Estoy desesperadamente enamorado del arrepentimiento; parece ser el hermano
gemelo de la fe. 

No entiendo mucho acerca de la fe sin lágrimas; sé que vine a Cristo por el
camino de la cruz de llanto...Cuando vine al Calvario por fe, fue con gran
llanto y súplicas, confesando mis transgresiones, y deseando encontrar
salvación en Jesús, y en Jesús solamente”.


Por David Wilkerson

El hombre, la mariposa y las pruebas

El hombre, la mariposa y las pruebas

Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa  
 para poder ver a la mariposa cuando saliera del capullo.  Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por abrirlo más grande y poder salir.  El hombre vio que forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento.

Pareció que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidióayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del agujero para hacerlo más grande y ahí fue que por fin la mariposa pudo salir del capullo.
Sin embargo al salir la mariposa tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.  El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el
cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba.


Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas.  Nunca pudo llegar a volar.  Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluídos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar.  Libertad y el volar solamente podrán llegar luego de la lucha.  Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue privada su salud.  Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida.

Si Dios nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos
convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como
podríamos haberlo sido.


Dominio Público

Felicidades en Septiembre

Muchas felicidades a todos los cumpleañeros, que tengan un día maravilloso, lleno de alegrías, sorpresas, amor y sobre todo en la paz y bendición del Señor que les permite contarlos y celebrarlo. Felicidades!


Consagración Septiembre

Biblia, oración y ayuno, invitado a consagración días miércoles 3, 10, 17 y 24 de septiembre.  Puedes hacernos llegar tus peticiones de oración para que otros hermanos e intercesores nos unamos en clamor, usando la forma de peticiones en el portal ministerial o directo al email. Dios nos bendice.