viernes, 5 de mayo de 2023

Lo que Dios valora en una persona

 “Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi Palabra” 

(Is. 66:2, BA).


               De los demás, el Señor esconde su rostro. Examina a todos los que profesan conocerle para ver como son por dentro. Lo que gana la aprobación de Dios no es la actividad en la iglesia, ni los cargos que uno ostenta en la obra, ni su prestigio humano, sino la calidad de su espíritu. La persona puede ser el pastor de la iglesia, el presidente de la denominación, el representante de los evangélicos delante del gobierno, doctorado en teología, profesor de una escuela bíblica, fundador de iglesias, etc., etc., pero esto no es lo que Dios valora. El pastor orgulloso, que enseñorea sobre su rebaño con vara de hierro no puede agradar a Dios. El que dice: “Aquí mando yo”, no tiene el Espíritu de Cristo quien dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29). No ha aprendido de Cristo, aunque haya estudiado la Biblia durante 50 años.


               La humildad es esencial en la estimación de Dios. Sin ella, todo lo que hacemos en nombre de Dios es una ofensa al Señor: “El que sacrifica buey es como si matase a un hombre, el que sacrifica oveja, como si degollase un perro; el que hace ofrenda, como si ofreciese sangre de cerdo; el que quema incienso, como si bendijese a un ídolo” (Is. 66:3). Esto significa que si una persona sirve a Dios sin humildad y contrición de espíritu, Dios lo valora como homicidio;  es como si ofreciera un perro en sacrificio a Dios en lugar de un cordero, o como si le presentase la sangre de un cerdo. Es abominación ante sus ojos, afrenta, insulto, ofensa: ¡espantoso! Para Dios el culto que le está ofreciendo el engreído, aunque sea correcto, es idolatría.


               Dios no recibe el sacrificio o la alabanza del creyente orgulloso; no quiere ser adorado por alguien que no es contrito de espíritu: “Porque no quieres sacrifico, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:16, 17). David es ejemplo del espíritu contrito y humillado que debe caracterizar a cada hijo de Dios. ¡No somos mejores creyentes que David por no haber cometido adulterio! David fue un hombre según el corazón de Dios, y este es el corazón que hemos de tener si vamos a agradar al Señor. No podemos ser otra cosa que contritos y humillados si nos conocemos de verdad tal como Dios nos conoce.  


            Un pastor prepotente que piensa que es un gran siervo del Señor y que como tal debe ser casi adorado por ser tan importante en la obra, está muy lejos de ejemplificar el espíritu de Cristo. “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44). “El que es mayor entre vosotros, sea vuestro siervo” (Mat. 23:11). El prestigio humano no impresiona a Dios. Uno que es contrito de espíritu está quebrantado delante de Dios debido a su condición humana y se agarra a la cruz con toda su fuerza sabiendo que no hay virtud en él que pueda salvarle, que su única esperanza de salvación es la obra de Cristo. Esta es la persona que Dios mira con agrado.


Enviado por Hno. Mario Caballero