“Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, y que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos (8:34).
Lectura: Romanos 8:33-34.
Aquí tenemos la seguridad de nuestra salvación. Cristo murió por nosotros, resucitó, ascendió a la diestra de Dios, e intercede por nosotros. ¿Y esta intercesión, ¿qué tiene que ver con mi salvación? ¿En qué consiste? Vamos a ver lo que dice el autor de Hebreos al respeto: “Sacrificio y holocaustos por el pecado no quisiste (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. En esta voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo. Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10: 8-12). Dice lo mismo que Pablo en Romanos, que Cristo murió, nos justificó y ascendió a la diestra de Dios.
¿Y qué dice de su intercesión a nuestro favor? “Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Heb. 9:11, 12). Y: “Cristo no entró en el santuario hecho de mano, (el tabernáculo terrenal), sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Heb. 9:24). Esta es su intercesión. Los sacerdotes del Antiguo Testamento se presentaban delante del Trono de Dios en el Tabernáculo, el propiciatorio, con un recipiente en sus manos lleno de la sangre de los machos cabríos sacrificados en el altar. Rociaban al propiciatorio del cabrío con esta sangre, y Dios perdonaba el pecado del pueblo. La evidencia que Dios había aceptado el sacrificio es que salían vivos ¡Lo mismo que Jesús! Los sacerdotes, en representación del pueblo, conseguían la remisión del pecado del pueblo. Lo mismo que Jesús. La diferencia es que Él se presenta, no con un recipiente lleno de su propia sangre, sino se presenta a sí mismo, vivo, como el Cordero sacrificado. Extiende sus manos al Padre en súplica por el perdón de nuestros pecados. Dios Padre le mira, ve las marcas de su sacrificio en sus manos, y nos concede eterna redención.
Jesús no está intercediendo por nosotros para que nos vaya bien el día, esto es lo que hace el Espíritu Santo (8:26), sino para que Dios nos perdone eternamente. Para que seamos salvos. Para que estemos en gloria con él para toda la eternidad, para nuestra eterna redención. Consiste en presentarse delante de Dios para nuestro perdón. En esto se basa nuestra seguridad de salvación, en que el Padre acepta el sacrificio de Cristo para nuestra salvación. Cristo murió, resucitó subió a la diestra de Dios, y allí intercede, presentándose a sí mismo delante del Padre para conseguir nuestra eterna redención, y el Padre asiente, dice, que sí, que somos suyos, redimidos, parte de su familia: “Y el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (8:16).
Enviado por el Hno. Mario Caballero