“Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré” (Números 14:11, 12).
Dios estaba disgustado con su pueblo por su incredulidad y estaba a punto de destruirlos cuando Moisés presentó la siguiente oración:
“Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán los Egipcios, porque de en medio de ellos los sacaste a este pueblo con tu poder; y lo oirán los habitantes de esta tierra, los cuales han oídos que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo”, y dirán “que has hecho morir a este pueblo; por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto” (v. 13-16). Su argumento es que, si Dios no perdona a este pueblo su pecado, y si los mata a todos en el desierto, los egipcios dirán que Dios acabó con ellos porque no era capaz de meterles en la Tierra Prometida. Entonces el Nombre de Dios será desprestigiado. Dios perderá la gloria que consiguió sacándoles de Egipto. Habría hecho un trabajo a medias. La gente tendría una opinión muy pobre de Dios, tanto los egipcios, como los otros pueblos alrededor.
Continúa orando: “Ahora, pues, te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable… Perdona ahora la iniquidad de este tu pueblo según la grandeza de tu misericordia” (v. 17-19). Apela a la misma Palabra de Dios, a su revelación de sí mismo, a su identidad, o sea, a su fidelidad a sí mismo. No termina de encajar la cuestión de la justicia de Dios, pues aún no se había revelado la obra de la Cruz. Vuelve al tema de la misericordia para terminar su oración.
En nuestras intercesiones por nuestros hijos y amigos hemos de pedir que Dios les perdone. Pedimos que les salve, pero pocas veces pedimos que les perdone. Una cosa es pedir que Dios tenga misericordia de ellos, otra cosa es pedir que les perdone por amor a ti, porque son tus hijos y los amas, pero otra cosa muy diferente es pedir que les perdone y que termine la obra que empezó en ellos por amor a su Nombre y su reputación. Si los sacó de Egipto, pero no los puede meter en la Tierra Prometida, ¿dónde está su poder? Si los ha hecho nacer, pero no los puede hacer nacer de nuevo, ¿dónde está su gloria? Si ellos son demasiado para Él, Dios queda muy mal. Si no es capaz de convertir a un pecador empedernido en un santo justo y hermoso, ¿dónde está su soberanía?
Notamos que lo que le motiva a Moisés no es amor por su pueblo, sino amor por el Señor. Para él la gloria de Dios es lo más importante que todas las consideraciones. Dios ofreció a Moisés que, en lugar de seguir liderando a este pueblo, le daría un pueblo mejor que le daría más prestigio, pero Moisés no iba a ser disuadido; no quiso nada para sí mismo. Lo único que le importaba era que el Nombre de Dios fuese glorificado, reverenciado, y respetado. Lo que a nosotros nos tiene que importar no es nuestra reputación, ni nuestros deseos, ni nuestra vindicación, ni nuestros sentimientos, sino el Nombre y la gloria de Dios.
Moisés oró para que se glorificase el nombre de Dios y Dios le escuchó y cambió de parecer: “Entonces Jehová dijo: Yo los he perdonado conforme a tu dicho” (v. 20). Podemos ofrecer muchas explicaciones teológicas, pero vamos a quedarnos con lo obvio: Dios escucha nuestras oraciones, y nuestras oraciones cambian las cosas. Esto nos anima a orar. Nuestras oraciones cuentan.
Enviado por el Hno. Mario Caballero