“Si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:14-17).
La conversión significa cambio. Antes vivíamos de una manera, ahora de otra. Han cambiado nuestros valores, actitudes, modales, metas, nuestro uso del tiempo, nuestro concepto de lo que está bien y lo que está mal, nuestra forma de enfocar la vida, la manera en que nos relacionamos con otros, además de nuestra relación con Dios. Somos nuevas personas. Hemos empezado la vida de nuevo. Hemos vuelto a nacer. Los demás ven las evidencias en nuestro comportamiento, pero los cambios interiores son los que han dado lugar a los exteriores, y aquellos solo Dios los ve.
Los cambios interiores tienen que ver con nuestro carácter. Seguimos con la misma personalidad, pero el carácter cambia. Si antes éramos líderes, seguimos siendo líderes, pero lideramos de otra manera, con más humildad, con más servicio hacia los demás. Si antes éramos extrovertidos, seguimos siéndolo, pero no para ocupar el centro de atención, sino para llegar a los demás para ayudarles. Si antes éramos divertidos, mantenemos nuestro sentido de humor y amor a la aventura y optimismo, pero ¡menuda diferencia! Ahora nuestro optimismo se basa en la experiencia cristiana, y nuestra fe en Dios, y nuestro sentido de humor adquiere otro tono.
Si no hemos cambiado nada, si seguimos con los mismos problemas de carácter, tenemos que plantearnos si realmente hemos muerto con Cristo, según estos textos que hemos leído. Jesús vino para salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:21), y éstos están muy arraigados en nuestro carácter. Si somos nuevas criaturas, tiene que haber cambios. Si sigo siendo la misma persona: iracunda, impaciente, negativa, quejica o pesimista, ¿dónde está la nueva criatura? Si sigo siendo violenta, mentirosa, rebelde, vil, inmoral, cobarde, distante, o controladora, manipuladora y conflictiva, la que siempre tiene razón, hay que preocuparse mucho y mucho.
Si los demás no comentan que han visto cambios enormes en mí, algo anda mal y debo buscar la ayuda de un pastor o amigo que vale para aconsejarme dónde estoy espiritualmente. ¿He venido a la Cruz? ¿He renunciado mi vieja forma de ser? ¿Lo he reconocido? ¿Lo he visto? ¿Me he quebrantado por mi pecado delante de Dios? La persona que ha sido convencida de pecado ha visto su corazón y se ha horrorizada. Ha pensado que es imposible que se salve. Cree que si Dios no le manda al infierno, que sería injusto. Ha venido a la cruz destrozado por lo que ha visto de sí misma y ha clamado a Dios pidiendo misericordia. Si Cristo no me salvado de mí misma, ¿de qué que me ha salvado? El Hijo de Dios vino para salvarme de mis pecados para que ande en novedad de vida. El resultado es que los demás vean cambios que evidencian que soy otra.
Pablo cambió. Antes mataba a cristianos; ahora pone su vida por ellos. Pedro cambió. Antes tenía que ser el que figuraba, el bocazas de grupo; ahora tiene corazón de pastor y mira por los demás, no por él mismo. Y si tú también has cambiado radicalmente, ¡gloria a Dios! ¡Esto es porque Cristo está en ti!
Enviado por el Hno. Mario Caballero