“Entonces me postré rostro a tierra y clamando a gran voz, dije: ¡Ay, Adonay Yahvé! ¿Destruirás totalmente al remanente de Israel?” (Ez. 11:13)
Ya quedaban tan pocos, que Ezequiel sufría con cada la muerte que ocurría. Estaba preocupado por la supervivencia de su pueblo. Cada persona que fallecía significaba una pérdida importante. El remanente de Israel que vivía en Babilonia pensaba que ellos representaban una parte pequeña del gran pueblo de Dios que todavía estaba en Israel, pero, como el tiempo revelaría, eran casi la totalidad de la nación, porque los que quedaban en Israel iban a morir. Esto es lo que Jeremías decía. Advertía que los que querían salvarse la vida tenían que rendirse a los babilonios, porque los que quedaban en la Ciudad iban a morir de hambre, de enfermedad y de la espada. Los que se refugiaban en el campo morirían de animales salvajes. Por tanto, ¡los exiliados eran Israel! Dios estaba guardando y purificando a su pueblo en Babilonia, para luego enviar un remanente de este remanente otra vez a Israel. Cuando Ciro emitió el edicto dándoles permiso para volver a sus tierras, solo una parte del remanente volvió. Algunos se quedaron por motivos legítimos, por cuestiones de salud o edad, u obligaciones familiares, pero otros no volvieron porque ya estaban acostumbrados a la vida en Babilonia y estaban contentos allí. Y de los que volvieron, no todos eran creyentes en toda regla. El pueblo de Dios siempre ha sido un remanente dentro de un grupo pequeño, pero por medio de él Dios lleva a cabo sus propósitos.
En tiempos de Jesús, los discípulos, preocupados por el número tan reducido de creyentes auténticos, preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándoles Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:24-26). La salvación siempre es un milagro de Dios. ¿El Señor te ha mirado diciéndote lo mismo? Ten ánimo: “Para Dios todo es posible”.
En cuanto a la Iglesia profesante del día de hoy, los verdaderos creyentes somos un grupo pequeño dentro de la totalidad de los que profesan ser cristianos. El trigo y la cizaña crecen juntos. No mires a los creyentes que tienes alrededor para determinar si vas bien o mal, pensando que si el pastor o los miembros de tu congregación viven de cierta manera, y ellos son salvos, entonces tú puedes vivir como ellos y todavía ir al Cielo. El Señor sabe si realmente son de Él. Hemos de mirar solamente a Cristo.
“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lu. 12:32). Tampoco tenemos que tener complejo de minoría, porque al final de la historia el apóstol nos dice: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, y tribus y pueblo y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap. 7: 9, 10). Nos parece que tan pocos van a ser salvos, pero al final habrá un gran numero que nadie puede contar. No somos parte de un colectivo pequeño, sino de una familia imposible de contar que Dios ha salvado a través de mundo entero, y tenemos un privilegio enorme al pertenecer a esta gran entidad, la Iglesia de Dios.
Enviado por el Hno. Mario Caballero