LOS DOS ESPÍRITUS
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18).
Aquí tenemos el contraste entre dos espíritus: “el espíritu del vino” (como dicen en Catalunya) que es el espíritu de este mundo, y el Espíritu Santo, quien es el Espíritu de Dios. El uno lleva al desenfreno y el otro conduce a la sobriedad. Del segundo la Biblia nos dice: “Dios no nos ha dado un Espíritu de temor, sino de poder, amor y autodominio” (2 Tim. 1:7). El autodominio caracteriza a la persona llena del Espíritu, mientras que la disolución caracteriza a la persona llena del alcohol. En cuanto a la sobriedad, la Biblia dice: “Sed sobrios y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 Ped. 1:13). El anciano tiene que ser “hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo…” (Tito 1:8). El creyente lleno del Espíritu es una persona dinámica, amante, compasiva, misericordiosa y en control se sí misma, en contraste con la persona ebria que no sabe lo que hace y a menudo hace lo ridículo, lo imprudente, lo insensato, o, bajo los efectos de la bebida, llega a ser violento. Es el contraste entre estar en el sano juicio o estar fuera de sí.
Como el Espíritu Santo es el símbolo de la nueva vida en Cristo, la bebida alcohólica representa la vida mundana. Si lo pensamos bien, hasta hay países que se asocian con cierta clase de bebida: Rusia, la vodka; Escocia, el güisqui; Alemania, la cerveza; Francia, el champán; México, el tequila; España, el vino. Hay países enteros arruinados por el alcoholismo, como Rusia.
La gente del mundo sirve alcohol para alegrar sus celebraciones y fiestas. ¿Qué es una fiesta sin alcohol? Para los mundanos es inconcebible. Puede faltar comida, ¡pero qué no falte la bebida! El alcohol es símbolo de la fiesta, la diversión y la felicidad. Saber beber es todo un arte de sofisticación. Hay que saber en qué año se produjo el mejor vino de cada región. Si no bebes, no encajas. Vas a casa de ciertos amigos y lo primero que te ofrecen es algo para beber. Vas a un restaurante y tienes una carta aparte solo para las bebidas. Si uno está triste, bebe. Su uno está contento, bebe. El beber es un acto social que mueve al mundo.
El hombre sin Dios está vacío y se llena con la comida y la bebida. Cristo nos invitó a beber de él. Su comida fue hacer la voluntad de Dios. Esto es lo que llena al creyente. El hijo de este mundo busca su satisfacción en algo más facial, tangible e inmediato: bebe unos cuantos vasos y se transforma, se relaja y disfruta. El creyente se llena de algo muy diferente, de lo espiritual e invisible, de lo eterno. ¡Cuántas familias están destruidas por el alcohol! Y por otra vía: ¡cuántas vidas se han transformado por el Espíritu Santo! Aquí está la libertad, en el Espíritu de Dios. El libertinaje está en la botella. Hay que escoger cuál de los dos nos va a llenar.
Por David Burt