¿QUÉ QUIERES COMER?
“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Prov. 13:24).
Amamos tanto a nuestros hijos que no hay nada que no haríamos por ellos. Estos sentimientos son naturales. Comprendemos a la madre que consiente a su hijo, pero no le hace ningún favor. Conocemos a una madre que tiene una hija preciosa de unos dos años y pico. Llega la hora de comer y la madre le pregunta qué quiere comer. Cuando la hija dice que no quiere comer, la madre le pregunta si quiere comer más tarde. No tiene mucha hambre, porque ha estado comiendo galletas. Cuando por fin decide comer, selecciona de su plato lo que le gusta y deja el resto, y la madre le retira el plato sin más.
Los padres la llevaron a montar caballo con una silla especial para niños y en un lugar donde no se puede hace daño. ¡A la niña le encantó! Luego cuando llegó la feria a su pueblo quiso montar caballo y se lo dejaron. No había peligro, pero está teniendo experiencias que normalmente son para niños mayores. Le gustó tanto su experiencia en la feria que obligó a sus padres llevarle al día siguiente también. Otro día la madre le llevó a la salón de belleza para pintarle las uñas. Esta pequeña de dos años luce unas uñas de mayor y los enseña a sus admirantes, orgullosa de ellas.
Pero todo no puede ir como queremos en la vida, y la niña tendrá que aprender esta lección como los demás, y cuánto antes, mejor. Le tocó ir en avión hace poco y el avión no llegó cuando ella quiso. Tuvo que esperar mucho tiempo en la puerta de embarque, y se cansó de esperar. Montó un número allí delante de todo el público que avergonzó a su madre que no pudo controlarla. Se tiró al suelo gritando, llorando, protestado, pataleando y sofocándose. La madre la miró impotente. Normalmente razonaba con ella, pero la niña no estaba para escuchar razones. Tuvieron que intervenir otros pasajeros para calmarla. Y no es la única vez que ha tenido un berrinche en público.
Está subiendo toda una generación de niños que nunca han sido disciplinados. Los padres no pueden controlarlos. Cuando el niño no consigue lo que quiere, pierde los estribos. Grita y patalea hasta obtenerlo. Luego van al colegio y la maestra no tiene recursos para mantener la disciplina. Los padres no quieren que sus hijos sean contrariados. Este hijo luego se convierte al Señor y piensa que Dios le va a consentir, pero: “el Señor al que ama disciplina” (Heb. 12:6).
En la congregación va a tener disciplina. Le pondrán límites. Puede ser que no puede tener el ministerio que quiere. ¿Qué va a hacer? ¿Tirarse al suelo y gritar? ¿O buscar una manera más sofisticada de salirse con lo que quiere?
En el hogar, en el colegio, en el trabajo y en la iglesia una sana disciplina es imprescindible.
Cuánto antes lo consigue, mejor: “El que ama a su hijo, desde temprano lo corrige”.
Por David Burt