Encuentro con el Padre
Recuerdo que mis maestros de escuela dominical constantemente insistían en la necesidad del “devocional diario”. En ese entonces el alumno utilizaba un manual en donde figuraban versículos para leer cada día de la semana y alguna pregunta que debíamos contestar evidenciando nuestra lectura. Todos los domingos me prometía a mí misma que esa semana haría cada día mi tarea pero al llegar la próxima clase, fastidiosamente comprobaba los espacios en blanco. Rápidamente leía los versículos y contestaba las preguntas. ¡Qué alivio… la tarea estaba cumplida! Pero, íntimamente, sabía que el propósito de ésta era otro, no simplemente llenar un espacio en blanco.
Fui creciendo y aumentaron las responsabilidades, los problemas y las distracciones. Continuaba escuchando en la iglesia sobre la importancia del “devocional diario”. Entonces comenzó mi lucha. Por un lado intuia que mis maestros tenían razón: era importante apartar un momento del día para la lectura y la oración. Por otro lado, ¡qué difícil ser constante y hacerlo todos los días! Había épocas en que lo llevaba a cabo con éxito, pero también estaban esos períodos en que la lectura se tornaba tediosa e insípida hasta que finalmente era abandonada.
Pasaron los años y el hábito del tan cuestionado devocional se fue desarrollando en mí. ¡Por fin lo había logrado! Pero llegó un momento en que me di cuenta que este devocional no me satisfacía plenamente y sospechaba que debía existir “algo” más. A mi alrededor veía algunos cristianos que estaban rebosantes de vida, de salud espiritual y yo, en cambio, sentía estancamiento, monotonía. Le pedí ayuda al Señor en este aspecto y continué con mi hábito.
Al poco tiempo, por el susurro del Espíritu, llegué a darme cuenta por qué mi devocional me dejaba insatisfecha. La lectura mecánica de la Palabra y una rápida oración no alcanzaban a nutrirme para llevar a cabo mis crecientes responsabilidades y contestar los numerosos interrogantes que la vida me presentaba. Fue entonces que comprendí que lo que yo necesitaba (y lo que Dios deseaba) era un encuentro, un encuentro con mi Creador, con mi Padre, con mi Salvador, con mi Señor, con mi Amigo, con mi Consejero, con mi Consolador, con mi Dios.
Adquirí conciencia de que cada día Dios me estaba esperando para tener una cita conmigo, para hablarme, para escucharme, para darme su amor. ¡Qué diferente fue todo! La lectura mecánica y a veces tediosa dio lugar a un “escuchar” a Dios. Él quería hablarme, enseñarme, alimentarme a través de su Palabra. La Biblia comenzó a ser como una mesa llena de suculentos manjares que satisfacían mis inquietudes y mis necesidades. La oración rápida y pedigüeña dio lugar a un “abrir” mi corazón ante el Padre, entregarle mis preocupaciones, mis preguntas, mis temores. Y así, el devocional, dejó de ser un hábito para transformarse en una necesidad, necesidad que si no se satisface deja una sensación de vacío e incertidumbre. Comprendí que en medio de las crisis que se precipitan sobre nuestrasvidas al ser arrastrados por la vertiginosa carrera de cada día, el momento que apartamos para estar quietos junto a Dios, en una actitud de apertura y entrega, es una fuente de vida, de salud, de nuevas fuerzas, de paz, de perdón, de humildad, de gozo, de esperanza.
Aún continúo rodeada de distracciones, de problemas, de responsabilidades que parecen aumentar cada día y aún continúo en la lucha constante a fin de que este momento de encuentro sea siempre una cita con el Padre y no decaiga nuevamente en un devocional mecánico y rutinario. No es fácil, pero el Señor, que cada día nos está esperando paciente y amoroso para brindarnos sus abundantes riquezas, desea ayudarnos.
Doy gracias a Dios por mis maestros que me inculcaron la importancia de esta disciplina y es mi deseo que nosotros también sepamos transmitir esta valiosa herencia a los que vienen detrás de nosotros.
Por Compromiso Cristiano