lunes, 28 de septiembre de 2020

Las Escrituras y el mundo

 En el Nuevo Testamento se habla con frecuencia para el cristiano acerca del “mundo” y de su actitud con respecto al mundo. La santa Palabra de Dios es una luz del cielo, brillando “en un lugar oscuro” Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. (2ª Pedro 1:19). Sus divinos rayos hacen ver las cosas en sus verdaderos colores, penetrando y exponiendo el brillo de mentirijillas que cubre muchos objetos. Este mundo, sobre el cual se gastan tanto dinero, y que es tan exaltado y admirado por las víctimas que tiene embaucadas, es declarado “enemigo de Dios”; y por tanto se prohíbe a sus hijos que “se conformen” a él y que pongan sobre él su afecto.

La fase presente de nuestro tema no es, ni con mucho, la menos importante de todas las que nos hemos dispuesto a considerar, y el lector serio hará bien buscando la divina gracia para medirse con respecto a ella. Una de las exhortaciones que Dios dirige a sus hijos dice: “Desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1ª Pedro 2:2), y corresponde a cada uno de sus hijos el examinarse con diligencia y sinceridad, para descubrir si éste es su caso o no. Ni tampoco nos hemos de contentar con un aumento de conocimiento intelectual de la Escritura: lo que necesitarnos es crecimiento práctico, conformidad experimental a la imagen de Cristo: esto es lo más importante. Y un punto en el cual podemos someternos a la prueba es: ¿Me hace menos mundano la lectura y el estudio de la Palabra de Dios?

1. Nos beneficiamos de la Palabra de Dios, cuando se nos abren los ojos para discernir el verdadero carácter del mundo. Uno de nuestros poetas escribió: “Dios está en el cielo todo está bien en el mundo.” Desde un punto de vista esto es verdad, pero desde otro está realmente equivocado, porque “el mundo entero yace en poder del maligno” (1ª Juan 5: 19). Pero es sólo a medida que el corazón es iluminado de modo sobrenatural por el Espíritu Sano que podemos percibir que lo que es altamente estimado entre los hombre es realmente “abominación a los ojos de Dios” Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación. (Lucas 16:15). Hemos de estar agradecidos cuando el alma puede ver que el «mundo» es un fraude gigantesco; una burbuja vacía, algo, vil, que un día va a desaparecer en una conflagración de fuego.

Antes de seguir adelante, definamos este “mundo” que se le. prohíbe amar al cristiano. Hay pocas palabras en las Sagradas Escrituras que sean usadas con una mayor variedad de significados que ésta. Con todo, una atención cuidadosa al contexto nos ayudará a determinar el sentido de cada caso. El “mundo” es un sistema u orden de cosas, completo en sí mismo. No hay ningún elemento extraño al inundo al que se permita entrar, y si esto ocurre, rápidamente se asimila 0 acomoda. El “mundo” es la naturaleza caída del hombre actuando en la familia humana, modelando el marco de la sociedad de acuerdo con sus propias tendencias. Es el reino organizado de la “mente carnal” que está en «enemistad contra Dios» y que «no está sujeta a la ley de Dios, ni en realidad puede estarlo» Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (Romanos 8:7). Dondequiera que haya una “mente carnal”, allí está el «mundo»; de modo que la mundanalidad es el mundo sin Dios.

2. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando aprendemos que el mundo es un enemigo que hay que resistir y al que hay que vencer. Al cristiano se le manda que luche “la buena batalla de la fe” Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos. (1ª Timoteo 6:12), lo cual implica que hay enemigos con los que hay que medir las armas y vencen, Del mismo modo que hay la Trinidad Santísima: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, hay también una trinidad del mal: el mundo, el demonio y la carne. El hijo de Dios es llamado a un combate mortal con ellos; «mortal», decimos, porque o será destruido por ellos o conseguirá la victoria sobre ellos. Deja claro, pues, en tu mente, lector, que el mundo es un enemigo mortal, y si tú no le vences en tu corazón, no eres hijo de Dios, porque está escrito: “Todo aquel que es hijo. de Dios, vence al mundo” Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1ª Juan 5:4).

Pueden darse las siguientes razones, entre otras, de por qué es necesario vencer al mundo. Primero: todos sus seductores objetos tienden a desviar nuestra atención y enajenar nuestro afecto de Dios. Es necesario que sea así, porque la tendencia de las cosas que se ven es la de desviar al corazón de las cosas que no se ven. Segundo: el espíritu del mundo es diametralmente opuesto al Espíritu de Cristo; por ello escribió el apóstol: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios” (1ª Corintios 2:12). El Hijo de Dios vino al mundo, pero “el mundo no le conoció” (Juan 1:10); por ello los príncipes y gobernadores de este mundo le crucificaron la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. (1ª Corintios 2:8). Tercero: sus cuidados y preocupaciones son hostiles a una vida devota. y piadosa. Los cristianos, como el resto de la humanidad, tienen la orden de Dios de trabajar seis días a la semana, pero, mientras están así ocupados necesitan estar constantemente en guardia, para que la ambición no les gobierne en vez de la ejecución y cumplimiento de su deber.

“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1ª Juan 5:4). Sólo una fe dada por Dios puede vencer al mundo. Pero, cuando el corazón está ocupado con realidades invisibles, aunque eternas, es librado de la influencia corruptora de los objetos mundanales. Los ojos de la fe disciernen las cosas de los sentidos en sus colores verdaderos, y ven que son vacías y vanas, y no son dignas de ser comparadas con los objetos grandes y gloriosos de la eternidad. Un sentido Profundo de las perfecciones y presencia de Dios hace que el mundo aparezca como menos que nada. Cuando el cristiano ve que el Divino Redentor, muere por sus pecados, vive para interceder por su perseverancia, reina y rige las cosas con miras a su salvación final, el cristiano exclama: “No hay para mí ningún bien en la tierra aparte de Ti.”

Y ¿qué dices con respecto a ti cuando lees estas líneas? Puedes asentir cordialmente a lo que se dice en el párrafo anterior, pero ¿cuál es la realidad de tu situación, no ya tu opinión? ¿Tienen las cosas que el hombre regenerado estima, encanto y atractivo para ti? Quita de la persona mundana las cosas en que se deleita y se siente perdido: ¿te ocurre lo mismo a ti? O por lo contrario, ¿se halla tu gozo y satisfacción en objetos que no te pueden ser quitados? No consideres estas cosas a la ligera, te ruego, sino considéralas seriamente en la presencia de Dios. La respuesta sincera a las mismas será el índice o marcador del estado real de tu alma, e indicarán si eres de veras “una nueva criatura en Cristo Jesús” o te haces la ilusión de serlo.

3. Estamos beneficiándonos de la Palabra de Dios cuando aprendemos que Cristo murió para librarnos del «presente siglo malo» (Gálatas 1A). El Hijo de Dios vino, no sólo para cumplir los requisitos de la ley No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. (Mateo 5:17), sino para “destruir las obras del maligno” (1ª Juan 3:18), para librárnos de la “ira que ha de venir” (La Tesalonicenses 1:10), para salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:2), pero también para liberarnos del yugo de la esclavitud de este mundo, y para liberar al alma de su nefasta influencia. Esto se prefiguré en los tratos que Dios tuvo con Israel. Los israelitas eran esclavos en Egipto, y “Egipto” es una figura o símbolo del mundo. Estaban bajo una cruel esclavitud, pasando la vida haciendo ladrillos para Faraón. Les era imposible alcanzar la libertad por su cuenta. Pero, Jehová, con su gran poder, los emancipó, y los sacó de un “horno ardiendo”. Esto mismo hace Cristo con los suyos. Quebranta el poder del mundo en sus corazones. Los hace independientes de él, para que no procuren sus favores ni le teman si frunce el cejo.

Cristo se dio a sí mismo como sacrificio por los pecados de su pueblo, para que, a consecuencia de ello, pudieran ser librados del poder e influencia de todo lo que es malo en este presente siglo: de Satán, que es su príncipe; de los deseos y apetitos de la carne que predomina en el mundo; de la vana conducta de los hombres que pertenecen al mismo. Y el Santo Espíritu que mora en los santos, coopera con Cristo en esta bendita obra. El Espíritu vuelve sus pensamientos y afectos de las cosas terrenas a las celestiales. Por la obra de su poder, los libra de la influencia desmoralizadora que los rodea, y los conforma a los Standard celestiales. Y a medida que el cristiano crece en la gracia, lo reconoce, y obra en consecuencia. Busca todavía una liberación más plena de este «presente siglo malo» y pide a Dios que le libre de él completamente. Lo que antes le encantaba ahora le desagrada y produce asco. Anhela el momento en que será quitado de este teatro de acción en que el nombre de su bendito Señor es deshonrado tan tristemente.

4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nuestros corazones son corroborados en ella. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1ª Juan 2:15). “Lo que es para el viajero una piedra de tropiezo en el camino, un peso para el que corre, la liga para el pájaro, es el amor al mundo para el cristiano en el curso de su vida: le distrae completamente en el camino o le desvía totalmente del mismo” – (Nathaniel Hardy, 1660). La verdad es que hasta que el corazón es purgado de la corrupción, el oído es sordo a la instrucción divina. Hasta que somos librados de las cosas del siglo y de los sentidos no podemos ser sometidos a la obediencia a Dios. La verdad celestial resbala de una mente carnal, como el agua por la superficie de un cuerpo esférico. El mundo ha vuelto su espalda a Cristo, aunque su nombre es profesado en muchos sitios; sin embargo, no quiere saber nada de El. Todos los deseos y designios de la persona mundana son la gratificación del yo. Por más que sus objetivos e intentos sean tan varios como se quiera, todo está subordinado a satisfacer al yo. Ahora bien, los cristianos se hallan en el mundo, y no pueden salir de él; tienen que vivir en él, el tiempo que el Señor les ha indicado. Mientras están en él tienen que ganarse la vida, mantener a sus familias y atender a los negocios del mundo. Pero se les prohibe que amen al mundo, en el sentido de que pueda hacerles felices. Su “tesoro” y «porción» se halla en otro sitio.

El mundo tiene atractivo para cada uno de los instintos del hombre caído. Contiene miles de objetos que le encantan: atraen su atención, la atención crea deseo y el deseo amor, e insensiblemente, pero de modo seguro, hacen una impresión más y más profunda en su corazón. Tiene la misma fatal influencia en todas las clases. Pero a pesar de ser atractivos los diversos objetos, y todas las ocupaciones y placeres del mundo, están diseñadas y adaptadas para fomentar la felicidad en esta vida, solamente, por tanto: “¿De qué le aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?” El cristiano recibe su enseñanza del Espíritu, y al presentarle éste a Cristo en el alma, sus pensamientos son desviados del mundo. De la misma manera que un niño deja caer un objeto sucio o peligroso cuando se le ofrece algo que tiene más interés para él, lo mismo el corazón que está en comunión con Dios dice: “Estimo todas las cosas como perdidas por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”(Filipenses 3:8).

5. Nos beneficiamos de la Palabra cuando andamos separados del mundo. “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4). Este versículo y otros semejantes deberían escudriñar la mente de todos y hacernos temblar. ¿Cómo puedo buscar amistad y placer en aquello que ha sido condenado por el Hijo de Dios? Si lo hago, al instante esto me identifica con sus enemigos. Oh, lector, no te equivoques en este punto. Está escrito: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1ª Juan 2:15).

Se dijo en tiempo antiguo del pueblo de Dios que: “He aquí un pueblo que habitará confiado y no será contado entre las naciones” (Números 23:9). Sin duda la disparidad de la conducta y carácter, los deseos y pesquisas que distinguen al hombre regenerado del no regenerado, deben separarlos. Los que profesamos tener nuestra ciudadanía en otro mundo, ser guiados por otro espíritu, dirigidos por otra. regla, estar viajando a otro país, ¡no podemos ir del brazo con aquellos que desprecian estas cosas! Por tanto que todo alrededor nuestro y en nosotros exhiban nuestro carácter de peregrinos. Es posible que el mundo se extrañe de nosotros (Zacarías 3:8), porque no nos adaptamos a las formas de este mundo (Romanos 12:2).

6. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando provocamos el aborrecimiento. ¡Qué trabajo se da el mundo para salvar las apariencias y dar a los otros una buena impresión! Las cosas convencionales y sociales, las cortesías y el altruismo, todo son fórmulas para dar un aire de respetabilidad. Y para dar más peso, se añade el “Cristianismo”, y el santo nombre de Cristo está en los labios de miles que nunca han tomado su “yugo sobre sí”. De ellos dice Dios: “Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).

Y ¿cuál ha de ser la actitud de los verdaderos cristianos respecto a esto? La respuesta de la Escritura es clara: “De los tales, apártate” (2ª Timoteo 3:5). “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor” (2ª Corintios 6:17). Y ¿qué ocurre cuando obedecemos sus mandamientos? Entonces se demuestra la verdad de estas palabras de Cristo: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19). ¿Qué significa “mundo” aquí, de un modo específico? Dejemos que el versículo anterior nos dé la respuesta: Si, el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. ¿Qué mundo aborreció a Cristo y le hostigó hasta la muerte? El mundo religioso, aquellos que se decían ser más celosos de la gloria de Dios. Lo mismo ocurre ahora. ¡Que el cristiano vuelva la espalda a la Cristiandad que deshonra a Cristo, y sus enemigos peores y más implacables y sin escrúpulos serán aquellos que dicen ellos mismos ser cristianos! Pero, “bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozáos y alegráos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5:11,12

7. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando nos elevamos por encima del mundo. Primero: respecto a sus costumbres y modas. El hombre mundano es un esclavo de las costumbres. y estilos del día. No es así respecto a los que andan con, Dios; la preocupación principal es “conformarse a la imagen del Hijo”. Segundo: por encima de sus cuidados y tribulaciones: en otro tiempo se dijo de los santos que aceptaban ultrajes y aflicciones y el despojo de los bienes, “sabiendo que tenían una mejor y perdurable posesión en los cielos” (Hebreos 10:34). Tercero: por encima de sus tentaciones: ¿qué atractivo tiene el brillo del mundo para aquellos que se deleitan en el Señor? ¡Ninguno en absoluto! Cuarto: por encima de las opiniones y aprobación. ¿Has aprendido a ser independiente y plantar cara al mundo? Si todo tu corazón está dispuesto a complacer a Dios, dejarás de preocuparte de la impiedad, que te mira con ceño.

Ahora, lector, ¿quieres medirte con el contenido de este capítulo? Si es así, busca respuestas sinceras a las siguientes preguntas. Primero: ¿cuáles son los objetos en los que tu mente encuentra recreo? ¿Cuáles son los pensamientos que circulan más por ella? Segundo: ¿cuáles son los objetos que escoges? Cuando has de decidir la forma en que has de pasar una velada o un domingo por la tarde, ¿qué es lo que escoges? Tercero: ¿qué es lo que te causa mayor pena: la pérdida de los bienes terrenos o la falta de comunión con Dios? ¿Qué te causa más pesar, el, que se echen a perder tus planes o la frialdad de tu corazón a Cristo? Cuarto: ¿cuál es el tema favorito de tu conversación? ¿Pasas el tiempo en conversación sobre cosas insustanciales como noticias del día y otras semejantes o hablando “de Aquel que procura nuestra amistad”? Quinto: ¿se vuelven realidad tus “buenas intenciones” o bien no son nada más que sueños vanos? ¿Pasas más tiempo que antes de rodillas? ¿Es su Palabra más dulce a tu paladar, o tu alma ha perdido ya el sabor de ella?

Enviado por: Hno. Mario Caballero