Mateo 20.17-28
La ambición personal y el servicio no siempre son compatibles. De hecho, a menudo se contradicen entre sí. El propósito de un siervo es agradar a su señor en lo que sea necesario, pero la ambición personal se esfuerza por avanzar para provecho propio. Las palabras del Señor en el pasaje de hoy debieron haberles sonado extrañas a los discípulos, ya que, de acuerdo con la mentalidad de su cultura, la grandeza se lograba luchando, no sirviendo.
Al igual que ellos, vivimos en un mundo en el que muchas personas buscan llamar la atención. Se fijan metas, crean planes y hacen lo que sea necesario para lograr lo que se han propuesto. Pero, como cristianos, debemos vivir según una norma diferente: exaltar a Cristo, obedecer sus preceptos y servirlo fielmente al hacer su voluntad, no la nuestra.
No hemos sido llamados a ganar fama ni fortuna, ni dejar nuestras huellas en concreto para que todos las admiren. Nuestra tarea es seguir con humildad las pisadas del Señor Jesucristo. Que nuestra vida tenga un impacto grande o pequeño depende de Dios, no de nosotros. Los más grandes actos de servicio no suelen ser exhibiciones llamativas; son gestos comunes, como ser amable con los extraños, ministrar a otros creyentes y orar por los demás.
El Señor Jesucristo se humilló, renunció a sus derechos y obedeció al Padre hasta el punto de morir en la cruz (Fil 2.5-8). Ser su siervo comienza con la misma actitud. Requiere ayudar a otros cuando no nos resulte cómodo, realizar tareas que no sean llamativas y obedecer al Señor, aunque nos resulte caro. No estamos en este mundo para construir nuestro reino, sino para servir de manera fiel a Dios mientras Él construye el suyo.
Por: Min. En Contacto