“Jesucristo es el mismo hoy, ayer, y por los siglos” (Heb. 13:8).
Si Cristo no cambia, su palabra no cambia tampoco. Si ha dado palabra una vez, esta palabra permanece para siempre. No cambia de parecer. No cambia de opinión. Su enseñanza no cambia, su doctrina no cambia, su ética no cambia. Tiene la misma mentalidad y forma de ser y pensar que siempre. Lo que dijo ayer es válido para hoy, porque hoy es lo mismo que ayer. No hay una nueva palabra de Dios para hoy que reemplace o contradiga la anterior, porque Jesucristo es la Palabra de Dios y Él no cambia. Él es la encarnación de la Palabra de Dios y su vida es la ética de Dios. No vive hoy de manera diferente de lo que vivía ayer. Cuando lleguemos al cielo, veremos al mismo Jesús de siempre, glorificado como Juan lo vio en el Apocalipsis, pero todavía manso y humilde de corazón aun en medio de esplendor y majestad.
El versículo que precede el de nuestra meditación de hoy es: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál hay sido el resultado de su conducta, y imitad su fe” (Heb. 13:7). La palabra de Dios que ellos enseñaron es apta para hoy, porque no cambia. No cambia la conducta cristiana y no cambia la fe. La misma conducta que era correcta para un cristiano en el siglo I es la que es apropiado para el cristiano del siglo XXI, y nosotros tenemos exactamente la misma fe que ellos, porque su contenido no cambia. La Palabra de Dios y la ética siempre han sido las mismas, pues la última procede de la primera y por eso no cambia.
El versículo siguiente es: “No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas” (v. 9). ¿Por qué? Porque las doctrinas nuevas son de creación humana y no forman parte de la Palabra de Dios. Las enseñanzas nuevas y raras no son Palabra de Dios. La palabra de Dios siempre ha sido la misma. Aun cuando Pablo habla de “misterios”, estas enseñanzas tienen su apoyo en el Antiguo Testamento y no contradicen nada de la enseñanza bíblica de siempre. No se veían con claridad hasta tiempos del Nuevo Testamento, pero siempre estaban presentes en la Palabra de Dios. Un ejemplo es la inclusión de gentiles en el pueblo de Dios, la Iglesia (Ef. 4:4-6). En el mismo pacto que Dios hizo con Abraham prometió que en su descendencia (es decir, en Cristo) serían bendecidas todas la familias de la tierra. Estamos insistiendo en que “no hay nada nuevo bajo el sol”, toda la Biblia concuerda y toda es para siempre, porque Dios no cambia. Él es “el Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Dios no cambia y su Palabra tampoco.
En España tenemos “un nuevo rey para una nueva época”, pero no pasa lo mismo en la Iglesia: No tenemos una nueva Palabra de Dios, con una nueva ética, para una nueva época, porque no tenemos un nuevo Rey. Tenemos el mismo de siempre y Él no cambia, ni su Palabra tampoco.
Enviado por el Hno. Mario Caballero