“El Señor al quien ama, disciplina y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb. 12:6).
Es sorprendente que los judíos tienen orgullo de sus raíces. Como hemos visto, sus orígenes son pecaminosos. Descienden de unos padres deshonestos, engañosos, mentirosos, inmorales, incrédulos y desleales. Cuando leemos su historia nos escandalizamos. Pero hay algo aún más sorprendente, y esto es que ¡Dios se identifica con ellos y les llama su pueblo! A causa de ellos, “su nombre ha sido blasfemado entre los gentiles” por su desobediencia a la ley y su incredulidad, por el mal testimonio que han dado desde sus orígenes. Dios los ha disciplinado severamente, pero no los ha abandonado. Ha sido fiel a sus promesas a Abraham, Isaac, y Jacob. Lo que nos maravilla aún más es que el Hijo de Dios quiso descender de esta raza: “A los suyos vino” (Juan 1:12). ¡Ellos son sus antepasados! Se identificó totalmente con este pueblo corrupto. Se bautizó con los pecadores, lloró sobre sus pecados, llevó su condenación sobre sí, y murió por sus pecados.
Volviendo a nuestra historia, vemos como el pecador Jacob sigue siendo disciplinado por Dios por medio de su tío, un hombre de su mismo talante. Labán ya le ha engañado en el asunto del matrimonio y ahora lo va a hacer en cuanto a la vida laboral. Jacob ya tiene una familia numerosa y expresa su deseo a volver a casa, pero su tío ha visto que Dios le ha prosperado por el trabajo de Jacob y no quiere que se vaya. Tampoco quiere pagarle un salario digno, por lo tanto, le engaña. Esta es la escena laboral de hoy día. ¡Parece que esto fue escrito ayer! “Labán le respondió: Halle yo ahora gracia en tus ojos, y quédate; he experimentado que Jehová me ha bendecido por tu causa” (30:27). ¡Pero no tiene temor a Dios, solo egoísmo!
Se ponen de acuerdo en cuanto a cierto salario y Labán no se lo da. Cada vez que “firman un contrato laboral” Labán lo incumple. Jacob se lo cuenta a sus esposas: “Vosotras sabéis que con todas mis fuerzas he servido a vuestro padre; y vuestro padre me ha engañado y me ha cambiado el salario diez veces; pero Dios no le ha permitido que me hiciese mal” (31:6, 7). “Miraba también Jacob el semblante de Labán, y veía que no era para con él como había sido antes” (31:2). Hay tensiones. El ambiente está cargado; es muy desagradable trabajar en estas condiciones. Hay celos y rivalidad de parte de los “otros trabajadores”, aunque Jacob está cumpliendo bien sus responsabilidades, pues los hijos de Labán le odian. Dios está haciendo incómoda su estancia en Padan-aram para que vuelva a su tierra. En medio de estas tensiones, y por medio de ellas, el Señor le llama a volver a su tierra: “También Jehová dijo a Jacob: vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (v. 3).
Dios usa la situación laboral para moldearnos, para corregirnos, para hacer de nosotros personas honradas en medio de gente deshonrada. Jacob ha engañado y ahora conoce lo que es ser engañado. Experimenta en su carne el daño de la mentira. Sabe lo que es padecer injustamente. Sufre pérdidas. Su trabajo no es valorado. Es odiado sin haber hecho nada para merecerlo. El trato que ha dado a su hermano, Dios se lo devuelve. Pero no le abandona. Lo está guardando en medio de esta disciplina tan dura y lo está usando para que tenga ganas de volver a su tierra. Dios tiene un propósito en todo el mal que nos acontece, nos moldea, pero también nos llama a cumplir con nuestro llamado. Jacob está preparado para volver a casa.
Enviado por el Hno. Mario Caballero