lunes, 14 de marzo de 2016

La entrada triunfal en Jerusalén

LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

Decid a la hija de Sion: He aquí tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga” (Mateo 21:5).
En el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén en lo que nosotros llamamos “domingo de ramos” notamos que hay mucho énfasis en lo del burro. Jesús manda a sus discípulos a una aldea cercana donde les anticipa lo que tienen que hacer para conseguir el burro y como han de contestar al dueño cuando les pregunta qué hacen desatándolo. Nos preguntamos por qué tanto detalle acerca de algo tan insignificante. Además, Jesús decía que el animal le era necesario (v. 3). ¿Por qué? ¿Por qué no entró en Jerusalén montado en un caballo blanco majestuoso con los discípulos detrás, cado uno en su cabalgadura, al son de tambores y danza, o con la espada desenvainada acompañado por música de trompeta? Porque vino con humildad. Nunca buscó la aclamación de las multitudes ni utilizaba la pompa de este mundo para anunciar su llegada. No entró como rival al gobierno de Roma para fomentar una insurrección. Si hubiese entrado así, los soldados romanos le habrían matado en el acto.
Bueno, pues, si vino en plan humilde, ¿por qué no entró andando, a pie? Porque tampoco era un “Don Nadie”. Es el Rey. El burro le era necesario para comunicar la idea dehumilde realeza, las dos cosas. Es Rey, pero no como los reyes de este mundo, es un rey siervo, manso y humilde de corazón. Lo dijo implícitamente a Pilato durante su interrogación: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:34, 36).   

Jesús subió a Jerusalén como Rey para conseguir el trono por medio de la cruz. No armó una revolución para quitar a los gobernantes, porque su lucha no era contra carne y sangre, sino contra el diablo cuya arma principal era la muerte. Jesús tuvo que pasar por ella para destruir su poder mediante la resurrección. En la Cruz venció al diablo, el pecado y la muerte estableciéndose como Rey sobre todos los que Él libera. Estos ya son los que forman parte de su reino.
 
Entonces la pregunta lógica es: ¿Quiero que reine sobre mí? Si es así, primero tiene que ser mi Salvador. El es Rey y Salvador, el Mesías, el Hijo de David, el Siervo de Jehová que subió a Jerusalén para establecer su Reino. Sus súbitos son los que han sido liberados del poder del tirano por medio de su muerte.
Enviado Hno. Mario