martes, 23 de febrero de 2016

Abigail(1)

ABIGAIL (1)

“Y dijo David a Abigail: Bendito sea Jehová Dios de Israel que te envió para que hoy me encontrases, y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano” (1 Sam. 25:32, 33).

Cuando David se estaba escondiendo de Saúl en la montaña, durante una temporada se encontraba por la zona donde vivía un tal Nabal que tenía grandes posesiones y muchas ovejas. David y sus soldados acamparon cerca de estos rebaños y David, que tenía corazón de pastor, no podía evitar velar por ellos. Pensaba que Nabal estaría agradecido y le pidió comida para sí mismo y para sus hombres. Nabal reaccionó enfadándose por lo que él consideraba una impertinencia y calificó a David como un rebelde huyendo de su señor. Cuando lo supo David, juró vengarse matando a Nabal y a todo su casa. Aquí tenemos a dos hombres enfadados y lo único que los separa de hacerse daño mutuamente es una mujer, Abigail, la esposa de Nabal.

De ella se nos dice que “era de buen entendimiento y de hermosa apariencia” y a su marido se le describe como un hombre “duro y de malas obras”. ¿Qué ha de hacer una mujer casada con un hombre así? Cuando supo que el mal estaba planeado hacia él, lo podría haber visto como la salida airosa de un matrimonio insoportable. Podría haber pensado que Dios le estaba librando de este hombre. Si ella no actuaba, su muerte estaba asegurada. Pero ella no era esa clase de mujer. Era leal a su marido a pesar de todo y determinó hacer todo lo que estaba en su poder para salvar su vida. Se ve que los criados la tenían en alta estima porque cuando supieron que venía David con sus hombres a por ellos, le avisaron a ella. No intentaron hablar con su señor. Le dijeron: “Ahora reflexiona y ve lo que has de hacer, porque el mal está ya resulto contra nuestro amo y contra todo su casa; pues él es un hombre tan perverso, que no hay quien pueda hablarle”. 

Abigail es una viva demostración de la sabiduría que Dios puede dar a una mujer para salvar su casa. Se apuró y juntó un montón de comida, montó sobre un asno, bajó por una parte secreta de la montaña y salió al encuentro de David. Lo que sigue es tan brillante como sorprendente. Ella se postró delante de David y se echó a su pies diciendo: “Señor mío, sobre mí sea el pecado; mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, escucha las palabras de tu sierva”. Intercede a favor de su marido, sin defenderle ni restar importancia de lo que ha hecho. Reconoce que es un hombre perverso e insensato. No esconde la verdad, ni le justifica. Pide que David perdone la ofensa de su marido. Se pone a favor de David y le dice que tiene razón al estar enfadado. Le alaba por pelear las batallas de Dios. Dice que cree que un día David será rey de Israel conforme a la promesa de Dios y que en aquel día no querrá tener sobre su conciencia el haber matado a gente inocente: “Y acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimientos por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo”. ¡Qué valentía! ¡Qué humildad! ¡Qué temor a Dios! ¡Qué fe! ¡Qué inteligencia! ¡Qué sabiduría! ¡Cuánto hay que aprender de esta mujer! 

Enviado Hno. Mario