jueves, 1 de enero de 2015

Un verdadero siervo de Dios



UN VERDADERO SIERVO DE DIOS

 Cuando el profeta Isaías anunció la venida de Cristo y Su reino, trazó cómo
 serían los verdaderos ministros de Cristo. Al hacerlo, definió nuestro
 ministerio en estos postreros días, al decir, en esencia: “Quiero que
 conozcas las señales del verdadero pueblo de Dios, aquéllos que estarán
 ministrando ¡justo antes de que el Príncipe de Paz regrese a reinar!”

 Isaías comienza con estas palabras: “He aquí que para justicia reinará un
 rey” (Isaías 32:1). Luego, el profeta añade: “Y será aquel varón como
 escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos
 de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra
 calurosa” (versículo 2).

 Para mí, es claro que Isaías está refiriéndose a Cristo. Y continúa
 diciéndonos que un verdadero siervo de Dios va a predicar la suficiencia de
 Cristo. De hecho, este creyente se encierra con Jesús, confiando en que su
 Señor hará de su alma, un jardín bien regado. Él vive con gran confianza,
 su espíritu reposa y está lleno de paz.

 Este verdadero siervo de Dios no tiene una tempestad efervescente en su alma a
 causa del pecado. Por el contrario. Él confía plenamente en el Espíritu
 Santo para hacer morir sus pecados y hacer su espíritu libre como un ave. Él
 no tiene temores ni preocupaciones, porque todo está claro entre él y su
 Señor. Hay un cántico en su corazón, ¡porque Cristo es su deleite!

 Más allá, este siervo sabe que nadie puede herirlo porque está asido de la
 seguridad y comodidad de la promesa de que Dios defiende a los justos. Ningún
 arma forjada contra él puede prosperar porque Dios mismo se levanta contra
 toda lengua que viene contra él. Dios es su defensa una tierra de abatimiento.

 Isaías destaca dos características que distinguen al siervo justo. Primero,
 tiene discernimiento y, segundo, conoce claramente la voz de Dios: “No se
 ofuscarán entonces los ojos de los que ven, y los oídos de los oyentes oirán
 atentos” (Isaías 32:3).

 Vemos un ejemplo en el primer encuentro que tuvo Jesús con Natanael. Cuando
 Él vio a Natanael venir a Él, clamó: “He aquí un verdadero israelita, en
 quien no hay engaño” (Juan 1:47). En otras palabras, “¡Miren, hermanos!
 Acá viene un hombre que no es hipócrita. No hay engaño en él, no hay
 inmoralidad. ¡Él es una vasija limpia!”.

Por  David Wilkerson