viernes, 17 de octubre de 2014

El Señor tenía un hombre

EL SEÑOR TENÍA UN HOMBRE


 Fueron tiempos difíciles en Israel cuando la inmoralidad, la apostasía y
 reincidencia en el pecado estaban desenfrenadas en la tierra. En ese tiempo, el
 arca no estaba en Israel. Elí, el sumo sacerdote de la nación, era perezoso y
 complaciente, permitiendo a sus hijos corromper el sacerdocio. Bajo su
 liderazgo, el adulterio y la fornicación estaban desenfrenados en el templo.
 Pero Elí estaba tan acostumbrado a su vida de comodidad, que no hacía nada
 para detenerlos.

 En un momento dado el Señor escribió la palabra “Icabod” (que significa
 “El Espíritu del Señor ha partido”) sobre todo el sistema religioso. Una
 vez más, las fuerzas satánicas se habían levantado con gran poder, y al ojo
 natural, la obra de Dios había perdido tanto terreno, que las probabilidades
 de recuperarse parecían imposibles.

 Pero el Señor tenía un hombre listo todo el tiempo: un pequeño niño llamado
 Samuel. Mientras todos los ministros alrededor de él se entregaban a la
 fornicación y la glotonería, Samuel estaba aprendiendo a oír la voz de Dios.
 Y mientras él tenía más y más intimidad con el Señor, el Espíritu Santo lo
 llenaba con una palabra profética. ¡Él llegó a ser un testimonio, una prueba
 viviente del poder de Dios!

 La escritura dice que mientras Samuel crecía, ninguna de sus palabras cayó a
 la tierra, lo que significa que él consistentemente hablaba con poder y
 autoridad. Y debido a su autoridad piadosa, ninguna nación pudo alzar una mano
 contra Israel por más de cuarenta años.

 “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna
 de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel
 era fiel profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecer en Silo; porque
 Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová”. (1 Samuel
 3:19-21)

 Una vez más, el Señor levantó a un solo hombre como testimonio a una nación
 entera. Dios no necesitó ningún ejército, ninguna organización humana,
 ninguna “cosa nueva.” ¡Todo lo que necesitó fue un hombre justo, alguien
 cuyo ministerio estaba comprometido totalmente a Sus santos caminos!

Por  David Wilkerson