“Codiciáis, pero no tenéis, por lo cual matáis; además ardéis de envidia, pero no podéis alcanzar, por lo cual combatís y lucháis” (Santiago 4:1-2).
Hoy en día hay mucho mal introducido en las iglesias por el amor a los placeres materiales, pero más aún por el “placer” que Santiago tiene en mente. Muchos aman la preeminencia; pocos el servicio. Muchos, quizás sin saberlo, son envidiosos; pocos, verdaderamente amables. “No os hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (Gal. 5:26).
En el contexto de la vida de la iglesia, la envidia no logra el efecto deseado, sólo se alimenta a sí mismo, de tal manera que la persona “arde” en envidia. En sí, no “alcanza”; no hace que la persona “tenga” lo que desea. En parte, esto es por causa de la misericordia de Dios: al incrédulo le puede permitir que sus deseos carnales sean satisfechos, pero al creyente interviene para frustrarle, con el fin de que se dé cuenta de su error. (Cf. Oseas 2:7: “Seguirá a sus amantes, y no los alcanzará; los buscará, y no los hallará. Entonces dirá: Iré y me volveré a mi primer marido”.).
Para que pueda producir desgraciados resultados, la envidia tiene que ir a más. Es entonces cuando se producen las peleas. No debemos pensar que Santiago esté diciendo literalmente que sus lectores asesinan. Cuando dice “matáis”, él emplea en un sentido metafórico. Con el habla destruís la reputación del otro, sembráis semillas de odio en su contra, llenáis los oídos de los demás con veneno. Además el asesinato no es más que el final lógico de las actitudes que se están manifestando entre los lectores, y en más de una ocasión ha sido la consecuencia literal de las peleas entre cristianos. Por eso, cuando el Señor Jesucristo expuso el sentido del sexto mandamiento, indicó que el asesinato abrazo la ira y los insultos (Mateo 5: 21-26). Igualmente, el apóstol Juan enseña que una falta de amor hacia un hermano no es otra cosa sino el espíritu de Caín en nosotros (1 Juan 3:11-12).
La alternativa correcta
El camino de la envidia sólo produce guerras. ¿Cuál debe ser el camino correcto del creyente involucrado en esta clase de situaciones? Renunciar a sus egoísmos y orar. Dios nos da ministerios fructíferos en su obra, no por la vía de los celos y las luchas, sino por la oración. Luego (v. 3) Santiago tendrá que recordarnos que tampoco es cuestión de utilizar la oración como vehículo para nuestras ambiciones carnales, pero con todo, si no tenemos el ministerio que deseamos, o si en la iglesia no estamos debidamente apreciados, el lugar correcto de derramar nuestras lágrimas y buscar soluciones no es en el chismorreo sino en la oración. La verdadera satisfacción en la vida debe ser encontrada en Aquel que la puede dar. Una vida dominada por la búsqueda de placer, sea que el placer toma la forma primaria de lo sensual o la forma más sutil de la ambición, no trae satisfacción. Sólo Dios da paz. Si pedimos correctamente, se nos dará (Mateo 7:7).
Por David Burt