jueves, 27 de marzo de 2014

Santificado sea tu nombre

“SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”



“Santificado sea tu nombre” (Lu. 11:2).

            Jesús acaba de enseñar a sus discípulos cómo orar. Les ha dado por modelo el Padre Nuestro”. Ahora procede a corregir algunas ideas equivocadas que podríamos tener acerca de Dios. Es fácil juzgar a Dios y acusarle de indiferente, lejano, agarrado, de difícil acceso, con motivos mezquinos, que no nos atiende por capricho, porque quiere que suframos más antes de responder a nuestras peticiones de ayuda, porque lo hemos hecho mal y merecemos sufrir. Jesús está corrigiendo todas estos conceptos equivocados en Lucas 11:5-13.

En el ejemplo acerca del hombre que pide pan a medianoche, Jesús enseña que su amigo se levanta y se lo da por amor a su propio nombre, para defender su reputación, para no faltar en su obligación como persona. Aunque el que llama no fuese su amigo, sino un extraño, se lo daría porque es su deber social. Tenemos que abundar un poco más en esta idea para comprender más acerca de la motivación de Dios al atendernos. Es una buena motivación atendernos porque somos sus amigos, pero si no somos muy buenos amigos, ¿qué?; ¿tenemos menos garantía de ser atendidos? A veces fallamos. Si dependiera del grado de nuestra fidelidad como amigos, podríamos tener dudas si Dios nos atenderá o no. Pero si depende de la suya, ya salimos de dudas. Estamos seguros de recibir lo que necesitamos. Ya hemos descartado la interpretación de que todo depende de nuestra insistencia. Esto pondría una carga insostenible sobre nosotros, crearía mucha inseguridad. ¿He orado suficientes veces? ¿Me atendería si más gente ora por mí? ¡Estas ideas no son enseñadas aquí!

            Lo que Jesús está haciendo es un pequeño comentario del “Padre Nuestro”. Nos ha enseñado a orar: “Santificado sea tu nombre”. ¡Dios contesta nuestras oraciones por amor a su nombre! No por mérito nuestro. Debemos meditar más en esta idea. El amigo se levanta de la cama por amor a su nombre, por amor a su reputación, no porque el otro es su buen amigo. Si fuese solo un conocido, ¿ya no lo haría? No. Lo hace por amor a su nombre, y Dios es motivado por lo mismo. ¡Él contesta mis oraciones “por amor a su nombre”! ¡Esto me da toda seguridad! No soy digna. Fallo. ¿Por qué me va a escuchar a mí? Para que su nombre sea santificado y glorificado. Dijo el salmista: “Me guiará por sendas de justicia por amor a su nombre” (Salmo 23:3). Me hace justo por amor a su nombre, ¡no el mío! Me justificó en Cristo para la gloria de su nombre, y me  ayuda a vivir justamente ¡para que yo le glorifique!, para santificar su nombre.  

            “Por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:16). Aquí tenemos la misma motivación: Nos ha preparado una Ciudad por amor a su nombre, ¡porque le daría vergüenza si no lo hubiese hecho! ¡Tendría vergüenza al ostentar el nombre de Dios!

            A fin de cuentas, todo depende de Dios, no de mí. Yo no soy el centro del universo, la causa detrás de todo lo que ocurre, lo es Él. Yo soy pequeña y finita, de poca monta, pero el soberano Dios de los Cielos me atiende a mí por amor a su nombre, para santificar eternamente y para siempre el nombre del Dios de Israel.

Por Ptor David Burt