jueves, 6 de marzo de 2014

En medio de la tormenta

 EN MEDIO DE LA TORMENTA

 “Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el
 viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos
  andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se
 turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida
 Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mateo
 14:24-27).

 Los discípulos estaban tan agobiados y tan abrumados repentinamente, que la
sola idea de que Jesús estaba cerca cuidando de ellos era absurda.
Probablemente uno dijo: “Esta es la obra de Satanás. El diablo salió a
 matarnos, por todos los milagros de los que hemos formado parte.” Otro dijo:
 “¿Dónde nos equivocamos? ¿Quién de nosotros tiene pecado en su vida?
 ¡Dios está enojado con alguien en esta barca!” Otro podría haber
 preguntado: “¿Por qué nosotros? Estamos haciendo lo que Él dijo que
 hagamos. Estamos siendo obedientes. ¿Por qué esta tormenta repentina?”

Y en la hora más oscura “Jesús vino a ellos.” ¡Qué difícil debe haber 
 sido para Jesús esperar en el borde de la tormenta, amándolos tanto,
 sintiendo cada dolor que sentían, queriendo tanto evitar su sufrimiento, 
 anhelando hacer algo como un padre por sus hijos en problemas. Sin embargo, él 
 sabía que nunca lo podrían conocer completamente o confiar en Él hasta que 
 toda la furia de la tormenta cayera sobre ellos. El se revelaría solamente
 cuando ellos hubiesen llegado al límite de su fe. La barca no se habría
 hundido, pero su miedo los habría ahogado más rápido que las olas golpeando 
 la embarcación. El temor de ahogarse era por la desesperación, no por el
 agua!

 “Y los discípulos, viéndole…se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma!”
(Mateo 14:26).

 Ellos no reconocieron a Jesús en esa tormenta, vieron un fantasma: una 
aparición. La idea de Jesús estando tan cerca, siendo participante de todo 
 aquello que estaban pasando, ni siquiera entraba en sus mentes.

 El peligro que todos enfrentamos es no ser capaces de ver a Jesús en nuestros 
 problemas. En lugar de eso, vemos fantasmas. En el mismísimo momento en que el 
 temor alcanza su punto más alto, cuando la noche es más negra, la tormenta es 
 más furiosa, los vientos son más fuertes y la desesperanza es abrumadora, 
Jesús siempre se acerca a nosotros para revelarse como el Señor de la 
 inundación: el Salvador en las tormentas.

 “Jehová preside en el diluvio, Y se sienta Jehová como rey para siempre”
 (Salmo 29:10) 

Por  David Wilkerson