La Palabra de Dios está llena de historias de grandes hombres de Dios que llegaron al final de su camino y se quedaron sin fuerzas. Yo predico un mensaje titulado «La hechura de un hombre de Dios», en el que hablo de tres cosas que Jesús enfrentó en el huerto de Getsemaní: Una copa de dolor, una hora de confusión y una noche de soledad. Todos los hombres y mujeres de Dios lo han atravesado.
Tal vez tu sufrimiento presente ha sido causado por ti mismo. ¿Cuántas esposas sufren ahora porque se casaron con un hombre, con quien Dios les advirtió que no se casaran? ¿Cuántos chicos están rompiendo el corazón de sus padres, llevándolos al límite de su fuerza? Muchos están irremediablemente afectados por el SIDA y otras enfermedades, a causa de sus pecados del pasado. Pero ahora es el momento de salir lo que causó tus problemas, para avanzar hacia el quebrantamiento, el arrepentimiento y la fe. ¡Es hora de recibir una nueva infusión de la fuerza del Espíritu Santo!
Si tu corazón siente un dolor santo y amas a Dios, es posible que te sientas mal, ¡pero Él no te va a abandonar! Mientras David caminaba por fe en arrepentimiento, dijo, «Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros. En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; Escudo es a todos los que en él esperan. Porque ¿quién es Dios sino sólo Jehová? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios? Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino; quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas; quien adiestra mis manos para la batalla, para entesar con mis brazos el arco de bronce. Me diste asimismo el escudo de tu salvación; tu diestra me sustentó, y tu benignidad me ha engrandecido. Ensanchaste mis pasos debajo de mí, y mis pies no han resbalado…Pues me ceñiste de fuerzas para la pelea; has humillado a mis enemigos debajo de mí» (Salmo 18:28-36,39).
Dios promete fuerza para Su ungido: «Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos. Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré. Jehová es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido. Salva a tu pueblo, y bendice a tu heredad; y pastoréales y susténtales para siempre» (Salmo 28:6-9).
Si clamas a Él, se derramará sobre ti su fuerza: «El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma…Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás; contra la ira de mis enemigos extenderás tu mano, y me salvará tu diestra» (Salmo 138:3,7).
Por David Wilkerson
Enviado por el Hno. Mario Caballero