“Al que venciere, le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17).
Shakespeare Escribió: “¿Qué hay en un nombre? Una rosa con otro nombre olería igualmente dulce”. Pero no era judío. En la mentalidad judía el nombre describe a la persona. Todos los nombres hebreos tienen un significado. Jesús significa “Dios salva” y nos dice quién es y qué hace. Cuando él conoció a Pedro le dio un nuevo nombre: “Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan 1:42). El encuentro con Jesús nos cambia. Ya no somos los mismos, y para hacerlo constar, el Señor le dio a Pedro un nuevo nombre. Por la obra del Espíritu Santo, el viejo Simón iba a llegar a ser el nuevo Pedro, una piedra viva (1 Pedro 2:5), no el fundamento de la iglesia, como dicen algunos, sino parte de él: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo” (Ef. 2:20).
Cuando Jacob tuvo un encuentro con Dios que cambió su vida, Dios cambió su nombre: “Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido, y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Israel significa: “El que lucha con Dios”; Peniel significa: “El rostro de Dios”). (Gen. 32:27-30). Consiguió la bendición de Dios por la muerte de su viejo hombre. Ahora era Israel, el nuevo Israel, padre de los verdaderamente librados. ¿Cuál es el viejo nombre que te describe? ¿Sra. Presumida? ¿Doña Quejica? ¿Sr. Razón? ¿Dos Caras? ¿Srta. Impaciente? ¿Doña Ocupada? ¿El Sr. No Me Molestes? A mi hermana la llamábamos: “La Reina Abeja”, porque todo tendía que centrarse en ella. ¿Cuál es el nombre que describe tu vieja naturaleza?
El Señor Llamó a Juan y Jacobo “Hijos del Trueno”. ¡Qué fuerte! Se ve que tenían un carácter que resonaba, chocaba y hacía temblar. Qué contraste con el nuevo nombre que usó Juan para describirse a sí mismo: “El discípulo a quien Jesús amaba”. (Juan 13:23). Así Juan se describía. Le llenaba de asombro pensar que Jesús le amaba a él. Se sentía amado por el Señor. Y en esta relación de amor encontró su identidad. Juan, ¿quién eres? Soy el que Jesús ama. El enfoque ya no está en él, sino en Cristo. Para siempre se contará la historia de la mujer que lavó los pies de Jesús con perfume. Esta es su identidad. Nadie más hizo el despilfarro de amor que hizo ella.
Cuando estemos con el Señor en su reino, habiendo superado todas las penas de esta vida y vencido todas la tentaciones que el enemigo nos ha confabulado, el Señor nos dará un nuevo nombre que describe la relación de amor que hemos forjado con Él en medio de todo aquello, porque es gracias a las pruebas y dificultades que hemos llegado a ser lo que somos, al ir luchando con Dios en medio de todas ellas, siendo quebrantadas y cambiadas por su toque divino. Nos sorprenderá el nombre. Será conforme a lo que hemos llegado a ir conociéndole. Nadie más lo conocerá, porque no es para fardar, sino para atesorar. Solo la eternidad bastará para disfrutar de esta relación preciosa, íntima y exclusiva que hemos conseguido con el Señor.