“Mas por él estéis vosotros en Cristo Jesús el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30).
Hay creyentes que aman al Señor con todo su corazón, pero viven angustiados por fallos que ha cometido en el pasado. Piensan que debido a ciertas cosas que han hecho que han tenido repercusiones permanentes en su vida, Dios nunca puede estar satisfecho con ellos, y que nunca pueden estar en la voluntad de Dios, que ésta la han perdido para siempre sin ninguna posibilidad de recuperarla, porque no pueden volver atrás y deshacer lo que ya está hecho.
Vamos a poner unos ejemplos: Te has casado con un no creyente, o con la persona equivocada, en contra del consejo de todos. Has abortado. Te metiste en la droga y estropeaste tu salud. Has ido a vivir a un país cuando Dios quería que estuvieses en otro y ya no puedes salir. Has tenido un hijo fuera del matrimonio. Tomaste una decisión equivocada que ha marcado el curso de tu vida. O pon el ejemplo que quieres. Ninguna de estas cosas tiene vuelta atrás. ¿Entonces qué? ¿Vas a estar fuera de la voluntad de Dios toda tu vida? ¿Te has descalificado para servir a Dios? ¿Piensas que Dios no puede usarte en sus propósitos y no hay forma de complacerle ahora? ¿Crees que eres indigna para ser su hija? Esto es muy angustiante. Es vivir sin paz, sin sentirte amada por Dios, siempre condenándote. Vives siempre en el dolor del pasado y en el fracaso presente. Es sentirte inútil y mal. Muy mal. Alejada de Dios, sin posibilidad de volver.
Hay uno que quiere que te sientas así: el enemigo. El diablo es el engañador (Ap. 12:9) con sus mentiras. Es el acusador de los hermanos (Ap. 12:10). Con estas mentiras y acusaciones te tiene neutralizado para Dios. Estas en una cárcel sin salida. Esto es lo que le interesa para que no seas un creyente activa, gozosa y fructífera. Así no le estorbas. Te tiene donde te quiere y no podrás salir de allí hasta que no hayas entendido dos cosas: lo que significa el perdón de tus pecados, y el valor de la vida perfecta de Jesús. Jesús es nuestro Sustituto en las dos cosas, tanto en su vida perfecto, como en su muerte en nuestro lugar. Es como si tú y Jesús vais andando hacia la cruz. Antes de ser clavado en ella, se quita su túnica blanca y te la cambia por la tuya negra. Con tu túnica negra puesta sube a la cruz y muere, pagando por ti, y tú te quedas con su ropa blanca puesta. Te regaló el mérito de su vida perfecta, su justicia.
Él es nuestra justicia. Él cumplió la ley por nosotros. Él agradó a Dios en nuestro lugar. Dios te mira a ti como si hubieses vivido la perfecta vida de Jesús; su perfecta vida es la tuya. “Aparte de la ley se ha manifestada la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo” (Rom. 3:21, 22). “Dios atribuye justicia sin obras” (Rom. 4:6). La sangre de Jesucristo te limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Te deja limpia, como si nunca hubieses hecho nada malo, pero nada bueno tampoco. Entonces entra la justicia de Cristo. Dios te otorga el mérito de su vida perfecta. Ahora, además de estar limpia, estás llena de buenos frutos: “Por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida… por la obediencia de uno, los muchos serán constituido justos” (Rom. 5:18, 19). Dios quita el fruto malo de tu cesta y la llena de fruto bueno.
Enviado por el Hno. Mario Caballero