“Y Baruc hijo de Nerías hizo conforme a todas las cosas que le mandó Jeremías profeta, leyendo en el libro las palabras de Jehová en la casa de Jehová” (Jer. 36:8).
Baruc tomó a pecho las palabras de Dios para él y fue obediente. Subió al templo un día de fiesta con ayuno y leyó públicamente el libro de Jeremías al pueblo. La reacción no fue como la del pueblo en tiempos de Josías cuando hicieron caso a la Palabra de Dios y el rey hizo grandes reformas para ayudar al pueblo a volver a Dios: “Y poniéndose el rey en pie junto a la columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová, y guardarían sus mandamientos, con todo el corazón y con todo el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto” (2 Reyes 23:3).
No. Aquel día que leyó Baruc la palabra de Dios fue muy diferente. Cuando todos los oficiales fueron informados del mensaje, le preguntaron a Baruc donde había conseguido el documento y si Jeremías se lo había dictado. Dijo que sí. Le pidieron que volviese a leer el rollo. “Entonces dijeron los príncipes a Baruc: Ve, y escóndete, tú y Jeremías, y nadie sepa dónde estáis” (v. 19). Luego se fueron e informaron al rey. Él pidió que leyesen el rollo delante de él. Era invierno y el rey estaba delante de un brasero. Conforme iba leyendo, el rey iba cortando el rollo leído y echándolo al fuego. Mandó la captura de Jeremías y Baruc, “pero el Señor los había escondido” (v. 26).
La escena del brasero es dramática, pero no nos distraigamos con su reacción gráfica, sino con el significado fatídico de aquel momento. Fue entonces cuando el rey oficialmente rechazó la palabra y de Dios y fue sellado la suerte de Jerusalén. La consecuencia fue la destrucción de Jerusalén, cosa que fue llevado a cabo 20 años más tarde. En cuanto al rey, la palabra de Dios para él fue: “No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche, y castigaré su maldad” (v. 30, 31).Y en cuanto al rollo, ¡lo tenemos en nuestras manos! Jeremías lo volvió a dictar y Baruc lo volvió a escribir. Se puede echar la Palabra de Dios al fuego; ¡todavía sus profecías se llevarán a cabo! Puedes poner los mensajeros de Dios en prisión; ¡su Palabra todavía será cumplida! Miles de Biblias han sido quemados durante los siglos, pero la Palabra de Dios vive y permanece para siempre.
Por Hno. Mario Caballero