“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:19).
Lectura: Romanos 8:19-25.
No creemos el evangelio solamente porque es cierto, sino también por la esperanza futura que aporta: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Cor. 15:19). Tenemos una esperanza que se extiende mucho más allá de la tumba, al día glorioso cuando resucitaremos a una nueva creación de belleza que excede lo más espectacular que ofrece este mundo ahora. Compartimos esta esperanza maravillosa con las plantas y los animales, ríos y montañas. Todos esperamos ansiosos el día del Señor, cuando Cristo venga para restaurar todas las cosas a una hermosura que supera la original. ¡Aun Jerusalén tendrá un río en medio!, cosa que no conoce ahora: “Del río su corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de la moradas del Altísimo” (Salmo 46:4; Ap. 22:1, 2; Ez. 47:1-7). Los hombres estarán en paz y la naturaleza prosperará: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios le ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra” (Salmo 46:5, 6). Y hará una creación nueva. El Jardín de Edén es un pálido reflejo de la nueva creación de Dios: “El día del Señor vendrá… y los elementos ardiendo serán deshechos… pero nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:10-14). Nuestra esperanza es brillante. Indescriptible. Esperamos un mundo bellísimo, las naciones unidas en amor, la naturaleza preciosa y hermosa, y justicia perfecta bajo el gobierno de un Rey hermoso, amoroso y potente y absolutamente justo. ¡No hay ninguna religión que ofrece una esperanza mejor!
“¡El anhelo ardiente” de la creación es que Cristo venga! Nosotros esperamos, la naturaleza y toda la creación espera; gemimos con ella. Anhelamos este día en que “la creación será librada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloria de los hijos de Dios” (8:21). Vemos corrupción y desintegración por todas partes, gemimos y recordamos la promesa de Dios y tenemos esperanza. Vemos enfermedad y muerte y gemimos. Vemos odio y matanza, y gemimos: “Toda la creación gime a una… y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo; porque en esperanza fuimos salvos” (8:22-24). Hemos recibido el perdón de nuestros pecados, paz con Dios, y una nueva vida, pero esperamos mucho más. Tenemos el Espíritu Santo como comprobante de que un día todo lo que esperamos será hecho realidad. “La esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” (8:24). Obviamente. “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (v. 25). ¡Gemimos con paciencia! Abrimos la televisión. Vemos imágenes horribles. Gemimos y esperamos. Vivimos en la realidad de dolor, sequía, injusticia, guerra, terrorismo y muerte. Oramos (8:26), y clamamos a Dios para que todo esto acabe y Cristo vuelva para establecer su reino de justicia y paz. Preguntamos con los discípulos: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6), y Él responde: “No os toca saber los tiempos, pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:7-8). Y habiéndolo dicho, se fue. Esperamos que vuelva. Pero mientras tanto tenemos que orar y llevar el evangelio a un mundo que gime.