“Para que sometida a prueba vuestra fe… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7).
Lectura: 1 Pedro 1:3-9.
La fe tiene que ser sometida a prueba para ver si es viable o no. Pensamos que tenemos una fe auténtica, inquebrantable, capaz de superar la prueba que sea y todavía quedar intacta, pero ¿es cierto? ¿Tenemos la clase de fe que salva, o solamente somos religiosos? Para averiguarlo, Dios nos hace pasar por pruebas, todas ellas siempre de acuerdo con nuestra madurez espiritual. Ninguna va a superar nuestra capacidad para resistirla.
Dios somete nuestra fe a prueba, pero nosotros hemos de someternos a la prueba. Podríamos pensar: “No me gusta esta prueba; no la quiero”, y luchar contra la prueba. Si nos rebelamos contra la prueba, no la vamos a aprobar. Es como el alumno que no quiere un examen y se queja de que le pongan exámenes, y, sobre todo, de este material. Piensa: “Quiero que me examinen de otra temática, pero no de esta”. Si nos ponemos tercos e insistimos: “Cualquier prueba menos esta”, lo vamos a pasar muy mal. Sométete a ser probado. En lugar de luchar contra la prueba, o, peor aún, luchar contra Dios por permitirla, hemos de someternos a Dios y a su derecho de hacernos pasar por la prueba de su elección, y pedir su ayuda. De esta manera nos encontramos dependientes de Dios, no luchando contra Él, o contra nuestras circunstancias.
Nuestra fe está siendo probada. ¿Está activamente sometida a Dios, o está pidiéndole que nos quite la prueba? En sus pruebas David nunca pidió que Dios las quitase, sino que le ayudase en medio de ellas. No pidió que Saúl dejase de perseguirlo, sino que Dios lo protegiese. David ora: “Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste” (Salmo 17:3). En la prueba nos escondemos en Dios, no luchamos contra Él por permitirla, o contra la prueba: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará” (Salmo 91:1-3).
“Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Cuando la fe de Job fue puesta a prueba por fuego, fue hallada para la alabanza, gloria y honra de Dios. Dios pudo decir a Satanás: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad?” (Job 2:3). La fe de Job dio la razón a Dios delante de Satanás. Glorificó a Dios como digno de ser temido y bendecido no importa lo que nos pase a nosotros. Esto es lo que saldrá a luz cuando el Señor Jesús vuelva y todo el mundo lo verá. En aquel día, nosotros obtendremos el fin de nuestra fe, que es la salvación de nuestra alma (1:9), y glorificaremos a Dios por ella, porque habremos mostrado en medio de la prueba que tenemos la clase de fe que salva para la gloria de Dios.
Oh Padre, acepto las pruebas que tengo en mi vida. Me has dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9). Sostenme en medio de ellas. Amén.
Enviado por el Hno. Mario Caballero