“Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil” (Isaías 5:1).
Lectura: Is. 5: 1-7.
Una amiga acaba de recibir un huerto para cultivar en su municipio. Empezó a trabajar duro con mucha ilusión anticipando una buena cosecha. Su ilusión es como la del Señor con su viña.
Es como el Señor y su viña. La tierra era fértil. Puso una valla, quitó las piedras y plantó vides selectas, esperando una buena cosecha, pero ¡qué disgusto cuando solo produjo uvas silvestres! Se preguntó desilusionado y triste de corazón qué podría haber hecho mejor. Entonces, airado, quitó el muro y dejó que su viña fuese hollada por las bestias del campo. Esta viña representa a Israel: “Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor” (5:7). Dios hizo todo lo necesario para que Israel diese el fruto de justicia como nación: tuvieron su ley, sus profetas, su protección y sus promesas, pero Israel se rebeló y abandonó a su Dios. Por lo tanto, el profeta anuncia que Dios les va a enviar juicio. Esta profecía fue cumplida. Dios destruyó por completo el reino del norte y salvó solo un remanente del reino del sur. Ellos creían que como pueblo escogido de Dios eran seguros, que no vendría el juicio prometido, pero la historia ha mostrado lo contrario.
Jesús cuenta la misma historia en cuanto a la Iglesia: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:1, 2, 6). O bien hay fruto, o bien hay juicio. En ambos contextos, las dos parábolas, el fruto en cuestión es justicia. Si permanecemos en Cristo es imposible que no demos fruto. Nos ha escogido con esta finalidad: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:17). Si no damos fruto, es evidencia de que no hemos permanecido en el Señor. Muchos hacen profesión de fe, se bautizan, son activos en la iglesia, pero no dan fruto.
Jesús lo explica en la parábola del sembrador. Los hay que reciben la palabra con gozo, pero al venir “aflicción o persecución por causa de la palabra”, abandonan al Señor (Mat. 13:21). Otros oyen la palabra “pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mat. 13:23). La semilla que fue sembrada en buena tierra, “éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mat. 13:23). Esta persona es la que permanece en Cristo y da mucho fruto.
Enviado por el Hno. Mario Caballero