“Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad y conocerás a Jehová” (Oseas 2:19, 20).
Lectura: Oseas 2:14-20.
Aquí en este versículo escueto pero hermoso, tenemos el contrato de matrimonio entre Dios y su pueblo. Esta es la versión veterotestamentaria de lo que dice el apóstol Pablo acerca del matrimonio entre Cristo y su iglesia. En el Antiguo Testamento Dios se casó con su pueblo Israel y en el Nuevo Testamento Cristo se casa con su Iglesia (Ef. 5:25-32). Es lo mismo.
En el texto de Oseas Dios promete casarse para siempre con su pueblo en justicia, juicio, benignidad, misericordia, y fidelidad. Dios será justo en su trato con ellos, ejecutará los juicios necesarios, castigando cuando haga falta, pero será benigno y misericordioso para no acabar con ellos para siempre debido a su pecado, y será fiel a su promesa. La finalidad de la relación es conocer a Dios.
Esta es la finalidad de nuestra relación con el Señor. Todo su trato con nosotros como creyentes es para que lleguemos a conocerlo. No es para que seamos salvos, aunque esto está incluido, ni para que vayamos al cielo, como piensan muchos, mucho menos es para que conozcamos la Biblia o la sana doctrina, aunque esto sea el medio. Durante toda la vida del creyente Dios está relacionándose con él en justicia, benignidad, misericordia, y fidelidad para que conozcamos al Señor. Esto es lo que dijo el Señor Jesús: “Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has envidado” (Juan 17:3). La vida eterna es conocer a Dios, es relacionarse con Él en verdad y rectitud, es estar en íntima relación con Él, semejante a la del matrimonio. Cualquier otra cosa es una religión, aunque sea la verdadera.
Los profetas decían lo mismo: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar, en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jer. 9:23, 24). Vemos la similitud entre este texto y el de Oseas. El propósito de la vida no es amasar riquezas, ni conocimiento, ni ser valiente y poderoso, sino de conocer a Dios. Lo vamos conociendo por medio de su trato con nosotros. Para enseñarnos a vivir una vida de justicia, nos juzga, nos castiga y corrige: “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él: porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb. 12:5, 6), porque solo podemos conocer a Dios en medio de una vida de justicia.
Conocerlo es traducido como “reconocerlo” en algunas versiones. El proverbio dice: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tu caminos, y él enderezará tus veredas” (Prov. 3:5, 6). Esta es la forma de ir conociendo a Dios: verlo en todo, reconocer su mano en todo lo que nos ocurre y andar delante de Él, apoyados en Él, y en comunión con Él.
Enviado por el Hno. Mario Caballero