martes, 6 de junio de 2023

El río de Dios

 “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Juan 19:34).

Lectura: 1 Juan 1:7-10

El río de la sangre de Cristo que fluye de la Cruz.

            Este río proporciona perdón de pecado, y justicia: “la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).  Está simbolizado por el altar en el Tabernáculo, donde los animales eran sacrificados y fluía la sangre. Era recogida en cuencos por los sacerdotes y llevada dentro del tabernáculo para rociar los muebles situados en el camino a la presencia de Dios en el Lugar Santísimo. Una vez al año se rociaba también el propiciatorio que era el trono de Dios en la tierra, la sede de la misericordia.  Pasar por el altar fue el primer paso para entrar en la presencia de Dios, el ser limpio de todo pecado.

 

El río del Espíritu que fluye del trono de Dios.

            El río del Espíritu simboliza el nuevo nacimiento y la regeneración, y a continuación, la santificación. En el Tabernáculo en el desierto este río está simbolizado por el lavacro y marca el segundo paso para entrar en la presencia de Dios, la regeneración: “El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Hemos de nacer del Espíritu: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Hemos de recibir el perdón de pecados por la obra de Cristo y ser regenerados por obra del Espíritu Santo. Sin estos dos pasos, la persona no es salva: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Rom. 8:9). Una vez salvos, somos sellados por el Espíritu Santo que nos marca como posesión de Dios: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef. 1:13).

El Espíritu Santo no solo mora en nosotros; fluye de nosotros para bendecir a otros. El Señor Jesús dijo: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:38, 39). “El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14; Ez. 47:9). El río del Espíritu de Cristo fluye del trono de Dios en el cielo y pasa por la cruz de Cristo en la tierra donde el pecador se lava de su inmundicia y nace de nuevo por obra del Espíritu quien mora en él para vida eterna y bendición de muchos.

Enviado por el Hno. Mario Caballero