“Jehová te oiga en el día de conflicto; el nombre del Dios de Jacob te defienda” (Salmo 20:1).
Lectura: Salmo 20:2-9
Este salmo era lo que cantaban las tropas de Israel a ir a la batalla. Es una oración pidiendo la victoria sobre el enemigo: “Te envíe ayuda desde el santuario, y desde Sion te sostenga” (20:2). La confianza de David está puesta en Dios.
Está muy consciente de que antes de poder recibir la ayuda de Dios tienen que estar limpio de pecado. No podemos orar pidiendo que el Señor nos ayude contra el enemigo si abrigamos pecado en nuestros corazones. Por esto David hace referencia del sacrificio para quitar el pecado: “Haga memoria de todas tu ofrendas, y acepte tu holocausto. Selah” (20:3). En nuestra dispensación no apelemos a ofrendas y holocaustos hechos en el altar del Templo de Jerusalén, sino al sacrificio de Cristo y su sangre que nos limpia de todo pecado. No obstante, normalmente pedimos sin hacer referencia a la Cruz. Sabemos que el Señor murió por nosotros, pero no lo mencionamos cuando oramos pidiendo que el Señor nos de la victoria sobre nuestros enemigos, de hecho, normalmente tampoco somos conscientes de la batalla espiritual en la cual nos encontramos. Para aprender del ejemplo de David tendríamos que examinarnos a ver si hay pecado sin confesar en nosotros, recordar verbalmente el sacrificio de Cristo hecho por nosotros, y estar involucrados en las batallas del Señor. Esto supondría un gran cambio en nuestra forma de orar.
David cree que Dios oye sus oraciones: “Ahora conozco que Jehová salva a su ungido; lo oirá desde sus santos cielos” (20:5). Ora con mucha fe: “Éstos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria. Ellos flaquean y caen, mas nosotros nos levantamos, y estamos en pie” (20:7, 8). El secreto de la oración de David es un corazón limpio y fe en Dios. ¡Y funciona!
“Te de conforme al deseo de tu corazón, y cumpla todo tu consejo….Conceda Jehová todas tus peticiones” (20:4, 5). A esto decimos un fuerte “¡Amén!”. ¡Y Dios lo hizo! El Señor le contestó. El salmo siguiente hace constancia de ello: “El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; y en tu salvación, ¡cómo se gozo! Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios. Selah” (21:1, 2). David oró: “Salva, Jehová; que el Rey nos oiga en el día que lo invoquemos” (20:9), y Dios le oyó y le concedió la victoria.
Enviado por el Hno. Mario Caballero