(Lucas 15:11-32)
Curesma 2015’Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo… Su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó… Cuando el hermano mayor escuchó esto, se enojó tanto que no quería entrar. Lucas 15:18b-19a, 20b, 28a
¿A quién crees que puedes representar en la parábola? ¿Al hijo menor, insolente y despilfarrador, que vive todo tipo de inmoralidades, gastando lo que recibió del trabajo de su padre? ¿Representas a ese mismo hijo, sumido en la desesperación, sin nada más que los recuerdos de los buenos tiempos en su casa paterna? ¿Eres ese hijo menor que se vuelve arrepentido a pedir misericordia?
¿O eres tal vez como el hijo mayor, trabajador, honrado, alguien con quien el padre siempre puede contar? ¿Tienes, como el hijo mayor, los celos que te impiden aceptar a tu hermano arrepentido? Me imagino que estos dos hijos no son ejemplos exhaustivos, pero tal vez a veces eres tan extremista como ellos. Tal vez, a veces, te encuentres en el medio. O tal vez, a veces, seas los dos al mismo tiempo. Sin embargo, con el ejemplo de estos dos hijos, Jesús cubre todas nuestras actitudes.
Pero hay algo más, y más importante aún: la actitud del padre. Si queremos personificar la gracia de Dios, aquí la tenemos en el padre que no discutió cuando el hijo menor, sin ningún derecho legítimo, le pidió su parte de la herencia. Aquí tenemos un padre lleno de gracia que estaba esperando con ansias al hijo perdido para abrazarlo sin reproches y hacer una fiesta. Aquí tenemos, en el Padre, la gracia personificada que rogó al hijo mayor que entrara a compartir la alegría del regreso del hijo perdido.
Nuestras actitudes cambian: van del hijo menor al hijo mayor quizás en un mismo día. Pero la actitud de gracia del padre no cambia nunca. Él nos espera, nos abraza, nos prepara una fiesta, y nos invita a que entremos al banquete.
Por CPTLN