(Marcos 10:32-34)
… el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, los cuales lo condenarán a muerte y lo entregarán a los no judíos. Y se burlarán de él y lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará. Marcos 10:32-34
Jesús «le saca punta al lápiz» para darle una fina precisión a su profecía. Los discípulos siempre parecen estar anestesiados cuando Jesús les hace estos anuncios. Ésta es la tercera vez que Marcos registra que Jesús anuncia su muerte. Aquí le pone más detalles: «… lo entregarán a los no judíos.»
El Evangelio de Mateo registra el cumplimiento de esta profecía con lujo de detalles: «Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se confabularon contra Jesús, para condenarlo a muerte. Lo ataron y se lo llevaron para entregarlo a Poncio Pilato, el gobernador» (Mateo 27:1-2). Pilato, el romano prefecto, sería el encargado de ejecutar legalmente al Hijo de Dios. Jesús, rechazado y sentenciado por su pueblo, fue ejecutado por gentiles, y así se cumplió a la perfección, y hasta el último detalle, el plan de Dios.
Tal vez también nosotros, a causa de nuestra desilusión y frustración en la vida, estamos como anestesiados ante las promesas de Dios. No entendemos la importancia de una promesa o de un anuncio, cuando lo que queremos es una acción divina que cambie nuestra situación. Quizás necesitamos reconocer que las promesas de Dios tienen la intención de que veamos cuán serio él se toma su plan de salvarnos.
Cuando Dios se propone algo, nada ni nadie impide su cumplimiento. Las promesas de Dios tal vez no cambien instantáneamente nuestras situaciones, pero sí cambian la forma en que las enfrentamos. Confiados en sus promesas, seguimos adelante con la esperanza de que él sabe lo que está haciendo, y lo que es mejor para nosotros.
Amoroso Señor, aumenta nuestra fe para que creamos en todo lo que nos prometes. Amén.
Por CPTLN