Leer Isaías 11:1-10
Una vara saldrá del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces. (Is 11:1)
La historia nos muestra cómo las monarquías han entrado en crisis y cómo una dinastía, poderosa en el pasado, desaparece o es reemplazada por formas de gobierno más modernas. En algunos países las rancias dinastías que subsisten no son más que meros símbolos sin poder real. Si se las sigue sosteniendo es por respeto a su pasado, pero no porque despierten grandes esperanzas para el futuro.
La dinastía de David contaba con antecedentes gloriosos. David, el hijo de Isaí, había recibido promesas extraordinarias: su trono permanecería para siempre (2 Samuel 7). Sin embargo, en muchas ocasiones los sucesivos reyes davídicos no estuvieron a la altura de lo esperado, sino que fueron todo lo contrario a lo que se anhelaba en un rey de Israel.
En medio de ese panorama de desazón, Isaías señala a un miembro futuro de la casa davídica que honrará su estirpe. Pero ese renuevo de Isaí tiene características tan extraordinarias, que ningún simple mortal podrá encarnarlas. El rey que viene está destinado a restaurar la creación misma, devastada por el pecado. Su mayor virtud será la justicia. Cada uno de nosotros, condenados a la destrucción y al destierro del Edén, podremos encontrar en Jesús una puerta para regresar al Edén. Por Jesús y en Jesús, los lobos y corderos volverán a convivir en paz.
En el retoño de David tenemos esperanza. A pesar de los fracasos, hay esperanza. A pesar del pecado y la muerte, hay esperanza. Unidos a su muerte y resurrección, el regreso al Edén está garantizado. Aguardemos su venida. Celebremos su venida. Confiemos en su justicia que nos cubre, perdona y santifica.
Por CPTLN