Pero tú, Señor, ¡no te alejes! Tú eres mi fuerza, ¡ven pronto en mi ayuda! ¡Rescata de la espada y de esos perros la única vida que tengo! ¡Sálvame de las fauces de esos leones! ¡Líbrame de los cuernos de esos búfalos! Salmo 22:19-21
Nunca he visto de cerca un tiburón de dieciséis pies y medio de largo, y tampoco quiero verlo.
Se me ocurre que Ana tampoco hubiera querido verlo.
Ana estaba haciendo surf en Tasmania, cuando fue atacada por un tiburón que la hundió y la sacudió hasta que, cuando parecía que todo estaba perdido, con la ayuda de su primo Jorge, logró zafarse.
Jorge la subió a su tabla de surf, y con la ayuda de una ola la llevó a la costa, donde fue atendida de sus heridas.
Pensando en lo que había pasado, Jorge dijo: «No soy creyente, pero la ola perfecta que vino en el momento justo, tuvo que haber sido enviada por Dios».
Me gustaría poder decirle a Jorge que quizás es hora de que se vuelva creyente… es más, quizás es hora de que se ponga a pensar en que llegará el momento en que la tabla de surf no le va a servir para escapar de la muerte.
A todos nos llega la muerte. A algunos les llega con un tiburón; a otros con un infarto, o cáncer, o un accidente, o… la lista es interminable.
Dios sabía que la muerte nos espera a todos. Por ello es que envió a su Hijo para que se ofreciera como rescate por nuestra salvación. Al morir en la cruz y resucitar al tercer día, Jesús venció el poder de la muerte, y nos abrió la puerta hacia la vida eterna.
Más aún, sabemos que nuestro Señor está siempre a nuestro lado. Como escribe el Salmista: «Pero tú, Señor, no te alejes; fuerza mía, ven pronto en mi auxilio. Rescátame de la boca de los leones.»… o de tiburones… o accidentes… o enfermedades.
Por CPTLN