Isaías 9:2-7
El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sí, la luz resplandeció para los que vivían en un país de sombras de muerte. (Is 9:2)
Las tinieblas, además de ser una realidad negativa, son en sí mismas un símbolo de todo lo maligno que existe en el mundo. Si decimos, por ejemplo, que tal persona «anda en tinieblas», no hay manera de entender esa afirmación como algo positivo.
Desde una perspectiva espiritual, las tinieblas representan un mundo en el que nada bueno puede esperarse. Las profecías acerca del Mesías refieren a su venida como a la irrupción de una luz en medio de las sombras de la muerte. Israel, el pueblo de Dios, había pasado por momentos tristes y oscuros en su historia. Períodos de desobediencia y rebelión seguidos por invasiones, deportaciones y calamidades sin fin. Eran tiempos de sombra de muerte. El Mesías llega como un rey niño para revertir ese panorama sombrío. La tierra de Galilea, lugar del ministerio de Jesús, sería escenario de esa venida luminosa.
Jesús es el príncipe de paz que va a acabar con todos los símbolos de conflicto, guerra y enemistad entre nosotros. Sus nombres son propios de un rey extraordinario: «Consejero admirable», «Dios fuerte», «Padre eterno» y «Príncipe de paz». Él viene a nuestra Galilea arrasada a establecer un reino espiritual de paz, para gobernar nuestras mentes y corazones. Si nuestra existencia es atravesada por oscuridad, si los conflictos y las guerras han devastado nuestra vida, hay esperanzas inmensas en ese PRÍNCIPE DE PAZ.
Preparémonos para recibirle en arrepentimiento y fe. Con su amor y perdón, con su justicia y su paz, Él iluminará nuestros corazones. Su adviento puede ser nuestro advenimiento a una existencia nueva y luminosa.
Por CPTLN