lunes, 26 de diciembre de 2022

Creados y redimidos

 ¡Grande es el Señor, nuestro Dios! ¡Gran Rey es él sobre todos los dioses! En su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas. Suyo es también el mar, pues él lo hizo, y sus manos formaron la tierra seca. ¡Vengan, y rindámosle adoración! ¡Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Creador! 

Salmo 95:3-6


Los dioses de otras religiones exigen y reclaman cosas. Muchos creen que las estrellas y los planetas controlan el destino humano, una afirmación falsa que da un estatus divino a los cuerpos celestes creados. Incluso la tierra misma se describe a veces como una diosa, personificada como la «madre naturaleza» o «madre tierra». Quienes creen en estas falsas ideas «cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y honraron y dieron culto a las criaturas antes que al Creador» (Romanos 1:25a).


Esos otros «dioses» no tienen ningún derecho real sobre la tierra o cualquier parte de la creación. Solo el Dios Trino es Dios. Como nos recuerda la Escritura: «Todos los dioses de los pueblos son ídolos, pero el Señor es quien creó los cielos» (1 Crónicas 16:26). Por lo tanto, no debemos adorar a la creación, sino reconocer a su Creador y adorarlo solo a Él. Desde los valles más profundos y las profundidades del océano hasta las montañas más altas, la tierra pertenece al Señor porque Él creó todo. A su orden, «subieron a los montes, bajaron por los valles» (Salmo 104: 8a). Dios dio el cuidado de Su creación a los seres humanos que Él creó, diciéndoles: «¡Reprodúzcanse, multiplíquense, y llenen la tierra! ¡Domínenla! ¡Sean los señores de los peces del mar, de las aves de los cielos, y de todos los seres que reptan sobre la tierra!» (Génesis 1: 28b).


Las personas bajo cuyo cuidado Dios puso al principio a su creación, se sumergieron voluntariamente a sí mismas y al mundo en las tinieblas del pecado y la muerte. Sin embargo, nuestro gran Dios y Rey amaba al mundo que había creado, por lo que envió a su Hijo a rescatarlo. Jesús tomó sobre sí mismo la culpa del pecado de la raza humana y sufrió la pena de muerte que nos correspondía a nosotros por nuestra rebelión contra nuestro Creador. ¡Ningún otro «dios» ha hecho eso! Luego, Jesús resucitó triunfante sobre la muerte en la mañana de Pascua.


Por la gracia de Dios, mediante la fe en Jesús, nuestros pecados son borrados por la sangre del Salvador. Jesús, por quien y para quien fueron creadas todas las cosas, reina ahora en exaltada gloria sin compartir su dominio con los ídolos pues se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. En un gran día aún por venir, Jesús nuestro Señor regresará en gloria como Rey y Juez. Esta tierra presente pasará, y Dios creará un cielo y una tierra nuevos, haciendo nuevas todas las cosas.


Nuestro Creador y Salvador sostiene en su mano los lugares más profundos de la tierra y las montañas más altas. ¡Y nos sostiene también a nosotros! Por el poder del Espíritu Santo, solo hay una respuesta que podemos dar: «¡Vengan, y rindámosle adoración! ¡Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Creador!»


Por CPTLN