“Os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta” (Rom. 15: 30, 31).
Lectura: Romanos 15: 28-33.
Pablo desea visitar a los hermanos de Roma para aportarles bendición. Les dice que llegará “con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo” (v. 29). ¡No les va a conceder una bendición papal!, sino la bendición de conocer más a Cristo por su enseñanza y por su vida. Será un enlace entre ellos y las iglesias que él ha plantado. Les compartirá como van los creyentes en otras regiones y qué pueden aprender de ellos. Hará que ellos se sientan parte de la gran Iglesia de Dios por todo el mundo, íntimamente relacionados con hermanos de otros lugares a los que nunca han conocido. Pablo está convencido de que su visita les va a traer abundancia de bendición. Pero no solo dará bendición, sino que él también la recibirá: “para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros” (v. 32). Pablo no se cree un superhombre autosuficiente, sino un creyente necesitado del calor de los hermanos, de su amor, y también de sus oraciones.
Usa palabras muy fuertes que para animarles a orar por él: “Os ruego, hermanos por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu” que oren. Necesita sus oraciones. Pablo mismo podía orar y sería suficiente, ¿no? Hace falta que ellos oren, porque la oración les unirá a él y a los hermanos de Jerusalén. Fortalecerá los vínculos de amor entre hermanos. Comunicará amor a aquellos por los cuales están orando: “Siento tu amor cuando oras por mí”. Pablo daba amor y lo quería recibir también, porque todos necesitamos ser y sentirnos amados.
Él tiene dos peticiones de oración. Pide que Dios le proteja de los enemigos de Cristo que están en Jerusalén, a quienes les gustaría mucho verle muerto. Su vida está en gran peligro en Jerusalén, porque es un muy conocido renegado de los fariseos y un poderoso hereje, según la forma de pensar de los judíos de Jerusalén. La segunda cosa que pide que oren es que los creyentes de Jerusalén acepten su servicio. ¿Por qué no lo aceptarían? Por desconfianza. Por temor. Ellos están sufriendo persecución y puede ser que no se fíen totalmente de él, porque ha venido de fuera y no le conocen. No es fácil llegar a una iglesia donde no te conocen y ministrar con total aceptación. Si ellos le admiten y se dejan enseñar por él, Pablo llegará con gozo a los creyentes de Roma (v. 32) y podrá aportarles aún más bendición.
Pablo irá a Jerusalén con una ofrenda para los pobres de la iglesia, sin estar seguro si van a aceptar su ministerio, y con gran peligro a su vida. Es una visita arriesgada, pero no por ello dejará de ir. Pero por estos motivos pide oración. ¡Necesita el calor y el apoyo en oración de los hermanos de Roma al ir a su propio pueblo! Irá a Jerusalén a gran coste personal. Este es Pablo. Ahora no necesita nuestras oraciones; no obstante, ¡podemos recordarle en nuestras oraciones, dando gracias a Dios por tan gran hermano en la fe!
Enviado por el Hno. Mario Caballero