lunes, 21 de noviembre de 2022

Amar a Jesús: La prioridad

 “Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque los pobres siempre tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis” (Juan 12:7, 8).

Lectura: Mateo 26:6-13.


        Lo que hizo María trajo gozo al corazón de Jesús. Su comentario fue: “Ella ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho para memoria de ella” (Marcos 14:8, 9). No lo dijo de ningún otro acto que hizo ninguna otra persona para él. La devoción de María fue extraordinaria y ejemplar.


        ¿Qué le había pasado que le llenó de tanto amor para el Señor? Pues, en los relatos de ella y su hermana se nota cierta tensión. Marta le censura, le dice a Jesús que la corrija, pero Jesús responde con: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas, pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lu. 10:41, 42). La prioridad no es el servicio, sino la devoción. Lo mismo dice el Señor con referencia a los pobres. Él mismo atendía a los pobres, pero la primera prioridad era él, no los pobres (Juan 12:8). Cada cosa en su sitio.


En la muerte de su hermano Lazaro, no vemos a las dos hermanas llorando juntas y consolándose mutuamente, sino aparte. No es de sorprender si María dejó la familia para meterse en una vida de perdición. Ha pasado a muchas jóvenes formadas en buenos hogares. A María le pasó algo que la llevó muy lejos de la buena formación espiritual que había recibido. Pudo ser un desencanto amoroso, o que sufriera un abuso, no se sabe qué, pero pasó algo que le precipitó a la inmoralidad. Acabó practicando la prostitución en el pueblo de Magdala, cerca de la ciudad romana llamada Tiberias, donde había muchos soldados romanos buscando diversión. Cuando una persona se abre al mal, el diablo se aprovecha y procura la destrucción de esta vida. Ella abrió la puerta al diablo y le entraron siete demonios (Lu. 8:2). Magdalena no era su apellido, sino un apodo peyorativo significando que procedía de Magdala, un lugar de mala fama.

Cuando Jesús la encontró fue una mujer poseída, destrozada, una piltrafa de mujer, fuera de sí, menos que humana, llevada a la voluntad y el placer del diablo. Al sacar fuera los demonios, el Señor restauró su humanidad, su dignidad de mujer, su motivo de vivir, su esperanza y su ilusión. Él llegó a ser su vida, y ella no quiso apartarse nunca de él: “Aconteció después que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con el y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades; María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza…” (Lu. 8:1-3). Ella le siguió hasta la cruz, desde la cruz hasta la tumba, y fue la primera persona para recibirle vivo después de la resurrección. Se agarró de él y no quiso soltarle, pero el Señor le dijo que no le retuviese, que tenía que ir antes a su Padre (Juan 20:17). Otro día volvería y estarían siempre juntos, pero ese día no era ahora. Ahora lo que debía hacer era llevar el evangelio a los que lo necesitaban oír: “Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor” (Juan 20:18). Y así nos despedimos de ella, amando al Señor, activa, sirviéndole, un ejemplo a seguir.


Enviado por el Hno. Mario Caballero