«Dios mío, ten misericordia de mí, porque hay gente capaz de devorarme. Todo el tiempo me oprimen y me combaten… Pero yo, cuando tengo miedo, confío en ti. Confío en ti, mi Dios, y alabo tu palabra; confío en ti, mi Dios, y no tengo miedo; ¿qué puede hacerme un simple mortal?» Salmo 56:1; 3-4
En un mundo confundido y lleno de pecado, donde los problemas no tardan en llegar, es fácil que el temor se apodere de nosotros. Tarde o temprano sufrimos problemas, desgracias, o temores. Quizás no sean visibles a los demás, pero igual son dolorosos. Tal vez tú estés pasando por un problema personal o una enfermedad, o quizás estés sintiendo los efectos de una mala economía, o quizás hayas perdido tu trabajo en el momento en que más lo necesitabas. Los problemas y los temores a menudo nos dejan sin aliento y sin fuerzas. Cuando eso nos sucede, nos sentimos tentados a creer que estamos completamente solos y sin esperanza.
El poeta bíblico afirma: «yo sé que tú, mi Dios, estás de mi parte» (Salmo 56:9b), demostrando así su confianza en Dios aun cuando sus enemigos lo atacan, afligiéndolo y haciéndole derramar lágrimas. De la misma manera, Dios promete estar a nuestro lado todos los días. Por lo tanto, al igual que el salmista, confiados podemos decir: «me libraste de la muerte y evitaste que mis pies tropezaran para que ante ti camine en la luz de la vida» (Salmo 56:13).
Por CPTLN