Cuando Dios redime a su pueblo, hace mucho más que salvarnos; Él nos restaura. Lo que sea que Satanás haya robado, Dios lo restaura. Sea cual sea el tiempo que hayamos perdido en pecado, Él lo recupera a través de Su amor. Las heridas causadas por el mundo son curadas por Su maravillosa gracia.
Este es el Jesús que adoramos: ¡El Salvador que murió para que nosotros podamos vivir!
Este es el mensaje que traemos a un mundo todavía atado por el pecado.
Este es el único testimonio que merece ser contado: ¡La única cosa que realmente importa!
¿Cómo no gritarlo a los cuatro vientos? ¿Cómo podríamos caer en momentos de apatía después de todo lo que Dios ha hecho por nosotros? ¿Cómo podríamos no vivir con pasión y celo, sabiendo lo que sabemos, entendiendo lo que entendemos acerca de Satanás y sus mentiras, después de experimentar el perdón incondicional que Jesús trae?
¿Cómo podría alguien guardar silencio?
¡Desde el día en que Jesús entró en mi corazón, mi obsesión en la vida ha sido salvar almas perdidas! En ese momento, Jesús puso en mi corazón una obsesión por las almas, una pasión ardiente por aquellos que necesitan un Salvador. Es un fuego que nunca ha menguado, nunca se ha agotado, nunca se ha aplacado. Es la sangre que corre por mis venas que me impulsa a seguir, día tras día, mes tras mes, año tras glorioso año. ¡Mi corazón estalla con el mensaje del amor y la fidelidad de Dios, y todo lo que quiero hacer es compartir esa verdad con los demás!
Una vez alguien me preguntó: “¿Cuál es el milagro más grande que hayas visto?” Ni siquiera tuve que detenerme a pensar antes de responder: “Cuando Dios llega a un corazón en pecado y lo reemplaza por amor…ese es el más grande milagro de Dios”. Veo que sucede todos los días, y cada vez es tan real y potente como el día en que lo experimenté yo mismo.
Por Nicky Cruz
Enviado por el Hno. Mario Caballero