“El Señor le dijo a Moisés: Da las siguientes instrucciones a los sacerdotes, los descendientes de Aarón: un sacerdote no debe tocar el cadáver de un pariente, pues al hacerlo queda ceremonialmente impuro (contaminado)”
(Lev. 21:1)
El sacerdote no podía estar ceremonialmente impuro, o “contaminado”, en otras traducciones, y todavía ministrar las cosas sagradas, bajo pena de muerte. “El Señor le dijo a Moisés: Dile a Aarón y a sus hijos que sean muy cuidadosos con las ofrendas sagradas que los israelitas apartan para mí, a fin de que no deshonren mi santo nombre. Yo soy el Señor” (Lev. 22:1-2). Lo que contaminaba era contacto con un muerto, tener una enfermedad de la piel, como la lepra, o tocar algún reptil o a alguna persona contamina (2: 45). Si tuviese cualquier deformidad física, quedaba excluido del ministerio (21:17). En el antiguo pacto la contaminación era cosa externa; venía por contacto físico con algo inmundo.
Puede ser por este motivo que el sacerdote y el levita en la historia del Buen Samaritano esquivaban al hombre tendido en el suelo, mal herido y muriendo, no querían contaminarse. Se cuidaban muy mucho de la contaminación externa. Los fariseos no comían con publicanos o prostitutas, porque los consideraban inmundos, y criticaban a Cristo por hacerlo: “Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo:… Id pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mat. 9:11-13). El Señor Jesús enseñaba que más importante que la separación externo de lo inmundo es la misericordia hacia el pecador. ¡Él terminó contaminándose por nuestro pecado!
Enseñaba que lo que contamina no es lo de fuera, sino lo que procede de dentro: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre. Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mat. 15:11, 18, 19). Los escribas y fariseos estaban guardando la ley de Moisés (Levítico 21-22), pero no entendían ni el espíritu de la ley, que es la misericordia, ni lo que es la contaminación interna. Ya estaban contaminados por la inmundicia que salía de sus propios corazones.
¿Qué es lo que te contamina a ti? Contaminado, no puedes ministrar a Dios. Todo lo que tiene que ver con la muerte contamina: el mundo, la carne, el diablo. Lo que es de vida son las cosas de Dios: su Palabra, su Templo, el Sacrificio de su Hijo. En el antiguo pacto cuando los sacerdotes se contaminaban, se tienen que bañar en agua: “La persona que lo tocare (cadáveres o enfermedades) será inmunda hasta la noche, y no comerá de las cosas sagradas antes que haya lavado su cuerpo con agua” (Lev. 22:6). Nosotros, en cambio, antes de participar de lo sagrado, tenemos que lavarnos con la sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Al instante nos quedamos limpios para poder servir a Dios.
Enviado por el Hno. Mario Caballero