“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo… y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses” (Daniel 3:17, 18).
Puede ser que hayas tenido una idea de Dios muy soleada, que es un Dios que siempre cuida de ti de manera que no permitiría nunca que te pasase una desgracia, porque eres la niña de sus ojos y te cuida entre algodones. No estás nada preparada para ninguna desgracia, y luego, uno ocurre: tienes un aborto y no puedes tener más hijos, tu marido es infiel, te dice que no te quiere, se va con otra; tus hijos se apartan de Dios a pesar de haber sido enseñados en sus caminos toda la vida; te nace un niño con problemas muy serios; tu marido se muere de cáncer; tu hijo se declara homosexual y se casa con otro; tu hija se divorcia; tu hijo cae en la droga o en el alcohol; después de casarte descubres que tu marido realmente no es convertido; tu pastor abandona la familia y se casa con otra mujer… Como creyentes no somos exentos de pasar por ninguna de estas cosas. Personalmente tengo amigas creyentes que han pasado y superado todos estos problemas por la gracia de Dios. Nunca pensaban que les podría pasar tal cosa, sin embargo, pasó. No son cosas que se pueden aceptar fácilmente, sobre todo si tu concepto de Dios no lo admite.
En la historia de Job vemos que Dios permite todas las clases posible de sufrimiento en la vida de sus hijos. ¿Tú puedes aceptar esto? Su propio Hijo pasó por el rechazo de parte de sus hermanos, fue malentendido por la familia, sufrió persecución de los más religiosos, de hombres que profesaban fe en el mismo Dios, fue calumniado, fue tomado por loco, vivía en la pobreza, no tenía posesiones materiales, nunca se casó, hubo atentados contra su vida, un amigo íntimo se murió, pasó por el dolor físico, sufrió la traición de un amigo íntimo, otro le abandonó en su hora de necesidad, el diablo fue a por él con toda la fuerza del infierno, y no hubo nadie que le entendía. “A los suyos vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:12).
Como dice Oswald Chambers, Dios no nos exime de los requisitos de ser hijos. Al suyo le hizo pasar por la crucifixión y a los demás hijos también. Nos trata como trató a su Hijo. Para Él un hijo es uno que se somete a su voluntad por difícil que sea sin dejar de confiar en su amor. Lo que dijeron los amigos de Daniel es clásico: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo… y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses”. Si Dios nos libra del sufrimiento, bien, Él puede, no le cuesta nada; pero si no, no vamos a dejar de servirle como nuestro Dios. No dudaremos de su amor. Nada de lo que nos pasa puede hacernos abandonarle. No nos apartaremos aunque parece que nos ha hecho una mala jugada. Job dijo lo mismo: “Aunque me mate, confiaré en Él” (Job 13:15, KJV). A Jesús sí, Dios le abandonó, y le mató, pero Jesús seguía confiando en su Padre y en su salvación hasta el punto de decir: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (¡las manos que le estaban crucificando!), y murió con total confianza en Él.
Dios es digno de confianza aunque no le entiendas. Dios es amor. Dios es luz y en Él no hay ninguna sombra de tinieblas. No hace nada malo. Es incapaz. ¿Lo crees? ¿Lo creerás cuando te pase lo inexplicable? La fe se basa en la Palabra, no en la experiencia humana. Ésta es variada, la fe es objetiva, no subjetiva. Dios es Dios, pase lo que pase. Siempre permanece igual. Es nuestra Roca inmovible.
Enviado por el Hno. Mario Caballero