“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, cuyo nombre es el Santo: yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15).
Aquí tenemos una revelación de Dios para guardar en nuestro corazón e ir meditando en ella. Dios se revela con tres nombres. El es el Alto y Sublime. Está más allá de nuestra comprensión y más allá de nuestra condición como los mortales caídos y limitados que somos. Él es el Santo. Es perfecto, puro, recto, sin mancha alguna en su carácter. Tiene todas las virtudes: es prudente, leal, fiel, admirable, justo, veraz, sereno y humilde. Esto nos tiene que chocar. Sí, Dios es humilde, y como tal, solo puede tener comunión con seres humanos quienes también lo son. No hay nada de prepotencia, altanería, o soberbia en Él.
Busca comunión con personas que tienen la humildad en común con Él: Dios vive “con el quebrantado y humilde de espíritu”. Jesús siendo el vivo reflejo de su Padre, también es humilde. De sí mismo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mat. 11:29). También está quebrantado. Es “experimentado en quebranto… Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is. 53:3). “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento” (Is. 53:10). Este salmo profético habla de su quebrantamiento: “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:20, 21).
Si deseamos que Dios viva con nosotros, también hemos de ser quebrantados y humildes. En nuestro sufrimiento nos preguntamos por qué esto me está pasando a mí, y aquí tenemos la respuesta: Es para que lleguemos a ser como Cristo, para que Dios pueda convivir con nosotros, las dos cosas. Igual que en el caso de Cristo, fue Dios quien te quebrantó. Tú pensabas que era tu jefe o tu padre, pero ellos solo eran los instrumentos humanos; detrás estaba la mano de Dios humillándote. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:6). Ha sido duro; has estado hecho polvo, pero era necesario para poder moldearte.
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, cuyo nombre es el Santo”. Él es “el Santo”. ¿Estás viviendo en santidad? Es necesario para que Dios viva contigo. El vive con los humildes, los quebrantados de corazón, y con los santos.
Pero notemos que Dios no nos deja destrozados. Tampoco lo hizo con su Hijo. Lo resucitó. Dios nos hacer pasar por el proceso de quebrantamiento “para hacer vivir el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de lo quebrantados”. No nos deja en el polvo de la muerte; nos resucita. Nos da abundancia de vida interior, vida de resurrección. Pone su vida en nosotros. Es una vida vencedora que nada puede parar, una vida victoriosa en Cristo. Esta es la finalidad de nuestro quebranto, para después ser vivos y enteros en Cristo, puros y humildes para que Dios pueda tener comunión y convivir con nosotros en santidad. Esta es la finalidad de su hermosa obra de salvación y santificación.
Enviado por el Hno. Mario Caballero