“Por lo cual, habiendo ceñido los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y tened vuestra esperanza puesta por completo en la gracia que os será traída en el revelación de Jesús el Mesías; como hijos obedientes, no amoldándoos a la antiguas pasiones que teníais estando en vuestra ignorancia; sino, según el que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque está escrito: Sed santos, porque Yo soy santo”
(1 Pedro 1:13-17).
Aquí el apóstol está hablando de cinco aspectos de la vida de santidad: una mente preparada, clara y ordenada, la sobriedad, la esperanza bien puesta, obediencia a Dios y buena conducta. Vamos a mirar a cada componente:
Una mente ordenada. Es una mente disciplinada: no piensa en lo que no se debe, ni en lo que nos hace daño, ni en lo que va mal, o lo que nos hace dudar y fluctuar, sino en lo que sea para nuestra edificación. Tiene las actitudes correctas. Piensa con claridad. Esta mente está preparada para servir al Señor.
La sobriedad. Ser sobrio es lo opuesto a estar ebrio. Estar ebrio es estar controlado por la bebida. La persona sobria se controla a sí misma. Dios no lo hace, lo tenemos que hacer nosotros. Es estar alerta, aprovechar el momento, tomar decisiones sabias. Es no vivir en un mundo irreal de ilusiones o fantasías, sino con los pies en el suelo, estar por la labor. Es ser equilibrada, cuerda, no andando en tonterías, intentando entretener a otros con nuestras gracias, sino aprovechando el tiempo siendo sensatos y prudentes.
La esperanza totalmente puesta en la venida del Señor. Nuestra esperanza no está puesta en un cambio de gobierno, ni en la iglesia, ni en el trabajo, ni en que el mundo vaya a mejor, sino en que cuando venga Cristo todo se solucionará. Tendremos salud, paz, plenitud de gozo, abundancia, comunión perfecta los unos con los otros, relaciones sanas, trabajo fructífero, una naturaleza perfecta y al Señor cerca. Nuestra esperanza no está en este mundo que siempre nos defrauda, sino en la gracia de Dios que nos dará lo que nunca podríamos merecer.
La obediencia. Pongamos en práctica lo que ya sabemos, que es mucho. Hay que hacerlo. Hemos de vivir en la voluntad de Dios, cumplir nuestro deber con la familia, en el trabajo y mantener buenas relaciones con todo el mundo, a saber, una vida disciplinada. Lo contrario es vivir según la vieja vida antes de conocer al Señor con sus peleas, mal genio, haciendo lo que nos da la gana, controlados por nuestras pasiones y la voluntad de la carne, que consiste en peleas, sexo ilícito, placeres y nuestra voluntad. Obediencia es leer la Biblia, tomar nota de lo que Dios pide y hacerlo.
Una conducta santa. Esta procede de lo anterior, de tener la cabeza bien puesta, la sobriedad, una esperanza enfocada en la venida de Cristo, y obediencia a Dios. La carne con sus deseos y pasiones está crucificada. Si no, no hay santidad. La mente disciplinada, la sobriedad, la esperanza y la obediencia forman parte de la vida interior. La conducta es la manifestación exterior, lo que la gente ve. Es el resultado de una mente preparada, la sobriedad, una actitud esperanzada, el tomarse la vida en serio y el deseo de agradar a Dios en la conducta: mente, emociones, voluntad, y cuerpo están sometidos a Dios, disciplinados, controlados y puestos al servicio de Dios en obediencia a su Palabra. Que el Señor nos ayude a ir progresando en la vida de santidad.
Enviado por el Hno. Mario Caballero